Por Pascual Tamburri, 15 de diciembre de 2012.
Peter Jackson no defrauda con la primer parte de El hobbit. Con o sin crisis, Tolkien triunfa… y Hollywood lo acepta porque es un negocio demasiado bueno.
Si hiciesen falta razones para disfrutar en el cine de la primera parte de El hobbit, es suficiente la opinión de Carlos Boyero en El País del 14 de diciembre: si él proclama que el trabajo de Peter Jackson es «más de lo mismo» respecto a la trilogía de 2001-2003, y si una de sus «peores pesadillas es que [le] aten a una silla y [le] obliguen a revisar la ocho horas de metraje que dura la trilogía» porque se sintió «desgraciadamente inmune a esa adoración colectiva«, estamos ante la película que marcará 2012. Y no, no es «más de lo mismo«, si por tal se entiende rutina, aburrimiento y explotación comercial de una obra infantil e intrascendente. Porque es una película de aventuras para (casi) todas las edades, con una visión del mundo en las antípodas de la modernidad y de la progresía. En diciembre de 2001 José Javier Esparza escribía que el fenómeno del año iba a ser, pero no había sido, Harry Potter; del mismo modo en 2012 iba a ser, pero no será, la saga de Crepúsculo. Y es que Tolkien ha «creado un universo legendario de fuerza comparable a la de la Materia de Bretaña«, y eso es aún hoy imparable.
Críticos de cine sensatos y bien informados como Juan Manuel González reprochan a Peter Jackson que «ha planificado, rodado y narrado El Hobbit como si nada hubiera ocurrido en los últimos diez años, desde que concluyó su trilogía original con la premiada El Retorno del Rey«. Y es verdad que muchas cosas han pasado; pero uno tiene que recordar sobre todo, para entender el viaje inesperado de Bilbo Bolsón, que desde que él sale de Bolsón Cerrado hasta que lo haga su sobrino Frodo los años que pasan en la Tierra Media son setenta y siete. O si se quiere setenta y seis entre la publicación original de El hobbit por J.R.R. Tolkien en 1936 y su versión audiovisual de 2012. Algunos más si tomamos como referencia las fétidas trincheras del Somme donde este mundo comenzó a bullir en la mente y la pluma de su autor. Martin Freeman protagoniza un espectáculo ameno y cargado a la vez de simbolismo y de diversión: no está en juego el destino del «mundo secundario» de Tolkien, no es la Guerra del Anillo, pero este «relato para niños» contiene todos los elementos de la saga de Arda.
Hace un tiempo decíamos aquí que «toda una generación ya ha conocido a Tolkien y El Señor de los Anillos antes en las pantallas que en los libros. El primer año de vida de El Semanal Digital coincidió con la presentación de la primera parte de la trilogía de Peter Jackson; hoy muchos jóvenes adultos tienen del «mundo secundario» del profesor Tolkien sólo la percepción cinematográfica, e incluso cuando acceden a los libros lo hacen condicionados por las imágenes«. Pero eso es ya un hecho: hace dos décadas la saga era una obra literaria y un mito juvenil, hoy quizá lo sea de nuevo pero su vehículo principal o al menos primero es el audiovisual. Inevitablemente eso hace que en una obra como la de Tolkien, tan centrada en la palabra, se pierdan matices, guiños y sugerencias que ahora y siempre sólo el libro nos puede dar.
«Ancho, alto y profundo es el Reino Peligroso, y lleno todo él de cosas diversas: hay allí toda suerte de bestias y pájaros; mares sin riberas e incontables estrellas; belleza que embelesa y un peligro siempre presente; la alegría, lo mismo que la tristeza, son afiladas como espadas».
