Por Pascual Tamburri, 19 de abril de 2012.
Los abertzales imponen su relato como historia. La izquierda lo da por bueno, con el PSOE a la cabeza. Y el centroderecha paga sus culpas de años de cómoda pasividad. Víctimas, los jóvenes.
Los recortes no llegan a todas partes (ni tienen por qué llegar). El consejero de Educación del Gobierno de Navarra, José Iribas, ha explicado que su Gobierno distribuirá a los centros y a los alumnos «medios y recursos que les faciliten conocer la historia«, refiriéndose a la guerra de 1512. Porque todo el mundillo abertzale se ha movilizado para convertir en instrumentos de propaganda las campañas militares y los acontecimientos políticos de 1212 y de 1512. Y aunque se han gastado mucho tiempo, dinero y energías, teóricamente, en responderles, la verdad es que por diferentes razones ante la opinión pública la operación les va bien. Muchos lugares comunes, manipulaciones y simples falsedades han calado en la sociedad. De lo cual hasta ahora al menos unos son culpables por acción, otros por torpeza, no pocos por cobardía y complejos y, quizá, algunos lo seamos por omisión. También llamada hastío.
Lo del hastío se lo digo yo que, obviamente, no tengo ni idea de qué pasó en 1512. Ni por supuesto de 1212, qué voy a saber yo de historia de esos siglos. Aquí, en esta bendita tierra, de historia los que saben y sientan cátedra son opinadores, propagandistas, accionistas, parientes, políticos, abogados, curas y algunos descendientes del clero, cómicos, actores, faranduleros, peritos, contables y dibujantes. Eso sí, en abundancia. Casi todos los más inesperados, y por supuesto los esperados, pero no los que deberían, se han puesto a opinar, que no a informar, sobre aquel siglo XV tan agitadillo, tal es el poderoso saber de maestros, euskaltarras, elegidos por el dedo privilegiado del poder mediático, sumisos a la verdad oficial o a la mentira oficiosa, plumíferos, altos cargos jubilandos, amos de casa, definidores de dogmas y eruditos locales. Eso sí, por delante o por detrás con sostén y dinero público o semipúblico. Durante demasiado tiempo no «aunque» fuese para ampliar el dominio de la versión abertzale y de sus variantes encubiertas, sino precisamente «porque» era para eso. Qué hay más políticamente correcto y aplaudido según dónde que renegar de la búsqueda de la verdad y aceptar la imposición. Por eso, la verdad, hay que entender la tentación del hastío: cuando los que podían y debían intervenir no lo han hecho o lo han hecho poco o en sentido contrario, que no se quejen luego de las consecuencias. Hastío, ya les digo.
Pero la carne es débil, hermanos, y oír y leer sandeces a cuenta de la variedad de interpretaciones es algo que resulta particularmente molesto. Porque a menudo quien opina ignora (o quiere ignorar) los hechos, que esos no son opinables. Ya, ya se que siguen por ahí el eterno combate progremarxista contra lo que llevan más de medio siglo llamando «historia evenemencial«, pero es que mientras que es plenamente legítimo que se interpreten de modo diferente los sucesos (quien los conozca), es pura y simple manipulación que primero se fije la interpretación, y luego en función de ella se administren los sucesos, y esto por personajes que a menudo jamás han visto un documento, o no han tenido capacidad de entenderlo, o sencillamente ponen la ideología sobre ellos. Con el éxito añadido e inconcebible de haber empapado el vocabulario y la visión de las cosas también de los supuestos rivales. Por eso (y no es cuestión de recortes, sino de décadas) en el terreno de las ideas y la memoria van ganando.
El Gobierno foral dice que divulgará, o que ya está haciéndolo, «los hechos históricos». Poderosas empresas, grandes y pequeñas instituciones, personalidades y no tan poderosas personas tienen el mismo deber y el mismo compromiso, por diferentes razones. Y sin embargo no lo hacen…
El hecho es que en 1512 hubo una guerra, no sólo en Navarra, y que su resultado fue el derrotado de Francia, de sus súbditos los Albret y de una parte de uno de los bandos en la guerra civil que Navarra arrastraba desde hacía casi un siglo. Allí ni se habló de nacionalismos, ni desde luego de Euskalerrias.
