Por Pascual Tamburri Bariain, 18 de enero de 2013.
El arte de los siglos XX y XXI ha pretendido romper con sus raíces. A menudo se ha creído superior a todo. A veces no era arte, sino basura. Pues el arte no es casualidad.
Artur Ramon. Nada es bello sin el azar. Quince episodios sobre pintura. Elba, Barcelona, 2012. 148 pp. 21 €.
Laura Arias Serrano. Las fuentes de la historia del arte en la época contemporánea. Ediciones del Serbal, Barcelona, 2012. 760 pp. 45,00 €.
Decía hace un tiempo Albert Boadella, sobre la relación entre arte, belleza y fe, que como cree Benedicto XVI «la Iglesia tiene que acudir al arte, porque el arte ha sido una forma de transmisión de lo intangible. De la Capilla Sixtina a las misas de Palestrina o Juan Sebastián Bach, el arte induce a la sensibilidad de la trascendencia mucho más que el discurso objetivo, científico, teológico. La prueba es que la Iglesia ha utilizado el arte en sus mejores momentos como forma de transmisión«.
Por el contrario, en tiempos más recientes y de decadencia, «la desaparición de los aspectos más bellos y sensoriales del ritual de transmisión es un batacazo muy duro a eso que se llama la fe y que es algo difícil de captar y de percibir pero que tiene que ver con algo tan poético y extraordinario como la misa que yo había vivido. Con algo muy importante, que era el latín. La desaparición de todo eso me parece enormemente grave«. Y dijo algo más, al valorar la intervención modernizante de Miquel Barceló en la catedral de Palma de Mallorca: «El complejo de la modernidad, que lo ha invadido todo, también la Iglesia, es un camino a la frivolidad. Y eso, una Iglesia que ha tenido a su servicio a Miguel Ángel y a Rafael, y a San Agustín y a Santo Tomás de Aquino trabajando para ella, no lo puede hacer«.
No creo especialmente en las casualidades, y por eso no es probablemente casualidad que se renueve el debate sobre el arte y la modernidad (en vez de rendirnos todos a una supuesta evidencia), y que el mismo día que mi amigo Sergio García se plantea cursar estudios superiores de museología aparezca el nuevo libro de Artur Ramón, que esos estudios ya los ha realizado, y con éxito más que aparente. «No hay ningún sitio, lejos de casa, donde me encuentre más seguro que en un museo. Los museos son para mí como un segundo hogar que me cobija mientras deambulo por las galerías llenas de historias y de cuadros. No me parecen cementerios de la memoria, sino organismos vivos que nos ofrecen la posibilidad de reconocer a viejos amigos, confirmar las atribuciones, datar los cuadros o aprender cosas nuevas«. En estos quince episodios que recoge en el volumen publicado por Elba, Artur Ramon juega a ser a la vez museólogo e historiador del arte, trayendo al público presente la pintura de distintas épocas del pasado, anulando de hecho la diferencia entre ayer y hoy en la pintura occidental.
Las artes siempre han tenido su público editorial, y los amantes de arquitectura, escultura y pintura han perseverado a través de las crisis más complejas. Ahora mismo y en España, iniciativas como Elba no sólo mantienen el interés público por las fuentes para el estudio de la pintura, sino que lo renuevan. Curiosamente la crisis ha coincidido con un nuevo interés editorial, que es tanto como decir que las artes clásicas vuelven a interesar precisamente cuando nuestra civilización duda sobre su rumbo y su futuro. Durante las últimas décadas, el último par de siglos si acaso, hemos jugado en Occidente a romper con las raíces de las artes que nos habían sido dadas; y cuando lo hemos hecho no hemos conseguido un nuevo clasicismo sino unas pocas obras maestras de algunos genios salteadas con un amasijo masivo informe de trabajos sin belleza, genio ni, en definitiva, arte; y eso aunque la corrección política hortera (podemos llamarla también cursi) se ha obstinado en llamar arte a ese juego de niños malcriados, que no respondía a ninguno de los criterios objetivos de las artes y por supuesto era lo opuesto de toda belleza.
