Por Pascual Tamburri, 12 de marzo de 2013.
Juan Carlos I es mucho más parecido en su físico, en su acción política y en sus mismas enfermedades a algunos antepasados lejanos que a su familia más cercana. Y no es una buena noticia.
Se ha hablado mucho estos meses, lógicamente, de las enfermedades del Rey de España, de su constitución física, de su evolución con los años. Y también, no menos lógicamente, de sus afectos y desamores, de sus negocios y sus rentas, de sus parentelas queridas y rehuidas. Más que males y casualidades, el comportamiento de Su Majestad y de los suyos ha hecho casi todo lo posible, ya en los últimos años, para destruir los fundamentos del juancarlismo oficioso: tenemos una monarquía que ahora mismo ni demuestra su utilidad y eficacia, ni certifica que las haya tenido en el pasado, ni garantiza su austeridad y honestidad, y sobre todo que, tras décadas remitiéndose al «rey que quiere el pueblo español» no sabe qué decir cuando el pueblo español no quiere este rey ni quizás otro. Falla algún nexo lógico en todo esto.
Huérfana de todo lo que le ha dado aparente lustre estas décadas últimas, la Corona tiene el refugio de la historia. Ya no vale como se ve –por imprudencia o decisión, nunca lo sabremos- el obligado juancarlismo. Ya no basta sin cambios la corona constitucional, intocable e irreformable. Y por supuesto ya no vale la corona franquista, que don Juan Carlos recibió y usó pero de la que renegó cuando le convino. En realidad el único origen que el Rey no ha rechazado (aún) para su corona y para poderla legar a sus hijos es el de la sangre y la historia. Origen cuando menos problemático si se consideran las vicisitudes de la familia Borbón en el siglo XX; y origen que en último caso haría derivar su majestad de dos personajes no precisamente benéficos de nuestra historia que son a los que más parecido tiene don Juan Carlos I. Un parecido, por cierto, no sólo físico aunque también.
España tuvo la dudosa suerte de que el reinado de Carlos III terminase (1788) al empezar la Revolución Francesa (1789). Mal momento sin duda para estar gobernada, con poderes absolutos, por dos reyes con la inteligencia y la fuerza de voluntad de Carlos IV y su esposa María Luisa de Borbón Parma, hasta 1808, y desde comienzos de la invasión francesa por un galán de la apostura, la moderación y la hombría de bien del hijo de ambos Fernando VII. Con esos mimbres hubo que hacer el cesto de nuestra independencia nacional, de nuestra transición al nuevo régimen liberal y de la fallida defensa de nuestra dimensión imperial oceánica. Pocos y malos mimbres, para eso y para casi cualquier otra cosa.
Carlos IV, tras ejecución de su primo Luis XVI (1793) implicó a España en la Guerra de la Convención (1793-95) contra la Francia republicana, que terminó en derrota; tras ésta, y más por intereses familiares que nacionales, España cambió de bando. Ya entonces, un rey de España, Carlos IV, dividió a su propia familia, Corte, Gobierno y país en torno a las políticas por él y su ministro elegidas, más por sí mismo y los suyos que por España. Un sentido patrimonial del Estado en un Borbón más que maduro, renqueante y extremadamente hormonal.
Enemistados con Inglaterra y sin ayuda eficaz de Francia, con una nobleza apoltronada o afrancesada, tras la derrota de Trafalgar (1805) y el tratado de Fontainebleau España perdía los instrumentos para conservar el Imperio americano y hasta para preservar su propia independencia en Europa. La misma familia Borbón se dividió en torno a la idea de huir a América de la invasión francesa, de manera que un golpe de Estado forzó la abdicación de Carlos IV en su hijo. Siempre he dudado, al menos en aspecto, a cuál de los dos se parece nuestro rey. Sigo sin saberlo, pero en actitudes no cabe duda de que son de la misma familia.
En Bayona padre, madre e hijo compitieron en villanía ante Napoleón, quien recibió de ellos –que eran en teoría depositarios de una legitimidad sagrada- las más abyectas humillaciones. Allí primero y en los dorados ocios de don Fernando y don Carlos María Isidro –destinado a dar nombre a tanto heroísmo inmerecido- en Valençay después se certificaron algunas tradiciones familiares. Tradiciones de esas que avergonzarían a cualquier familia, como la codicia, la mentira, la traición, la lujuria, la doblez y la ignorancia. Pero que en semejante familia eran ya entonces razón más que sobrada para llamarlos felones y mantenerlos alejados de la soberanía española. No se hizo, y así fue nuestro siglo XIX.
El regreso triunfal de Fernando VII a España no tuvo en cuenta que él había entregado España a los franceses, y a su regreso derogó la Constitución, restableció el absolutismo que había hecho posible la invasión, marginó a los que habían hecho posible la independencia y privilegió a una corte de aduladores. El gobierno absoluto se demostró incapaz de mantener el orden, de reconstruir el país o de reconquistar América, pero en cambio conservó el beneplácito de Fernando VII, antes el Deseado, luego el Odiado: personalismo, prepotencia y sectarismo de uno de los personajes más odiados de nuestro pasado.
Fernando VII traicionó a todos, a los absolutistas al jurar la Constitución en 1820, a los liberales al traicionarla en 1823, de nuevo a los absolutistas al dejar la corona a su hija Isabel y no a don Carlos. De Carlos III salió una España imperial y poderosa, con todos sus defectos; de su nieto salió una España dividida, corrupta, varias veces traicionada, pospuesta a los intereses y el lucro personales y familiares, y todo ello sin el menor pudor, es más con orgullo. Qué suerte que nuestra monarquía, aunque biológicamente descienda de estos personajes, no haya nacido de ellos. Y qué suerte que, pese a haber vivido en simbiosis con un sistema político partitocrático y corrupto, sea anterior a éste. ¿Y cómo así? Porque don Juan Carlos es Rey, aún hoy, por voluntad del anterior Jefe del Estado; lo cual le supone algunos problemas de comunicación, es verdad, pero pocos en realidad si se considera a sus felones antecesores y sus actitudes desleales, y no digamos si se piensa en la corrupción. En fin, mal momento para ser Borbón.
Pascual Tamburri Bariain
El Semanal Digital, 12 de marzo de 2013, sección «Ruta Norte».
http://www.elsemanaldigital.com/blog/parecido-escandaloso-familia-dice-muchas-cosas-127709.html