Los exploradores de Europa han revolucionado los dogmas de la ciencia

Por Pascual Tamburri Bariain, 16 de junio de 2012.

La Prehistoria es una materia sorprendentemente politizada. Los movimientos de los hombres más antiguos condicionan hasta los argumentos de los políticos.

José María Bermúdez de Castro, Exploradores. La historia del yacimiento de Atapuerca. Prólogo del autor. Debate – Random House Mondadori, Barcelona, 2012. 272 pp. 17,90 €


Ignacio Barandiarán, Bernat Martí Oliver, María Ángeles del Rincón Martínez y José Luis Maya González, Prehistoria de la Península Ibérica . Prólogo de Joseph Maria Fullola Pericot y María Àngels Petit Mendizábal. Ariel – Historia, Barcelona, 2012. 495 pp. 24,00 €

El origen en momento y lugar, el recorrido biogenético incluyendo la delimitación y denominación de las especies humanas, su periplo geográfico, sus avances (o simplemente cambios) ideológicos y tecnológicos: estos y muchos más son desde hace unos dos siglos temas de constante debate en lo que se refiere a la Prehistoria humana. Puede que el punto de inflexión más conocido sea aún para el lector normal la evolución de Charles Darwin, pero a día de hoy muchos son los asuntos oscuros, muchas las interpretaciones opuestas cargadas a menudo de intereses político o metapolíticos… y no pocas las cuestiones en las que queda casi todo por saber.

Sin embargo, y sea cual sea el punto de vista que uno prefiera, España ha realizado en las dos últimas décadas una aportación excepcional al conocimiento de nuestro pasado prehistórico y en especial de estos cruciales puntos de debate. Los sucesivos hallazgos de Atapuerca, en lo que realmente es mucho más que un simple yacimiento aislado de fósiles humanos y animales, permiten disponer de información insospechada e inesperada, en volumen, calidad y orientación. Cómo, cuándo y dónde aparecieron las sucesivas subespecies y razas humanas, de qué modo su evolución biológica, la intelectual y la tecnológica se ordenaron en el tiempo y el espacio, cuál fue el rol de la Península Ibérica y de Europa en todo esto: los temas debatidos sin cesar desde el mismo origen de la disciplina, y que son la verdadera espina dorsal de la Prehistoria científica, no volverán a ser lo mismo sólo con lo que ya se ha revelado en Atapuerca. No digamos ya con los seguros hallazgos futuros.

Pero la clave del asunto es que la aportación española no se debe tanto a la localización del hallazgo en nuestra provincia de Burgos, sino a la capacidad científica de nuestros arqueólogos y prehistoriadotes de investigarlo sin devaluarlo, y de extraer de los fósiles toda la información posible conforme a las más modernas técnicas y con un personal capaz y cualificado, sin nada que envidiar a lo que podría haber sido una investigación similar en cualquier país avanzado. Probablemente, ahora mismo, con mucho que enseñar fuera de nuestras fronteras.

Antes de Atapuerca, el papel de Europa en la Prehistoria –y, naturalmente, el origen de los europeos- había sido objeto de eternos debates, muchas veces con mucho más de discusiones metodológicas e ideológicas que de investigación científica. Quién puede olvidar las consecuencias intelectuales del evolucionismo, el imposible papel asignado a los hombres de Neardental, la pretensión maoísta de un origen chino –en Chou-Kou-Tien- de la humanidad o la lenta aceptación y los muchos errores en la interpretación de los hallazgos del Rift Valley. José María Bermúdez de Castro y su equipo han dado muestras, al excavar e interpretar Atapuerca, o mejor dicho al empezar a hacer ambas cosas puesto que queda mucho camino por recorrer, de una evidente capacidad científica, de estar al tanto de los avances en su materia y en todas las disciplinas auxiliares de la misma, de mantenerse en contacto abierto con los excavadores e investigadores de todo el mundo… y de saberlo hacer prescindiendo de condicionantes ideológicos, tan a menudo presentes en su trabajo.

