Una calle a Carrillo, una plaza al GRAPO, un paseo a la ETA

Por Pascual Tamburri, 12 de noviembre de 2012.

Las instituciones no tienen tiempo para la seguridad de los jóvenes, pero sí para adular la memoria de un radical de izquierdas. Se invierten ahora las razones dadas en la Transición.

La alcaldesa Ana Botella es una diana fácil para sus críticos políticos. El escándalo del Madrid Arena y la participación, la que sea, del Ayuntamiento en el asunto… se prestan a muchas cosas, sean insidiosas o justas, cosa que el tiempo irá diciendo. El sábado Federico Jiménez Losantos ha señalado que «Botella se comportó como una principiante en su primera crisis seria como alcaldesa de Madrid». Tiene razón el locutor, puesto que el error radica tanto en qué se hizo como en cómo se hizo: en definitiva, las cosas han resultado de una manera nefasta para el PP de Madrid y sobre todo para la primera edil. Las simpatías y futuros votos que se maltratan, se ponen en riesgo y se pierden no son los de la izquierda, sino justamente los más cercanos y fieles, esos que se dan siempre tan por seguros que no se hace nada por satisfacerlos. Y al final llegan los disgustos.

Esa crisis no es sin embargo una excepción, sino el fruto de una política diseñada así. Demasiadas veces en los últimos meses y años se ha prescindido de los sentimientos, valores e ideas de los que durante décadas han sido fieles al PP, se ha dicho, hecho y dejado hacer lo contrario de lo que esas personas esperaban y querían, y luego se confía en que –quizá a falta de otra opción, quizá por miedo a la izquierda- vuelvan al redil electoral del PP. Aunque el PP y sus ediles hagan y dejen hacer cosas no ya ajenas sino directamente ofensivas para esas personas. Es una política atrevida, sin duda, que quizás apunte (no sé con qué base) a una gran cosecha en la izquierda, pero que tiene un gran peligro a la derecha.

Esa política y ese maltrato tienen un símbolo evidente: en la ciudad de Madrid, donde el PP gobierna con mayoría absoluta (es decir, sin excusa), el Ayuntamiento ha decidido poner a una calle el nombre de Santiago Carrillo Solares. El ex secretario general del Partido Comunista tuvo responsabilidades directas en la represión antiderechista y anticatólica de la Guerra Civil 36-39, y en concreto en la capital en 1936 fue responsable de Orden Público en la Junta de Defensa de Madrid, con una participación directa y probada en las muertes de muchos parientes de personas que viven allí y que hasta ahora han votado a los antecesores de Botella.

No es momento de discutir cuántos fueron los miles de personas que murieron con participación de Carrillo, ni la legalidad o no de la actuación de éste (con seguridad ninguna cuando actuó en representación de los servicios secretos soviéticos en la posterior persecución y tortura a enemigos republicanos del PCE como Andrés Nin). Basta saber que intervino en la guerra (jamás en el frente de batalla donde otros defendían sus ideales, los que fuesen), que lo hizo en representación extrema e una facción extrema de un bando extremo, y que muchos años después siguió promoviendo el terrorismo y los atentados en España. Su intervención en la Transición, ahora idealizada, tampoco careció de sombras, fue siempre un hombre de parte y de partido y no un patriota ni un hombre de unidad. Carrillo fue un hombre que si no cumplió penas en España fue porque se benefició de sucesivas amnistías, y si no le fueron impuestas por tribunales internacionales es porque no se le aplicaron los criterios penales que sí se han aplicado en otros casos y países. No es un hombre que, vivo o muerto, deje indiferente ni despierte universal admiración o respeto.

En la Transición, con un criterio que tampoco es el momento de discutir, se decidió corregir profundamente el callejero de Madrid y de muchas ciudades y pueblos, para sacar de él los nombres que pudiesen representar división, partidismo, humillación, falta de respeto. Para borrar el recuerdo negativo del pasado que se quería superar con el nuevo régimen, en definitiva. Discutible y opinable, desde luego, tanto más en casos como el de los mismos muertos de Paracuellos del Jarama, el de muchos sacerdotes y algunos Obispos martirizados, el de la oficialidad de la Armada masacrada o el de José Calvo Sotelo, que murió –asesinado por agentes republicanos- antes de la guerra. Pero aceptemos la decisión: eso sí, una vez tomada no puede aplicarse con criterios sectarios o partidistas. O se aplica siempre o no se aplica nunca. No se puede considerar inaceptable una calle para la División Azul y dar en 2012, un Ayuntamiento del PP, una calle a quien en las mismas fechas era un agente de la Unión Soviética.

Si un Ayuntamiento socialista, comunista o coalición de ambos, como los ha habido, hubiese decidido esto… habría merecido una protesta encendida de parte de la sociedad, y también de parte del PP o de todo él. No hay cosa que más ofenda que un trato injusto, vejatorio y desigual. Y no creo que ahora vayan a reponerse los nombres eliminados antes, pero el criterio entonces esgrimido para quitarlos claramente ha dejado de valer: los hombres violentos de 1936, incluso los más polémicos, incluso los represores, incluso los torturadores (es éste el caso), incluso los que después fueron promotores de delitos y terrorismo, pueden tener calles. Pero sólo algunos. No Juan Yagüe, no Emilio Mola, no el capitán Cortés, no el coronel Moscardó. Sólo Carrillo y los que estuvieron en su bando.

¿Gana con esto Madrid equidad, justicia o imagen? No parece. ¿Gana con esto un solo voto el PP? Es seguro que no. Por la misma razón que se puede poner una calle a Carrillo (en nombre de la democracia…) se puede poner una plaza al GRAPO, que también tendrá sus madrileños que lo apoyen (aunque ninguno vote al PP), y por qué no una plaza a la ETA, que también tiene sus simpatizantes y no pocos en la izquierda, y que en definitiva sólo tiene el defecto de ser terrorista (pero Carrillo también lo fue). Y por qué no poner calles y plazas a Pol Pot, a Stalin, a Honecker o a Beria, todos ellos simpáticos personajes que son perfectamente presentables si su amigo Carrillo lo es. No creo que la alcaldía gane con esto el cariño de nadie, ni a izquierda ni a derecha, pero si es una decisión, adelante. Eso sí, veremos después si tiene un precio. Otra vez diana demasiado fácil para las críticas, y merecidas sin duda en este caso. Aún se puede evitar, si como procede se reconoce el error.

Pascual Tamburri Bariain
El Semanal Digital, 12 de noviembre de 2012, sección «Ruta Norte».
http://www.elsemanaldigital.com/blog/calle-carrillo-plaza-grapo-paseo–125338.html