¿Fue una guerra internacional? Por supuesto, y en ella Fernando el Católico, rey de Aragón y regente de Castilla, tuvo el apoyo de Inglaterra (los ingleses intervinieron desde el Cantábrico) y de sus aliados italianos (puesto que, como siempre en aquellas décadas, el principal escenario diplomático y militar fue Italia). Aunque militarmente hubo una campaña castellano-aragonesa con apoyo beaumontés y anuencia de parte importante de los agramonteses en territorio navarro, sobre la que en breve aparecerá publicada una monografía novedosa, la decisión última de todo había tenido ya lugar en la batalla de Rávena. Vayan ustedes a las fuentes oficiales o a las abertzales e infórmense, ya que ellos son los que cobran por saber de esto.
¿Fue una guerra civil? Desde luego, para el reino de Navarra, fue el último coletazo de un siglo desastroso. ¿Con buenos y malos? En fin, a mí me tienen que explicar cómo los buenos buenísimos beaumonteses de tiempos de aquel simpático príncipe y torpísimo político Carlos de Viana de repente se convierten en malos malísimos. Y viceversa con los agramonteses, sin que nadie haya llegado a aclararme, ni desde el nacionalismo ni desde el napartarrismo, qué hacía Pierres de Peralta urdiendo el matrimonio de Isabel y Fernando, o en qué andaba pensando Juan de Jaso, en vez de morir envuelto en la ikurriña. Ah no, que no había ikurriña. Por cierto, tampoco la bandera navarra de 1910, malhaya la ignorancia oficial. En fin, el de Javier había estudiado donde ninguno de sus enemigos (ni los de entonces ni de los de ahora), y seguramente por eso podía entender más las sutilezas del hijo listo de Juan II. Buenos y malos, pues no, salvo para propaganda de masas.
El portavoz del PSN-PSOE, Pedro Rascón, se ha servido ilustrarnos con su idea de que «en este momento nadie discute que estemos hablando de una conquista, vale, nos conquistaron, cabría decir que entre los conquistadores buena parte de las tropas eran guipuzcoanas o vizcaínas«. Lo segundo es, por supuesto, totalmente cierto, pero nada especialmente significativo ya que los castellanos, una vez pacificados la provincia y el señorío de sus respectivas banderías, fueron fieles súbditos de la Corona. Lo primero es, además de falso, una muestra de lo hondo que ha calado la propaganda. Porque sólo militarmente puede hablarse de conquista, ya que Navarra, huidos sus reyes franceses, se entregó al rey Fernando, hijo de un rey de Navarra, a través de sus instituciones y en condiciones extremadamente generosas. Y lo de «nos» conquistaron, supone tanto como identificarse con los derrotados de una guerra sólo en parte civil de hace 500 años. Yo, la verdad, de recomendaría que leyese una cosita que escribió sobre esto un tal Antonio de Nebrija, y todo lo mucho que se escribió entonces y después sobre una apasionante polémica jurídica y filosófica. Apasionante sólo si uno, antes, conoce los acontecimientos, claro.
Las palabras son muy importantes. En el mismo Parlamento, la portavoz de NaBai, Nekane Pérez, ha dicho claramente que «si se está tratando el tema como una conquista y no como una anexión, ya era hora». Tal es desde hace mucho la intepretación de los hechos: una Navarra libre, próspera y feliz hasta 1512 (ja), madre de Euskalerria y Estado soberano (ja ja), fue conquistada por la fuerza y anexionada por un Estado extranjero, de tal modo que Navarra puede ser considerada una colonia desde la entrada del duque de Alba, y sujeto oprimido y necesitado de liberación desde entonces. Por eso, en especial, es llamativo y triste que a veces desde el Gobierno y desde su supuesto entorno político, social y cultural, y hasta con su dinero, se de por buena la palabra «conquista«, sabiendo que es vehículo de una interpretación falaz y puerta de entrada de quienes sí quieren suprimir la libertad presente de Navarra. Qué fatiga tratar con todos ellos, unos por insistentes, otros por ignorantes, algunos por cobardes.
Pasé la semana de Pascua releyendo con gran gusto los tomos de la Historia de España de Menéndez Pidal sobre los siglos XIV y XV, y la estupenda monografía del último Julio Valdeón sobre los Trastámara, una «alta divulgación» y un esfuerzo de síntesis superándose a sí mismo en fondo y forma e integrando las distintas interpretaciones. Un lujo, como digo, uno de los placeres de esta vida por los que no hace falta que a uno le paguen ni le den puntitos (tampoco lo harían, ni falta que hace, gracias). Amore scientiae facti exules, decían cuando se sabía de verdad, quien debía y quería saberlo, qué era la vida universitaria.
