Por Pascual Tamburri, 18 de febrero de 2013.
Yolanda Barcina y Alberto Catalán se enfrentan por el control de su partido. Mientras, UPN gobierna en minoría y el PSOE no sabe qué hacer. Los abertzales miran desde la barrera.
Unión del Pueblo Navarro es el primer partido de Navarra, al menos en votantes y en cargos públicos. Ganó las anteriores elecciones municipales y autonómicas en 2011, y también ganó las generales de noviembre del mismo año, en coalición con el Partido Popular (del que se había separado a finales de 2008). En 2011 formó gobierno regional en coalición con el PSN-PSOE, aunque después Roberto Jiménez dejó a Yolanda Barcina al frente de un monocolor de UPN en minoría parlamentaria. El 17 de marzo de 2013 UPN afronta un turbulento congreso en el que se tomarán decisiones trascendentes para el mismo partido, para Navarra y para España; y donde se dilucidan también (y quizás por desgracia) cuestiones relativas a intereses, proyectos, ambiciones e inquinas personales.
A día de hoy el partido regionalista navarro cuenta con una red local sin comparación, extendida por casi toda Navarra y basada en sus 4.000 afiliados y en una larga tradición de gestión local y de conexión entre los intereses locales y sectoriales y la gestión del poder institucional, incluyendo antes cierta influencia en el bancario. Fue en su momento un partido nacido de la división de la UCD navarra en torno a la Constitución (sus fundadores participaron junta otras fuerzas –hermosa foto- en la campaña por el «No» en 1978, puesto que la Disposición Transitoria 4ª creó una vía para la anexión de Navarra a la Comunidad Autónoma Vasca), y presume de ser un partido asambleario, en el que todos los afiliados eligen cargos internos y externos, sin compromisarios ni avales (Miguel Sanz, Santiago Cervera y Javier Pomés protagonizaron hace unos años un sainete que demostró para siempre los límites de esto… pero otro día lo recordaremos) .
La fuerza de Alberto Catalán y los usos el miedo a los vascos
Alberto Catalán, vicepresidente del Parlamento y del partido, y disputará la presidencia de UPN a Yolanda Barcina, a día de hoy presidenta del Gobierno y del partido. Inicialmente ambos habían acordado un cierto reparto casi pacífico de funciones, con una vicepresidencia ejecutiva del partido para Catalán, que habría desempeñado todas las funciones de la presidencia de UPN mientras Barcina fuese presidenta del Gobierno. El pacto por una candidatura única, que aparentemente aseguraba la unidad interna de UPN, no se ha dado. Pese a los consejos de los veteranos de UPN y a la inquietud de grupos mediáticos y de presión, el poder decisivo sobre las listas electorales y los cargos públicos no era divisible.
El actual vicepresidente regionalista, el candidato Catalán, cree que UPN «debería estar más vivo y fuerte que nunca», cosa seguramente cierta pero que suena a autocrítica dicha por quien ha sido muchos años secretario general del partido, de hecho desde la retirada de Rafael Gurrea. Dice Catalán que su candidatura ha surgido de «abajo arriba, desde las bases» del partido, después de que haya buscado «el consenso y el entendimiento al máximo y hasta el final«. No está claro si la amplitud, formación y movilización de las bases han crecido en estos años, pero sí seguramente que Catalán conserva grandes apoyos en el aparato y en el ámbito rural. Tales son sus bazas ante el Congreso. En cuanto a sus metas, aparte por supuesto de «la responsabilidad y pasión por UPN y por Navarra» que aduce (España aparece poco y sus símbolos nada), está un cambio de estrategia electoral e incluso programática. Es explícita la idea de acercar UPN al PSOE y alejarlo del PP, evitando una hipotética deriva abertzale de los socialistas y garantizando una mayoría estable de Poder regional y local; tras «la mejor defensa de la personalidad propia de la Comunidad foral» se entrevé sin disimulo aún más regionalismo y todavía mucho menos españolismo; y tras la modernización del partido y de su ideario se ve sin mucho recato cualquier renuncia a los principios fundacionales (adyacentes entonces a los de Alianza Foral Navarra, cuyos votos heredó aunque no su identidad jurídica, no lo olvidemos) que la conservación del poder requiera.
El argumentario ´catalanista´ es pues sencillo y claro: sobre el eje del «riesgo del independentismo» (versión 3.0 de «¡Que vienen los vascos!»), hacerse con el control interno de UPN, en beneficio de antiguos fieles de Miguel Sanz y en perjuicio de los barcinistas, y externamente alejarse del PP, aniquilando o reduciendo a la marginalidad el PPN, y aliarse con el PSN-PSOE, condividiendo pacíficamente una vez más el poder y sus prebendas, en Pamplona y en toda Navarra. Catalán, como Sanz antes de él, dan por políticamente inexistente e inoperante al PP navarro, tras cuatro años, dos congresos, tres llamadas a las urnas y el caso Cervera. Argumento velado y nunca puesto por escrito, pero sí usado en la campaña oral en curso, es que a Catalán le apoyan «los de UPN de toda la vida», y que Barcina «no es de aquí» (efectivamente, la presidenta es de Burgos… cosa aún importante en cierta Navarra miope incluso en 2013). A Catalán le apoyan directamente, o apoyan al menos sus argumentos, veteranos como Miguel Sanz, Alfredo Jaime, Javier Marcotegui o Luis Campoy, aunque algunos se presenten como mediadores; y la senadora Amelia Salanueva comunicó su decisión de optar a la secretaría general en apoyo de la candidatura de Catalán.
