Por Pascual Tamburri, 11 de diciembre de 2012.
En el cenit de la España imperial, con Felipe II reinando hasta en Portugal, un tercio de Alejandro Farnesio derrotó a los protestantes en Empel. Un 8 de diciembre. Casualidades…
En 1585 hacía cinco años que Felipe II reinaba también en Portugal y todo su imperio, y la única sombra para él estaba en los Países Bajos, la parte de la herencia borgoñona gobernada por Alejandro Farnesio. Los rebeldes protestantes se negaban por la fuerza a seguir bajo gobierno español, y al menos formalmente siete de las diecisiete provincias se habían unido contra su rey. Era la guerra, porque nadie quería ni podía ceder en lo que los dos contendientes consideraban su derecho y más aún su deber sagrado. Una larga guerra que, aunque no se sabía aún, había de durar ochenta años.
A comienzos de diciembre el Tercio Viejo de Zamora, al mando del Maestre de Campo Francisco de Bobadilla, quedó sitiado en Bommel, entre los ríos Mosa y Waal. El 7 de diciembre de 1585, incomunicado, diezmado, empapado y hambriento, el Tercio tenía todas las razones objetivas necesarias para justificar su rendición a la Armada holandesa del almirante Holak. Pero no en aquella España: la respuesta de Bobadilla a Holak fue cortés pero inequívoca: «Los infantes españoles prefieren la muerte a la deshonra. Ya hablaremos de capitulación después de muertos» .
Los protestantes aumentaron la presión sobre los españoles abriendo las esclusas y haciendo que el nivel de los ríos y canales subiese aún más, hasta dejar la posición española reducida al mínimo montecillo de Empel, donde se agolpó todo el Tercio empujado por las aguas y sin ninguna esperanza de victoria. Cavando trincheras y según la tradición un soldado de la Infantería española desenterró una imagen flamenca de la Inmaculada Concepción, lo que tampoco es nada improbable dada la persecución calvinista contra las imágenes de los santos. Animados por su general, los españoles se reunieron en torno a la imagen, rezaron y cantaron la Salve y encomendaron a la Virgen la batalla del día siguiente, que previsiblemente habría de ser una jornada de lucha desesperada en inferioridad y de derrota.
El prodigio de Empel tuvo lugar esa noche, cuando contra lo habitual en esa época del año y contra lo previsto el frío fue intenso y heló el agua de los ríos y canales. De esta manera, no sólo la flota holandesa quedó atrapada en los hielos, sino que caminando sobre ellos la Infantería española pudo convertir en una batalla terrestre a su favor la que había empezado como batalla naval con todo en su contra. Pueden discutirse cuanto se quiera los detalles del suceso histórico, pero es cierto y seguro que los españoles que vencieron el 8 de diciembre de 1585 a los rebeldes lo consideraron un milagro, y desde aquel día de victoria la Inmaculada Concepción es patrona de los Tercios de Flandes e Italia.
Con o sin milagro declarado, el 8 de diciembre es aún fiesta en España. Es probable que antes o después un Gobierno en nombre de la igualdad entre las confesiones y del antimilitarismo, u otro por ahorrar, termine suprimiendo esta festividad. Pero aún se conserva y los españoles siguen conmemorando un día remoto e innombrable en el que este país era una gran potencia con una gran fuerza y sobre todo con una fe sin límites. Yo no se en qué orden se articulaban aquellos factores, ni se si suprimir la Inmaculada nos hará más modernos y europeos. Pero sí que, cuando creíamos sin complejos en estas cosas, Europa entera nos miraba con envidia. Cosa que, naturalmente, no hace cuando intentamos imitarles nosotros a ellos.
Pascual Tamburri Bariain
El Semanal Digital, 11 de diciembre de 2012, sección «Ruta Norte».
http://www.elsemanaldigital.com/blog/este-puente-sido-milagro-prodigio-habria-fiesta-125904.html