Será porque estamos en crisis, y porque para salir de ella necesitamos un camino, por ende unas artes inmunizadas contra la frivolidad de la modernidad y capaces de crear belleza y respuestas modernas con raíces eternas. Es lo que pedía Boadella, pero quizá en el crítico 2012 la demanda se haya acelerado, pues Ariel ha reeditado El Renacimiento Italiano de Eugenio Garin, en una edición barata accesible a todos, Noah Carney también en Ariel ha vuelto a poner de moda a Jan Van Eyck en Los ladrones del Cordero Místico y Cátedra ha publicado una nueva edición ampliada del Diccionario Visual de Términos Arquitectónicos de Lorenzo de la Plaza. En el capítulo de divulgación general, Susie Hodge ha triunfado con sus 50 cosas que hay que saber de Arte (en la serie correspondiente de Ariel) y Akal se ha apuntado un tanto de los más difíciles al volver a sacar la Historia crítica del Arte del Siglo XIX dirigida por Stephen F. Eisenman, separando el grano de la paja en el siglo en el que nació la idea misma de modernidad. Por eso es más que meritorio que Elba empiece su camino con una pequeña obra como la de Artur Ramon, que forma parte de esta gran ola de reflujo en el gusto artístico, un retorno al orden y a que Leonardo o Caravaggio no sólo sean mucho antes sino que además sean mucho más que un Miquel Barceló.
Las fuentes (contaminadas) de las artes actuales, al desnudo
Estudiar arte es complejo, porque junto a las obras en sí mismas han de estudiarse las demás fuentes orales y sobre todo escritas, que las artes tienen en común con las demás disciplinas históricas. Esta dificultad se multiplica en las artes contemporáneas, donde las fuentes son más abundantes, más complejas y donde las mismas obras de arte dicen y dejan de decir muchas más cosas. Cuando son obras de arte, claro, porque ahí hay materia para muchas más reflexiones.
El «No. 1 (Royal red and blue)» de Mark Rothko ¿vale los 52,6 millones de euros (59 con tasas) que Sotheby´s consiguió por él en Nueva York? En la misma sesión obras de Francis Bacon, Jackson Pollock, Willem de Kooning, Clyfford Still, Gerhard Richter, Jean-Michel Basquiat y Andy Warhol recaudaron 295 millones de euros. No es simplemente cuestión del expresionismo abstracto en pintura, como no lo son dos generaciones antes las secuelas de la Bauhaus en arquitectura. Cuando hablamos del arte en época contemporánea muchas veces hablamos de obras, personas y movimientos que objetivamente no son ni arte ni artistas, o que no lo son sin discusión, o que sólo lo son sin discusión para los profetas vanidosos y cursis, políticamente correctos, de esas artes o presuntas tales. ¿Warhol es lo mismo que Rafael, Leonardo es lo mismo que Rothko, de Kooning es más que Miguel Ángel?
Laura Arias no ha entrado a responder a ese debate que afortunadamente vuelve y vuelve a plantearse (señal de que las respuestas dadas en las últimas generaciones siguen en el fondo sin satisfacernos), pero ha hecho algo que será útil para los interesados, para los docentes y para los investigadores: una recopilación en español, publicada por Ediciones del Serbal, de 540 fuentes de las artes contemporáneas, comentadas y explicadas. Y si alguna fuente lo necesita son precisamente éstas, porque ni el valor de las obras en sí mismas es indiscutido ni indiscutible, y porque las interpretaciones posibles son muchas y muy divergentes. Es evidente que la obra de arte es la fuente básica de la historia del arte, pero en los últimos siglos se necesitan más que nunca, y son más difíciles de interpretar que nunca, las otras fuentes. Por eso es bastante lógico que, precisamente cuando más se discute el valor de las artes contemporáneas, cuando más se revalúan las obras de arte clásicas y cuando más dudamos sobre el presente y el futuro de nuestras artes, se haga más interesante que nunca el estudio de este período que intentó tan radicales cambios y que nos trajo tan hondas crisis.
Pascual Tamburri Bariain
El Semanal Digital, 18 de enero de 2013, sección «Libros».
http://www.elsemanaldigital.com/belleza-basura-solo-azar-quiza-siempre-menos-desde-siglo–126619.htm