En fin, lo cierto es que el abismo entre la «baja divulgación» emprendida ante el centenario de 1512 por todos los grupos abertzales y por algunas de las instituciones (teóricamente) opuestas a ellos es enorme. En cuanto a eficacia, los abertzales lo están haciendo bien y sus opositores, entre refutaciones confusas y propaganda cara, no tanto. Desde el punto de los contenidos, los abertzales tienen un solo relato, simple y cuajado tanto de silencios como de falsedades, pero eficaz, mientras que frente a ellos no hay nada de similar eficacia e incluso se hacen, por diferentes lados, concesiones, aceptaciones y demás, por ho hablar de las simples rendiciones parciales y de la financiación pública del (teórico) rival.
El profesor Franco Cardini escribía no hace mucho que «narrar los acontecimientos… del reino de Navarra utilizando conceptos del tipo ´conquista´ u ´ocupación´ española es más y peor que simplificar o confundir: crea una barrera casi insuperable para la comprensión no ya antes de que se formasen los Estados nacionales, sino más bien sin que existiesen, cuando eran sólo uno de los muchos futuros posibles para el futuro de la organización política del continente«. Las cosas son así, quieran o no escuchar.
Juan de Albret y Catalina de Foix, humanamente ajenos a Navarra y los navarros, sabían perfectamente que medio reino no los aceptaba y que el reino en sí mismo era una pequeña, pobre, controvertida posesión en práctica guerra civil. No eran tontos, y sabían que Luis XII podía intervenir en su pleito familiar y desposeerlos de sus posesiones familiares (suele olvidarse que esta fue una de las principales razones del segundo matrimonio del rey Fernando: pero que se lo expliquen a ustedes los que por ello cobran), ricas, prósperas y… francesas. Y sabían que si entraban en guerra contra el Papa y contra el rey del resto de España, que conocía bien a los navarros y estaba en relación desde siempre con muchos, de los dos bandos locales, un resultado más que probable era tener que elegir. Pues bien, eligieron, y además acertaron: sus descendientes fueron poderosos señores y, a través de Enrique IV, reyes de Francia. ¿Cuántos hubiesen elegido perder sus posesiones francesas y semejante horizonte por conservar Navarra? Lo único importante que el reino aportaba a la grandeza de su familia en ese momento era el título soberano, que siguieron usando vacío de contenido ya. Así es la vida.
Trasplantar a otro siglo nuestros males puede ser propagandísticamente exitoso, pero es un error. Claro que no había una Navarra soberana, y por la misma razón hablar de ocupación militar, de colonización y demás es simple ruido. Por supuesto, tan mala es una agresión intelectual como una mala defensa, y en eso parece que estamos. Asociar la obra del rey Fernando con la situación de Navarra en los siglos XIX, XX y XXI es, cuando menos, discutible, sobre todo porque las interpretaciones de éstos (y el conocimiento de los hechos) tampoco son uniformes, y ahí los bandos no son los mismos. Entendido desde la realidad del siglo XVI, sucedió lo que sucedió, y con ello Navarra permaneció políticamente unida al espacio que ya cultural, histórica y hasta económicamente le era propio desde hacía muchos siglos. Con guipuzcoanos, vizcaínos y alaveses, por supuesto, como con aragoneses, el resto de castellanos y leoneses, y no con soletinos o bearneses, y con variables fórmulas jurídicas, ninguna de las cuales (ninguna, repito, ninguna) puede sacralizarse, ni colocarse por encima de la realidad que a todas las citadas es anterior y común: España.
La Marcha Nacional Navarra convocada por los abertzales el 16 de junio es una agresión contra Navarra, a la vez contra su identidad presente y contra la verdad de su pasado. Colaborar con ella debe considerarse un acto de adhesión al nacionalismo vasco. Es legal y legítimo, pero también lo será señalarlo y hacerlo con nombres y apellidos, como lo será recordar en detalle qué pasó en aquellos lejanos años, que ni han entendido ni quieren entender. ¿Se hará bien y sin fisuras, por todos los llamados a hacerlo? Me permito desearlo y, a la vez, dudarlo. Pero lo que me permitirán ustedes es que me quede para mí los detalles, sucesos y minucias de aquella época, que sólo parecen interesarnos a muy pocos.
De lo que sí me fío más es del curso de verano en el AGN. El resto… Instituciones, colectivos, empresas y personas llamados a defender la verdad histórica de Navarra no lo han hecho. Era más cómodo dar por bueno y hasta pagar el cuento nacionalista. Ahora que no se queje nadie, y todos a enmendar culpas.
Pascual Tamburri
Pascual Tamburri Bariain
El Semanal Digital, 19 de abril de 2012, sección «Ruta Norte».
http://www.elsemanaldigital.com/blog/proxima-batalla-historia-mentira-izquierda-abertzales-121047.html