Otras viejas glorias del partido dan una de cal y otra de arena, esperando un acuerdo antes del Congreso que les evite tener que apostar (y quizás perder), y es el caso del senador Pedro Eza, Javier Gómara, José Antonio Gayarre o José Javier Viñes, además de muchos cargos medios, autoridades locales y gestores diversos de lo público y lo semipúblico, últimamente agitados por las campañas contrapuestas. Muchos de estos nombres darían para muchos artículos, no siempre publicables (o quizás sí). Ninguno de ellos, significativamente, habla de ideas, porque este no es un debate de principios sino de poder interno y externo, puesto que UPN ha sido mucho tiempo una excelente gestora de tal cosa. Catalán cree contar con más fuerza en el partido, en especial fuera de Pamplona. Pero no las tiene todas consigo, más con la reciente movilización rural del barcinismo, pese a haber dado un paso del que pocos creían capaz a este licenciado en Farmacia dedicado profesionalmente a la política regionalista desde la adolescencia.
Barcina puede ganar
La profesora doctora Yolanda Barcina, titulada en la Universidad de Navarra –dato no menor en su caso y considerando su equipo- y funcionaria con destino en la UPNA, tiene un perfil humano diferente. Salió de su cátedra llamada por Sanz para dedicarse a la política; en 2008 y pese a su conocida buena relación con María Dolores de Cospedal no marchó al PP sino que permaneció en UPN donde el mismo Sanz, quizás a cambio o quizás sólo por casualidad, la avaló como su sucesora. Como Catalán, habla de «defender nuestra tierra de la obsesión nacionalista por anexionarnos a esa quimera que denominan Euskal Herria y sobre todo, por la defensa de la identidad de Navarra y de nuestro autogobierno«, quizá con más visión de la política nacional y menos localismo y pudor al hablar de España. Como Catalán, no quiere ser la culpable de la ruptura («He buscado el consenso y el entendimiento al máximo y hasta el final«). Y como el corellano, tiene sus apoyos, aunque quizá más entre los afiliados de base más recientes, los de la capital y con más estudios… lo que en Navarra, donde hay más enfermeros, peritos, maestros y bancarios de ventanilla que titulados superiores en la cosa pública, tampoco es ninguna garantía. El alcalde de Pamplona, Enrique Maya, considera que «la mejor candidata» a la presidencia de UPN es Barcina. Será una lucha dura, en la que aparentemente Catalán lleva algo de ventaja.
Yolanda Barcina tiene en cambio un poderoso instrumento político a su favor. Es presidenta del Gobierno de Navarra hasta el final de la legislatura, salvo que triunfe una moción de censura o salvo que ella misma dimita, dando lugar a una nueva sesión de investidura o a unas elecciones anticipadas. Y nadie en UPN desea un adelanto electoral, porque nada garantiza ni que el partido vaya unido a las urnas después de esta tormenta, ni que gane las elecciones, ni en todo caso que pueda formar Gobierno. UPN, desde 1991 y con la breve interrupción del 95-96, es un partido de poder cuyo futuro fuera del poder es dudoso, tanto como las condiciones de vida de muchas personas que se han instalado en el poder. Barcina puede en último caso convencer a su partido de que o se le deja dirigir a la vez partido y Gobierno como lo hizo Miguel Sanz o ella no estará interesada en defender el Ejecutivo sólo para que otros tomen las decisiones. Después de mí, el Diluvio.
Algo más, a la postre, refuerza la posición de Barcina. Si el mensaje de Alberto Catalán, clásico en UPN por lo demás, es que «o dejamos espacio a los socialistas o éstos se van con los vascos«, Barcina juega a la vez con dos cartas marcadas. Ella sabe que el PSOE no ha ganado apoyos rompiendo con UPN, de manera que muy difícilmente el PSN se aliará expresamente con los abertzales o aceptará su apoyo decisivo para formar Gobierno, a menos que una crisis política total les de la excusa para hacerlo. Catalán cree que, con concesiones, los socialistas aceptarán un Gobierno dirigido ¿eternamente? por UPN; Barcina ve que los socialistas «volverán» sin que haya que darles más, y que entretanto siempre podría suceder un resurgimiento del PP navarro que pueda servir en el futuro para configurar una mayoría de otro tipo. Ni UPN, ni PP, y ni siquiera el PSOE, pueden permitirse ante su masa social ser «los que trajeron a los vascos».
Roberto Jiménez dirige su partido con mano de hierro… por ahora. De estos días es la expulsión de un afiliado por criticar en internet al líder del PSOE navarro, un gesto a la vez de intolerancia y de debilidad que certifica la falta de rumbo entre los socialistas. En los pueblos, la meta es el poder local; en lo regional, la mayoría sigue convencida de que el camino del poder es UPN y sólo una minoría se lanzaría en brazos de Geroa Bai, Nafarroa Bai y demás. Haría falta aún más división en la derecha para hacerlo viable; sin descartar desde luego que una gestión torpe del centroderecha en los meses por venir genere de verdad ese temido escenario. Básicamente, los abertzales necesitan al PSOE para tener Navarra; el PSOE necesita a UPN para tener Navarra o en su defecto una hecatombe aún mayor en la derecha (rupturas, escándalos, trifulcas, pataletas, micrófonos y sobres en UPN y PP) y usar entonces a los abertzales; pero UPN, aunque una parte lo crea, no necesita al PSOE tan imperativamente. Al menos mientras exista la posibilidad futura de un PP que haga lo que en 2008 Barcina no quiso contribuir a hacer.
Pascual Tamburri Bariain
El Semanal Digital, 18 de febrero de 2013, sección «Ruta Norte».
http://www.elsemanaldigital.com/blog/ahora-derecha-dividida-izquierda-paralizada-127261.html