Por Pascual Tamburri, 17 de enero de 2013.
La corrupción de los políticos preocupa a los ciudadanos menos de lo que debería. Es la causa de que la crisis dure y se agrave. Ni populismo ni demagogia: es nuestro mayor problema.
«Los políticos, además de ser honrados, tenemos que parecerlo, por lo tanto, que se investigue a fondo». Palabra de Esperanza Aguirre en Madrid, en medio de escándalos que se acumulan y de amenazas de más. Luis Bárcenas no sólo tenía una cuenta en Suiza con 22 millones de euros sino otras dos en Estados Unidos con 2,5 millones. Y esto en el mismo país en el que el devoto partido catalán Josep Antoni Durán i Lleida se financiaba con el dinero de la Unión Europea para formación de los trabajadores; en el que Oriol Pujol, mano derecha de Artur Mas y heredero de Jordi Pujol, es acusado de viajar a Suiza con bolsas llenas de billetes de banco. Es el país de Gürtel, de Francisco Correa y de José Blanco. Un país en el que los ciudadanos piensan que todos los políticos y todos los partidos son corruptos (y tienen cada vez más razones para creerlo); y en el que se indignan cada vez más no contra los ladrones, sino contra todos los políticos (y harán falta muy buenos argumentos para convencerlos de otra cosa).
La secretaria general del PP, María Dolores de Cospedal, en la misma línea de la lideresa madrileña, aludió el otro día a Pujol cuando dijo que los que tiene que dar explicaciones son los que tienen cuentas en Suiza, y lo ha mantenido al tratarse de Bárcenas: «Todas las actividades que se pueden considerar irregulares provocan indignación, a mí me provoca indignación». Indignación como la de Carlos Floriano, para quien «si la corrupción indigna a todos los ciudadanos, a quienes más indigna es a quienes estamos dedicados a la política y somos honrados». Pero hay que entender a los españoles: en mucho menos de una generación hemos pasado de ser un país próspero, opulento y admirado (eso nos decían al menos) a parecer una república bananera, empobrecida, en decadencia y hazmerreír de Europa. Mucho peor que 1898.
Aunque sea injusto generalizar, nuestra imagen nacional y la de nuestros políticos es la de la corrupción y el fraude. No podía ser de otro modo si recordamos que España es, casi más fuera de nuestras fronteras que dentro de ellas, el país de Noos, de Diego Torres, del duque de Palma, de las obras públicas caras, innecesarias, inútiles y corruptas, de las Cajas en manos de políticos con sus sueldos, regalos y comisiones sonrojantes, de los regalos, encargos y comisiones a Corinna y de los viajes a Botswana y al Golfo Pérsico.
Aguirre, y muchos con ella, creen que «esto de la corrupción en la política tiene indignados a muchos ciudadanos» y que «la justicia tiene que actuar con celeridad» por el bien de todos, pero en especial de los políticos honrados y de las instituciones, «porque no puede ser que la gente crea que los políticos se tapan unos a otros». El problema es que lo piensa, que ya no hace falta demagogia populista ni maniobras periodísticas para que los españoles y los extranjeros desconfíen completamente de unos políticos que ven como casta corrupta y de unas instituciones que sólo aparecen en los medios de comunicación para revelar sus miserias presentes y pasadas. La corrupción, y más cuanto más alta sea la institución, cuanto más larga sea la impunidad y cuanto más dinero sea el defraudado a la nación, es una garantía por un lado de crisis económica y por otro de crisis política.
Mientras haya corrupción habrá crisis económica. Y es que hay cosas que siempre han sido así, porque así es la relación entre políticos y economía. Acaban de explicar por qué los profesores Daron Acemoglu y James A. Robinson, publicando (Deusto) un libro que dejará pálidos a muchos políticos si lo leen: ¿Por qué fracasan los países? La política económica que dictaminan los dirigentes de un país, y el comportamiento de estos en la gestión de lo público, determinan la prosperidad y la pobreza. Científicamente demostrado, los países no consiguen que sus economías crezcan hasta que no disponen de políticos que actúen correctamente y de instituciones gubernamentales que desarrollen políticas acertadas. Instituciones y políticos corruptos no sólo alimentan la crisis a corto plazo, sino que por muchas razones son la garantía de que el país puede seguirse hundiendo en el futuro.
Y mientras haya corrupción habrá crisis política e institucional. Con la mejor intención, ya en la Restauración nuestros políticos centristas y moderados, de Cánovas a Sagasta, pensaron que lo mejor era cubrirse mutuamente las miserias y tolerar un cierto grado de corrupción caciquil para evitar el avance de los extremistas. Por supuesto que sucedió lo contrario, como bien anunció aquel Antonio Maura en el que se inspiraba el PP fundacional: la corrupción consentida u ocultada es mil veces más explosiva que la corrupción denunciada; si el corrupto es señalado y castigado ejemplarmente se evita que la culpa recaiga sobre todo el país, sobre el futuro institucional y económico del mismo, sobre la democracia y la prosperidad de los españoles de mañana.
La única solución es la tolerancia cero caiga quien caiga y cuanto antes. Y por eso lo que propone Aguirre es un buen primer paso hacia la necesaria solución draconiana del fondo del problema: investigaciones y sanciones a los corruptos en todos los partidos y desde el mínimo inicio de sospecha, destituciones fulminantes, prohibición de acceso a la vida pública a quien no se esté ganando antes la vida por su cuenta fuera de ella por sus méritos. La alternativa a eso, una vez más, será la ampliación, extensión y ahondamiento de la crisis.
Pascual Tamburri Bariain
El Semanal Digital, 17 de enero de 2013, sección «Ruta Norte».
http://www.elsemanaldigital.com/blog/espana-como-botin-plaga-mercenarios-politica-126591.html