Pero los problemas del mundo de Bilbo son tan nuestros como los del mundo de Frodo; guerreros, magos, héroes y mitos, aventureros y soñadores son el depósito de las esperanzas que han sobrevivido a la rutina, a la tentación, al localismo miope, a la crisis material de la pobreza y a la crisis espiritual de la riqueza. De hecho, Tolkien entiende que nada de lo que los hombres creamos o pensamos es nunca completamente perfecto ni está nunca completamente acabado, y toda su obra está impregnada de la idea agridulce de haber creado o recreado nuevos mundos, reales en sí mismos a través de la palabra, y de saber que esa obra no sólo no estaba acabada sino que jamás lo estaría. No debemos despreciar este «cuento». Tolkien no cree que las historias fantásticas sean para niños; son una forma de transmisión del saber, de tradición, abierta a todas las edades, y por tanto en ellas no debe haber adaptaciones ñoñas. Los niños, como los adultos, serán más o menos capaces de recorrer los mundos de Fantasía, pero no son necesariamente pequeños necios a los que haya que contar las cosas como no son. Hay en Tolkien toda una crítica a la costumbre burguesa e ilustrada de desdeñar la fantasía como algo propio de pueblos primitivos o de niños inmaduros, cuando es precisamente todo lo contrario.
«Deep roots are not reached by the frost»
El hobbit se contó primero y se escribió después para niños, sí, pero en un mundo completo que no tenía nada de infantil. Si se entiende esto, se entenderá también la facilidad con la que Peter Jackson ha convertido un relato de un volumen en una trilogía casi tan extensa como la epopeya central. Tan sencillo como recortar historias subsidiarias en la primera trilogía es aquí detenerse en el detalla o incluso añadir personajes y contenidos. No hace falta inventar nada, porque los materiales de Tolkien –contando sólo con los publicados- son aún mucho más abundantes. Basta tener sólo el sentido central de la obra para proceder en el primer caso a abreviar y en este otro a alargar. No es una traición a la obra, sino una utilización nada arriesgada de la obra de Tolkien. Al ver las anotaciones y sugerencias de la edición crítica de Douglas A. Anderson se entiende rápidamente que los tan criticados «añadidos» de Jackson no dejan de ser posibilidades ya presentes en las sucesivas versiones de El hobbit.
A Elbereth Gilthoniel, silivren penna míriel o menel aglar elenath! Na-chaered palan-díriel o galadhremmin ennorath, Fanuilos, le linnathon nef aear, sí nef aearon!
El estreno de El hobbit nos hace pensar, inevitablemente, en dónde estábamos hace nueve, diez, once años, en todos los sentidos, y en dónde están las ilusiones, las ideas y las personas que entonces estaban allí. Dónde están los que escribían aquí mismo sobre aquellas tres otras películas, Íñigo, Paco, Eduardo, David incluso. Qué se hicieron, los Arturo y Álvaro que en mi primer Erasmus me regalaron el Atlas de la Tierra Media, y los que en 1995 –Juan, Juan Luis, Miguel, Rubén– me regalaron en Wolverhampton Tolkien´s Ring. Pero si algo nos hace aprender Tolkien es que la batalla del mañana es la que merece ser luchada, aunque haya que aprender de la de ayer para combatir. Manuel Ortega recordaba aquí mismo que la épica europea, el Beowulf, fue a la vez objeto de estudio para el profesor Tolkien y fuente de inspiración de su obra. Gracias a ello podemos leer frases impagables en estos tiempos de mercadeo y nihilismo: «Y vendrán tiempos de lanzas, frías al amanecer, blandidas con mano firme y segura«. Pues bien, sea, porque toda la panoplia de armas y de principios exhibida en esta saga es necesaria para que nuestra cultura no muera en esta crisis de valores. Para sus hijos y remotamente por esto mismo concibió Tolkien El hobbit, y por eso no puede dejar de ser una buena noticia que lo hayan convertido en tres buenas películas. Si son «más de lo mismo», el público quiere, y aun necesita, «más de lo mismo». Ahora más que nunca, por supuesto.
El camino sigue y sigue desde la puerta.
El camino ha ido muy lejos,
y si es posible he de seguirlo
recorriéndole con pie decidido
hasta llegar a un camino más ancho
donde se encuentran senderos y cursos.
¿Y de ahí adónde iré? No podría decirlo.
The Road goes ever on and on
Down from the door where it began.
Now far ahead the Road has gone,
And I must follow, if I can,
Pursuing it with eager feet,
Until it joins some larger way
Where many paths and errands meet.
And whither then? I cannot say.
Pascual Tamburri Bariain
El Semanal Digital, 15 de diciembre de 2012, sección «Ruta Norte».
http://www.elsemanaldigital.com/blog/hobbit-mismo-disfrutalo-mientras-puedas-126030.html