Por Pascual Tamburri Bariain, 10 de marzo de 2013.
Publicado en La Gaceta.
Asesinado hace casi cuarenta años, Pier Paolo Pasolini es aún un referente en la cultura europea contemporánea. Citado, pero no seguido; mencionado, pero no estudiado. Quizá era demasiado para su tiempo, o demasiado poco; quizá su profundidad y sus mismas contradicciones lo hacían tan indeseable para el centro al que detestaba como para la izquierda a la que decía pertenecer.
Ya en vida de Pasolini, centro e izquierda se pusieron de acuerdo en toda Europa para cambiar el sistema educativo. Modernizarlo, decían. Hacerlo igualitario y por tanto más justo, decían, y Dios sabe cómo habían llegado a semejante nexo ‘lógico’. Todas las reformas educativas desde 1968 han ido en la misma dirección: menos exigencia a estudiantes y docentes, menos contenido, menos esfuerzo, menos o ninguna valoración del mérito. Igualación sí, pero por abajo; es lo que ahora llaman heterogeneidad e integración.
La izquierda ha conseguido mucho con esta revolución, humillando primero y destruyendo después tradición, jerarquía y disciplina. El centro burgués ha impuesto a todos su idea materialista de utilidad, haciendo creer que educamos para ganar más dinero, para producir y poseer más beneficios y dejando el resto del contenido ideológico a los hijos progres del 68. Sobre ese contenido se funda el sistema fracasado, caro y corrupto que José Ignacio Wert quiere cambiar y sus enemigos defienden.
En su última entrevista, concedida la víspera de su muerte, Pasolini defendía que los ‘explotados’ ahora “quieren ponerse en el lugar de los explotadores, todos son ahora víctimas y verdugos por culpa del mismo sistema de educación [que forma para] poseer y destruir”. Y la pregunta es, aún hoy, décadas después y mil quinientos kilómetros más al Oeste, ¿para qué forma el sistema educativo español?
Por Pascual Tamburri Bariain, 10 de marzo de 2013.
Publicado en La Gaceta.