Por Pascual Tamburri, 18 de junio de 2012.
El PSOE fuerza una crisis de Gobierno que sólo beneficia a los abertzales. Un gran perjudicado es Rubalcaba, pero ni la política navarra ni sus analistas despegan del nivel de lo patético.
Los enanos crecen en el circo de Rubalcaba. Con el poder autonómico del PSOE reducido a su mínima expresión, y ésta dependiendo de la buena voluntad de los comunistas en Andalucía y Asturias, era muy importante para Ferraz la coalición entre UPN y los socialistas navarros, con Roberto Jiménez de vicepresidente foral aunque su partido anduviese en sus mínimos electorales y en torno a los 50.000 votos. No sólo era importante la cuota de poder, porque éste, desde los tiempos gloriosos del padre Gabriel Urralburu y sus monaguillos gálicos, en Navarra es compartido entre los regionalistas y los socialistas sin necesidad de coaliciones a la vista. Era además una garantía pública de fiabilidad y de moderación, de que el PSOE no se iba a ir ni con la extrema izquierda ni con ninguna facción abertzale; era una coalición que permitía a Román Felones, presidente del PSN, presumir en la prensa de «una expectativa de futuro, el gobierno entre el socialismo centrado y la socialdemocracia navarra, que ofrecía una vía de entendimiento entre las dos fuerzas más representativas de la Comunidad«. Qué bonito. Pues se acabó.
Se acabó, y no porque haya querido Yolanda Barcina. Lejos de mí defender a la presidenta porque sí, pero la verdad es que la que se coloca en mayores dificultades rompiendo la alianza es Barcina y con ella los que la apoyan dentro de UPN. No ha sido ella, sino Roberto Jiménez, que no hace ningún favor a Rubalcaba, pero es que nadie pensó nunca que quisiese hacérselo. Recordemos que Jiménez fue un partidario reconocido de Carmen Chacón, y que su ruptura en Navarra coincide, no por casualidad, con la reanudación de las hostilidades entre las facciones del PSOE. A la vez que Jiménez rompe con la derecha regionalista en Navarra, Tomás Gómez vocifera en Madrid (y pide primarias para el candidato de 2015) y Griñán advierte de que si Rubalcaba quiere optar a la Moncloa antes deberá dejar la secretaría general del partido. Cuánto amor.
¿Y esto por qué? Porque, si bien es verdad que Jiménez no ha despegado electoralmente en Navarra, no lo es menos que Rubalcaba tampoco lo ha hecho en el conjunto de España. La crisis y los resbalones han hecho perder al PP, según el CIS en mayo y ahora El Mundo, cinco puntos de intención de voto en cinco meses, ¡pero el PSOE no ha ganado ni cuatro décimas! Así que Jiménez no se siente en la necesidad de ser leal a Rubalcaba, al que ve como un Almunia pasajero, y prefiere navegar en su propio beneficio en la política provincial a la espera del resurgir chaconista.
Dice el líder del socialismo navarro (de momento, porque la pérdida de los puestos reabrirá heridas viejas y nuevas) que «nos han pasado a la oposición y no tenemos ninguna atadura«, y en eso se resume todo. Seguro que Jiménez, como Barcina, no tenía ninguna gana de hacer recortes, pero también es seguro que los vio como una necesidad política para sobrevivir al corto plazo y para poder pensar en los largos tiempos. Los anuncios del vicepresidente económico Álvaro Miranda, con no haber sido ningún prodigio ni de oportunidad ni de procedimiento, no han servido al PSOE de Jiménez más que de excusa para una ruptura que tiene muy otras causas. Los socialistas no quieren cargar con la responsabilidad de un recorte de gasto que saben inevitable, quieren poderse presentar como las víctimas de la política de la derecha e incluso pedir y prometer más gastos sin que pase tanto tiempo. Electoralismo, en fin, unido a una renovada libertad de pactar no ya con UPN y el PP, sino, si llegase a ser cuantitativa y cualitativamente posible, con los comunistas, los batasunos y cualquier otro tipo de independentista vasco. Con la virginidad política renovada y como si no conociesen de nada ni a Yolanda Barcina ni a Miguel Sanz.