Con los hallazgos de Atapuerca, y en especial tras el hallazgo en 2007 del fósil humano más antiguo de Europa, la Prehistoria de Europa y la de España pueden una vez más releerse, así como la secuencia biológica y la relación de ésta con los cambios bioclimáticos, astronómicos y geológicos. Cuando las sucesivas oleadas de homínidos y humanos llegaron al Occidente de Eurasia –exiguos grupos de exploradores, puesto que hemos de recordar siempre que se trataba de poblaciones pequeñas y aisladas durante secuencias milenarias- empezaron a sentarse las remotas bases de lo que hoy (o hasta hoy) es la distribución de las poblaciones humanas en el Viejo Mundo. Por su constitución, sus conocimientos y sus circunstancias aquellos exploradores de Europa fueron muy anteriores a lo que hasta ahora se daba por universalmente admisible. Una vez más, en el relato de sus trabajos y de su contexto que José María Bermúdez de Castro nos ofrece en este libro, comprobamos que siempre en todas las materias históricas y más que en ninguna en Prehistoria las conclusiones que en un momento se dan por definitivas pueden durar… algo más de una década. La revisión sin complejos de lo conocido y la capacidad de sintetizarla y de contextualizarla son los rasgos de una verdadera calidad científica y humana que nadie negará después de leer de primera mano en este libro su experiencia.

Una visión general de las cuestiones pendientes

No basta estar al día de las investigaciones punteras para conocer seriamente una materia. Esto vale, por supuesto, para todas las disciplinas, y tanto más para una que parece diseñada para dejar en ridículo la vieja manía española de separar «letras» y «ciencias» (y de considerar las segundas intrínsecamente superiores a las primeras). La Prehistoria es una materia en constante avance, éste de hecho no se ha interrumpido desde el siglo XIX aunque con el tiempo han ido cambiando los grandes centros de investigación, la formación de los profesionales, la instrucción básica de los alumnos, las orientaciones ideológicas y metodológicas y, por supuesto, las técnicas disponibles.

El caso de Atapuerca basta, desde luego, para entender esta naturaleza cambiante de la Prehistoria en general; y también es suficiente para comprender cómo, además de estar al día de los avances concretos, es necesario comprender el contexto general en el que éstos se sitúan. En otro caso, ni el investigador será capaz de valorar la importancia real de su trabajo, ni podrá aplicar a éste la metodología adecuada, ni el docente sabrá formar a sus alumnos verdaderamente en la materia, ni éstos en el futuro podrán disponer con mucho más que un conjunto disperso de datos, y probablemente de prejuicios.

Por eso, por denostada que esté la redacción de manuales universitarios, éstos son y seguirán siendo indispensables, a menos que renunciemos directamente a dar a los estudiantes superiores una formación general. Hay centros, departamentos y hasta países que parecen haber elegido ese camino, adornado eso sí de una supuestamente utilísima formación particularista… destinada a caducar, eso sí. Y por eso la reedición -¡modificada, obviamente!- del manual de Prehistoria de España de Ariel es una buena noticia en sí misma.

El trabajo dirigido desde su primera edición por Ignacio Barandiarán reúne información actualizada de todos los momentos de la Prehistoria en los distintos espacios geográficos de la Península Ibérica. En su favor hay que decir que demuestra una gran capacidad de síntesis y un notable esfuerzo de actualización, dos cualidades que los universitarios apreciarán y que sin duda convienen al lector que quiera una amplia cultura general en esta disciplina, desde la debatida entrada de los hombres hasta la Edad de Hierro, excluyendo la Protohistoria, ese espacio siempre disputado con los historiadores de la Antigüedad (enfoque que, por otra parte, hace que el manual de Barandiarán se extienda temporalmente más sobre unas regiones que sobre otras) .

El libro de Barandiarán y sus colaboradores es riguroso y conviene a su objetivo. No es fácil de leer –tampoco está destinado a serlo-, en buena medida por las diferentes plumas, realmente muy distintas en estilo, y peca en algunos puntos de un exceso de regionalismo, o si se quiere de momentáneas pérdidas del enfoque general que por otra parte lo hace interesante. Demasiadas Universidades y centros de investigación dedicadas a lo mismo, demasiadas autoridades regionales inconexas, a menudo propiciando y financiando investigaciones y publicaciones o seleccionando profesores e investigadores en función de sus puntos de vista peculiares o pretendidamente privativos. Pero este problema no es exclusivo del manual de Ariel ni lo devalúa; obliga, eso sí, a que más pronto que tarde muchas cosas cambien en la Universidad española si se quiere que esté siempre al nievel que en Atapuerca, por ejemplo, ha demostrado saber estar.

Pascual Tamburri Bariain
El Semanal Digital, 16 de junio de 2012, sección «Libros».
http://www.elsemanaldigital.com/exploradores-europa-revolucionado-dogmas-ciencia-122225.htm