Por Pascual Tamburri, 13 de agosto de 2012.
Juan Manuel de Prada ha demostrado que esto nos pasa porque no ‘tenemos un Gobierno facha’. Por la misma razón, Mariano Rajoy se está jugando sus votos más fieles.
Yo no se en qué medida tiene razón José Utrera Molina en la amabilísima crítica a Isabel San Sebastián que el 27 de julio publicó en ABC. Dice don José, que firma como abogado pero que ha sido y es muchas más cosas, que en el Estado franquista había mucha más grandeza que mediocridad. Ha sido durante años moda y casi artículo de fe decir y creer que el Estado era entonces mediocre, pero lo cierto es que incluso en sus peores y más angustiosos momentos tenía algunas ventajas (y seguramente muchas desventajas) frente a su heredero, el Estado constitucional. Yo no veo a España «sumida en una catástrofe que sin duda, si Dios no lo remedia, nos va a causar un irremisible desastre histórico«. Pero entiendo que quien ha vivido en una España sin autonomías, con una Administración más barata y a su modo operativa, con unas oposiciones dignas de ese nombre –con unos Cuerpos que, si eran mediocres, qué diríamos de muchos de los actuales-, con menos déficit y deuda y con corrupción pero en otros grados y formas (Matesa hubo una, no cien en cada región), se sienta desamparado y desorientado. Y qué duda cabe que si a esas personas no se les ofrece esperanza se hundirán en la nostalgia.
Supongo que se llamaría facha a quien alabase, por nostalgia, «un regreso a determinados aspectos de nuestra historia«. Pero también, por extensión, llamarán facha a quien rechace determinados aspectos objetivamente desastrosos de nuestra situación actual. Y si es así, inevitablemente, estarán llamando fachas a muchos votantes del Partido Popular, y al PP mismo si les dejan. Juan Manuel de Prada ha señalado hace poco al franquismo como el «único gobierno verdaderamente facha que ha habido en España«. Así, para la izquierda, lo único válido será hacer lo contrario a lo que durante el franquismo se hizo. «¿No habíamos convenido en que el franquismo fue una época oprobiosa que convenía liquidar por completo, aun en sus reminiscencias más ínfimas o anecdóticas? ¿No era la execración del franquismo nuestra más querida y unificadora esencia democrática? Pues de una época tan nefasta, en la que según nos aseguran nuestros próceres toda libertad fue abolida, todo derecho conculcado y toda rapacería permitida, bien está que no quede vestigio alguno, para mayor esplendor de nuestra opípara democracia» .
Sólo que, claro, nuestra democracia no es tan opípara ahora mismo, ni tan inmune a la mediocridad por otro lado. «Pero no, esto no pasa con un gobierno facha, sino con un gobierno de «centro reformista» al que, en el reparto democrático de papeles, se le ha asignado la misión de poner un poco de orden en el patio, para que luego vuelva el gobierno «socialdemócrata» y siga perpetrando sus desmanes. (…) Hasta la fecha, tal reparto de papeles se había ejecutado con irreprochable eficiencia (…) Pero en esta ocasión los destrozos de la fiesta anterior han sido demasiado estragadores: y aunque la fregona centro-reformista se emplea con denuedo en la limpieza, empleando un detergente acaso demasiado cáustico que levanta ronchas, esta vez cumplirá su ciclo sin que ni siquiera los «socialdemócratas» puedan declarar la barra libre«.
En una entrevista de 2007, Alberto Ruiz Gallardón decía que «nosotros vamos a tener que gestionar el postzapaterismo. El espacio de la extrema derecha se ha generado por el radicalismo de Zapatero. Cuando llega al Gobierno lo hace porque tiene el apoyo del centro político. Tenemos una oportunidad extraordinaria: el centro político que llevó a Zapatero al poder ha sido abandonado. Es estratégicamente absurdo, aparte de contrario a nuestras creencias, una propuesta de que el PP, en un momento en que el PSOE ha abandonado el centro, lo abandonemos también. Ahora que el PSOE se ha radicalizado es cuando nos tenemos que centrar para reencontrarnos con la mayoría», de manera que para el ministro de Justicia (y yerno de don José Utrera) nos gobierna «el proyecto una apuesta clara por hacer un partido muy centrado, que no tenga la más mínima tentación de caer en el radicalismo ni en las exageraciones ni en las exclusiones» .
Así que se equivocan los manifestantes, porque «¡Esto no nos pasa con un gobierno facha!». Al revés, si «en estos momentos no hay nada que favorezca más al PSOE que la percepción de que el discurso del PP puede ser un discurso extremo«, el discurso será de centro. De ahí vendrá la supresión de beneficios sociales y en general de políticas franquistas, por un Gobierno de centro reformista. Sólo que todo esto tiene una segunda parte, incluso electoral. No la que preveía Alberto Ruiz Gallardón.
Por supuesto que todo el mundo sabe que el PP no es franquista, en ninguna de sus versiones. De hecho, hace unos años murió un viejo amigo mío, trabajador del campo, que nunca votó ni a la UCD ni al PP –aunque hacía campaña por éste contra la izquierda y los nacionalistas- porque él era, y sin vergüenza, franquista. Así que hay una frontera clara, al menos en las siglas, no tanto en los votantes. La moderada en su casa era, y es, su mujer, trabajadora desde la infancia hasta sus actuales ocho décadas, Leandra, votante del centroderecha democrático desde la Transición, y votante de Mariano Rajoy en noviembre de 2011. Y ella, hace unos días, me dijo algo que me impresionó: que no se veía capaz de votar a esta derecha. Defraudada sin consuelo.
Una mezcla de desesperanza, decepción y frustración. No es cuestión de franquismo, y llamarlos «fachas» es sólo ceder al chantaje ideológico de la izquierda (toda una tradición desde Adolfo Suárez a Pedro Arriola). Es más, atender a esas personas, millones de personas que no sienten nostalgia de ningún pasado pero que están perdidos mirando al futuro, no es «convertirse objetivamente en un colaborador de la izquierda socialista y por lo tanto favorecer las expectativas del PSOE«. Al revés: puede que sólo con la derecha social el PP no pueda tener una mayoría absoluta (pero en esa discusión técnica entraré sólo si me contratan para tenerla profesionalmente), pero lo seguro es que sin esos votos y sólo con los votantes volátiles, circunstanciales y heterogéneos de un centro indefinible, nunca habría llegado ni llegará a nada. El PP ha tenido el voto de Leandra, mujer de derechas, siempre. Ahora lo ha perdido, no por los recortes sino por no aplicar las políticas que cabía esperar de él con mayoría absoluta. Si no lucha por recuperarlo tendremos problemas.
Pascual Tamburri Bariain
El Semanal Digital, 13 de agosto de 2012, sección «Ruta Norte».
http://www.elsemanaldigital.com/blog/historias-fachas-como-mariano-rajoy-defraudo-leandra-123565.html