«No son tiempos fáciles, pero de peores hemos salido«, dice Roberto Jiménez. Seguramente sí, pero probablemente con políticos de otra enjundia, de otra estofa; no moralmente mejores, aunque sí académicamente a menudo, y seguramente conociendo mejor los límites de lo posible. ¿Qué es posible, señor Jiménez y señores analistas y asesores que tanto tiempo llevan contándonos las bellezas de una política moderada, centrada, doctrinaria, ni carne ni pescado o más bien pescado pero con los votos de la gente de la carne? El PSOE en Navarra no se come una rosca, pero sobre todo no tiene visos de hacerlo. Su gente más fiel quiere garantías de que no se van a ir con los vascos, y juegos de ese tipo son muy arriesgados en todo lo que sobrepase los quesitos del presidente Sanz. A este paso, no van a ser ni primera ni segunda fuerza electoral, y según cómo vayan las cosas tampoco tercera. Barcina los necesita para hacer leyes… pero puede que no las haya, que no será la primera vez que se gobierna por decreto y con Presupuestos prorrogados, y no serán ustedes los que tiren la primera piedra. Puede haber una moción de censura, claro, pero, ¿la van a firmar ustedes conjuntamente con la gente de la ETA? Porque no se trataría ahí de votar contra Barcina, sino a favor de alguien y de un programa de gobierno, y eso no es fácil de explicar, ni aquí ni fuera de aquí. Y puede haber elecciones anticipadas, por supuesto, pero esa decisión es sólo y exclusivamente de Barcina, que la tomará si le conviene a ella y en su opinión a Navarra, no a ustedes.
La presidenta Yolanda Barcina tiene varios problemas, pero el mayor no son los socialistas navarros, ni lo es el bloqueo de 132 millones anunciado el 1 de junio. Navarra está en crisis y hay que cambiar muchas cosas, pisando muchos callos, para salir de ella. Hace falta un Gobierno capaz precisamente de pisar callos, de no pensar sólo a corto plazo, de tomar decisiones tan duras como hayan de ser por el bien común. El resto es la monotonía (prudente, moderada, dialogante, lánguida, endogámica, pacticia, alicorta, miope, consensuada, centrada, acordada, en fin, ya saben ustedes: sin nervio y con pocos principios) a la que llevamos demasiados años, legislaturas y décadas acostumbrados. Efectivamente, es el abuso de la baja política, en manos de gentes de baja cultura, asesorados o guiados por personas de baja estofa, el que nos ha traído a este punto, a nosotros, a nuestra Diputación, a nuestra Caja, a nuestra Hacienda y a todo el companaje. Que no se queje quien haya aplaudido tan peligrosa amistad.
¿Puede el PSOE reunir entorno a «valores de izquierda y progresistas» una nueva mayoría? Puede, pero renunciando de raíz a ser una socialdemocracia española en Navarra, y cediendo un espacio de opinión quizás a UPN, a PP, a UPyD o a todos ellos para abrirse a los maravillosos mundos de fantasía que para tantos progres se han abierto con el nacimiento de Geroa Bai (Señor, Señor, ¡qué bien se disfraza Tu PNV!) y con los juegos de Nafarroa Bai, con sus mediadores, sus numerarios, sus batasunos y todo lo que haga falta. Y en ese batiburrillo, no nos engañemos, tendrán vara alta los salidos de la ETA y todos los demás, tan socialistas, tan moderados o tan progresistas como quieran, no dejarán de ser compañeros de viaje en el sentido leninista.
A eso se enfrenta Barcina, cuyas mayores debilidades están en no tener aún un equipo sólido de colaboradores leales y cualificados, en tener un partido con su propia vida interna (una vida dura, además), y en que el PP navarro, lastrado por la gestión habida entre 2009 y 2012, ni ha ocupado el que debía ser su espacio ni ha llegado aún a ser fuerza suficiente como para gobernar. Es verdad que el tropezón de Jiménez no deja en lugar cómodo a Barcina, aunque a Rubalcaba le ha tenido que sentar como una patada en la boca del estómago y a todos los intelectuales social-regionalistas y allegados en otra parte que ya les diré.
Pascual Tamburri Bariain
El Semanal Digital, 18 de junio de 2012, sección «Ruta Norte».
http://www.elsemanaldigital.com/blog/alta-baja-estofa-politicos-miopes-analistas-obtusos-122277.html