Cádiz, o todo lo que un país puede soñar si no ve lo que hace su Rey

Por Pascual Tamburri Bariain, 4 de mayo de 2012.

España, traicionada por sus reyes, en manos extranjeras, sin verdaderos amigos y expuesta a perder su patrimonio de siglos y la razón de su potencia. Supo resistir y reinventarse.

España, traicionada por sus reyes, en manos extranjeras, sin verdaderos amigos y expuesta a perder su patrimonio de siglos y la razón de su potencia. Pero supo resistir y reinventarse, con los defectos que fuese.


Las Cortes de Cádiz y la Constitución de 1812. «Cádiz», de Benito Pérez Galdós. Constitución de 1812. Alianza Editorial – Anaya, Madrid, 2012. 496 pp. 12,95 €

El pasado 18 de abril se presentó en el Congreso de los Diputados el libro Era cuestión de ser libres. Doscientos años del proyecto liberal en el mundo hispánico, de Miguel Ángel Cortés y Xavier Reyes Matheus. Que alguien como Miguel Ángel Cortés se lance ahora a una explicación escrita del liberalismo español, donde doctrina e historia son inseparables, y que presenten el libro autoridades como José Pedro Pérez-Llorca y José Ignacio Wert (aparte, por supuesto, de Jesús Posada como anfitrión) dice mucho de la importancia de las reflexiones a las que ha llevado el bicentenario de la Constitución de Cádiz.

Los españoles dos siglos después debaten sobre el éxito o el fracaso del proyecto liberal, e inevitablemente sobre la relación de aquél con la situación actual, con la económica y sobre todo con la política, cultural y anímica. Es seguro que los que se consideran a sí mismos liberales y lo hacen desde una elevada posición intelectual o institucional discuten vericuetos complejos y matices sutiles de lo que nos une y nos divide con las Cortes de Cádiz. Pero los españoles de la calle, la inmensa mayoría, no siempre saben de qué se habla y en el mejor de los casos son capaces de reflexiones como la que me escribía hace pocos días un joven, «me llama la atención que tan solo un grupo reducido de personas pudiera tomarse la libertad de hacer la primera constitución sin considerar los ideales del resto de España«. Es, al menos una intuición valiosa. Para responder hace falta algo más que ideología y algo menos que prejuicios.

Lo que Alianza nos ofrece son dos elementos básicos para que podamos participar todos en ese debate nacional con conocimiento de causa, sin caer ni en las simplificaciones populacheras ni en las suposiciones exquisitas. El Episodio Nacional «Cádiz» convierte al joven Gabriel de Araceli al que los lectores de Benito Pérez Galdós conocimos combatiendo en «Trafalgar» en un gaditano de ocasión en los meses decisivos en los que la ciudad, asediada, fue escenario a la vez del patriotismo renacido, de los bífidos manejos ingleses y de la afirmación de la soberanía nacional prescindiendo de la legalidad vigente. El libro se completa con una edición íntegra del producto de aquella Cádiz que este año se conmemora, su Constitución, para poder hablar de ella con fundamento.

La idea de Alianza va más allá de un libro oportunista, destinado a la conmemoración. El paisaje que recorre Galdós en sus primeros Episodios, esos que recordamos casi como primeras lecturas serias en la segunda infancia, es el de una España a la vez desarbolada, con una aristocracia incapaz, una burguesía alicorta, unos estamentos bajos ignorantes, un clero indigno y, sobre todo, una Corona ajena al país y despreciable por varias razones. Pero no es un paisaje sin esperanza, porque es escenario de ilusiones y proyectos, hogar de hombres con ideas, de mujeres valerosas, de marinos y militares heroicos, de patriotas y de todo lo que hace que un país pueda vivir. Por eso hay que entender la Constitución en su contexto, y quizá no haya mejor imagen de éste que el de Galdós.

Los constituyentes gaditanos no eran ni incapaces ni ilusos. Aunque España luchase y muriese por Fernando VII, la mezquindad de éste era conocida por los líderes políticos más destacados. Eso sí, por realismo y por afán de conectar tanto con las tradiciones nacionales como con los sentimientos del pueblo llano, admirable y en armas, se mantuvo la ficción de un rey cautivo que tan pronto había de volverse contra ellos. Con o sin liberalismo, Cádiz demostró que los tiempos de crisis, e incluso de crisis extrema, son los más adecuados para reformas profundas, porque los ánimos están más dispuestos que nunca a aceptar cambios, y cambios radicales también, con tal de salvar lo que se considera esencial.

En 1812 lo esencial era la libertad y la dignidad de España, el camino su refundición en los moldes entonces más nuevos y el precio los inevitables errores que se cometieron, como no podía ser de otro modo. Ahora bien, dos cosas hay innegables sobre los sucesos de aquella Cádiz y sobre la Constitución. Una, que fue la incapacidad y la necedad de la España institucional anterior la que hizo posible y necesaria una revolución. Otra, que de aquella revolución vivimos institucionalmente hasta hoy, tanto los españoles como los hispanoamericanos en gran parte (entonces, no se olvide, españoles de Ultramar). En Cádiz, en el mismo Oratorio San Felipe Neri y hace dos semanas, José María Aznar dijo que «España necesita una gran política nacional… un proyecto con ambiciones, esperanzas y esfuerzos comunes«. Si entendemos bien qué fue y qué es Cádiz, es imposible no estar de acuerdo con él salvo que se desee la agonía del país. Eso sí, sí es tiempo –porque es tiempo de crisis- si ese «impulso nuevo, renovador y reformista» tendrá que ser «heredero de los principios de Cádiz» o si en ciertas cosas habrá de tener la valentía de dar pasos más allá. Los valores permanentes están por encima e las políticas pasajeras, como bien ha demostrado el mismo Aznar corrigiéndose a sí mismo, pasando de las onerosas transferencias autonómicas masivas a su visión de ahora. Muchas cosas pueden ser hechas, y más cuando el país yace postrado sin Rey.

Pascual Tamburri Bariain
El Semanal Digital, 4 de mayo de 2012, sección «Libros».
http://www.elsemanaldigital.com/cadiz-todo-pais-puede-sonar–121327.htm