Por Pascual Tamburri Bariain, 11 de agosto de 2012.
El desarrollo económico siempre modifica el medio natural. La cuestión es que a veces lo destruye con beneficios sólo para una casta. Edward Abbey planteó en el siglo XX esta crisis.
El desarrollo económico siempre modifica el medio natural. La cuestión es que a veces lo destruye con beneficios sólo para una casta. Edward Abbey planteó en el siglo XX preguntas (y respuestas) para esta crisis.
Edward Abbey. La Banda de la Tenaza [The Monkey Wrench Gang] . Ilustraciones de Robert Crumb. Traducción de Juan Bonilla y Teresa Lanero. Berenice, Córdoba, 2012. 472 pp. 19,95 €.
Para los que vivimos en un pueblo, el único error que debemos reprochar a Berenice es que haya tardado tanto en publicar en español La Banda de la Tenaza [The Monkey Wrench Gang]. La novela de Edward Abbey que tanta polémica creó en los Estados Unidos del los 70 –pero que sólo ha encontrado auténticos seguidores en las generaciones siguientes- es una lectura obligada en la España postindustrial, para entender qué diferentes opciones se nos presentan en la gestión del espacio natural.
Podemos creer, y es una opinión políticamente muy correcta, que el progreso material es nuestra meta y es infinito, de manera que al medio natural se le puede pedir cada vez más porque siempre dará más. Es lo que, si se tratase de cualquier otra cosa o lo dijese un niño, llamaríamos pensamiento mágico (pero es un dogma político y económico para muchos, así que no lo toquemos). Podemos creer que la naturaleza es eterna, inmutable, intangible, perfecta y sagrada, de manera que cualquier cambio en el medio es un crimen, un pecado o un suicidio. Es lo que, sin pudor, creen algunos ´ecologistas´ y sobre todo dicen creer, pero luego no practican, muchos verdes de moda (también llamados, hace ya mucho, verdes-sandía, por obvias razones).
Y si ante el uso y abuso de la naturaleza, de nuestros montes, ríos, campos y cielos, las únicas opciones son el desarrollismo talibán (supercapitalismo y comunismo ya demostraron ser en esto iguales) y el progresismo ecopijo, la verdad es que deberíamos desesperarnos. No es menos cierto que vivimos en una sociedad con sus leyes, y que éstas, bien que mal, tras haber cambiado la faz del mundo tres o cuatro veces, ahora tratan de proteger al menos unos pequeños islotes. Pero igualmente vivimos en una crisis ecológica sin precedentes… no por nada en especial, sino porque intentamos vivir ilimitadamente bien en un continente de recursos limitados, y algunos de esos recursos no son suplidos por el ingenio de nuestro pueblo (otros sí, claro). Es normal que, aunque vivamos la vez una crisis económica, social y política, siga buscándose otra respuesta a la crisis del medio ambiente.
Lejos de mí decir que la alternativa protagonizada en esta novela de hace 40 años por G.W. Hayduke, ´Doc´ Sarvis, Bonnie Abbzug y ´Seldom Seen´ Smith sea «la» alternativa. Pero sí es, o ha sido para muchos y sigue siendo ahora, una alternativa tentadora: hacer uso de la libertad individual que liberales y anarquistas piden sin cesar para poner límites a la subversión de lo que queda de paisaje natural por las grandes compañías multinacionales, por las grandes obras públicas, por el desarrollo, en suma por eso que han dado en llamar, curiosamente, progreso. De ahí el título de la novela: Abbey describe, narra mejor dicho, la aventura humana de un grupo heterogéneo de rebeldes sin grandes medios y sin ninguna ideología, más allá de la conservación de lo que aman, mediante la acción directa (con una cierta dosis de castigo y humillación para los macrotransgresores). En Estados Unidos ideas, grupos y acciones como éstos no son tan absurdos, y seguramente serían catalogados fuera de todo esquema ideológico –que es, por cierto, donde están.
En Europa, por desgracia, no tenemos un sentido de la libertad individual y comunitaria equivalente, y actos como éstos serían clasificados como terrorismo; aunque no la hubiese se buscaría una ideología no para justificarlos, sino para acusarlos, y casi sin duda se resucitaría al efecto a Ned Ludd y el ludismo, el sabotaje a las máquinas en los albores de la industrialización británica. Ustedes valorarán; el libro no les va a hacer cambiar de opinión sobre el valor comparado del enriquecimiento (monetario) y de la destrucción (bien, digamos cambio irreversible, acelerado y humanamente causado de la naturaleza). Pero sí les va a informar de que muchos hombres y mujeres de nuestro siglo, sopesando el precio y los beneficios de esos cambios, se opongan honestamente a ciertas nuevas fábricas, centrales eléctricas, trenes (desconectados además) y así. Sobre todo cuando estamos en un país por una parte con millones de jóvenes en paro y por otra con enormes extensiones de espacio agrícola, ganadero y forestal poco o mal usadas. Les conviene a ustedes leer a Edward Abbey, reírse honestamente con el libro porque lo merece si son ustedes capaces de ironía, y conocer el mundo en el que nos va a tocar vivir. Un mundo en el que si vedamos a muchos jóvenes honestos la «vía de la tenaza» no haremos sino ponerlos en manos de los radicales, de la ETA por ejemplo que ya hizo en su tiempo un ejercicio de manipulación a cuenta de esto.
Y no olviden que, aunque hay un orden natural (o algunos creemos que lo hay), eso no implica que uno no se pueda reír.
Pascual Tamburri Bariain
El Semanal Digital, 11 de agosto de 2012, sección «Libros».
http://www.elsemanaldigital.com/respuesta-ludd-crisis-economica-ecologica-123528.htm