¿Para qué seguir a Bergoglio si «todas las religiones son iguales»?

Por Pascual Tamburri Bariain, 29 de marzo de 2013.

La Iglesia del siglo XXI vive circunstancias nuevas. Pero es la misma Iglesia Romana de siempre. ¿Dónde están los límites entre tradición y modernidad, entre religión y política?

Gustave Bardy. La conversión al cristianismo durante los primeros siglos. Encuentro, Madrid, 2012. 327 pp. 20.00 €.


Gabriel Elorriaga. Sed de Dios. Religión y política en el siglo XXI. Península, Barcelona, 2012. 208 pp. 19,99 €.

La elección del papa Francisco volvió a plantear en la opinión pública la posición de la Iglesia Católica y de su pontífice en el mundo moderno, un debate que Benedicto XVI deja intelectualmente más que encauzado pero que ahora tendrá otro pastor y otro estilo a su frente. Se trata, nada más y nada menos, que de convertir o reconvertir al cristianismo a todo el orbe, una empresa que sólo es comparable en envergadura a las conversiones de los cinco primeros siglos de nuestra Era. Quizá por eso tenga más sentido que nunca retomar con el profesor Gustave Bardy su obra clásica sobre La conversión al cristianismo durante los primeros siglos, que reedita Encuentro.

Decía George Orwell que «en una época de engaño universal, decir la verdad es un acto revolucionario«. Y la verdad es que nuestra época, como ha dicho ya varias veces el papa Francisco siguiendo –como no podía ser de otro modo- a Benedicto XVI, es la de un cambio decisivo. Como en los primeros tiempos de la era cristiana, un mundo desvertebrado, confuso entre la nostalgia de lo que no volverá y la desesperanza de un futuro oscuro, está listo para recibir un Evangelio que dé sentido y contenido a la vida de miles de millones que lo han perdido. ¡Incluyendo cientos de millones de teóricos cristianos! Por eso es oportuno entender cómo esa verdad revolucionaria, inicialmente incomprensible y rechazada, impregnó Roma y se impregnó de Roma. Lo que Bardy cuenta del pasado es el modelo de lo que Francisco quiere para el futuro… ya que no es igual creer que no hacerlo.

La clave del asunto es que, efectivamente, nuestros antepasados se convirtieron al cristianismo; no a un buenismo indefinido, no a un código ético, no a la militancia en una ONG (como hizo notar el papa Francisco en una de sus primeras intervenciones, en tres de las cuales incurrió en la incorrección política de mentar ¡al Demonio!), sino concretamente a la fe revelada en Jesucristo, Dios y Hombre, con todo lo que implica. Una muestra reciente del sesentayochismo aplicado a la religión la ha dado A.C. Grayling, con su El Buen Libro. Una Biblia humanista, publicado por Ariel, en lo que no deja de ser un intento de rescribir una Biblia sin contenidos específicamente cristianos, ni por lo demás judíos, musulmanes o paganos. Las neo-religiones materialistas a las que se enfrenta el cristianismo del siglo XXI son, ante todo, inmanentes y presumen de ser progresistas; lo que no son, estrictamente hablando, es religiones. Lo triste es que no sólo se trata de que los ateos, los paganos y los creyentes en otras religiones se conviertan, sino también e incluso antes de que lo hagan los mismos católicos empapados de modernidad, y por tanto de escepticismo, de indiferentismo o en el peor de los casos de sesentayochismo eclesial y liberacionismo – valga el también recién aparecido Otra teología es posible. Pluralismo religioso, interculturalidad y feminismo, de Juan José Tamayo para Herder, como ejemplo del muy difícil punto de partida al que se han tenido que enfrentar los tres últimos papas. Aun contando con la claridad de ideas del anterior y la capacidad de gestión del actual.

Conversión sí, pero ¿a qué?

Gabriel Elorriaga, no exactamente desde la ortodoxia católica, tiene claro que precisamente el mundo de hoy tiene «sed de Dios«, pese a llevar décadas alejándose de la manera tradicional de religación. Acaba de decir Carlos Rodríguez Braun en Libertad Digital que «el capitalismo no es una religión«, y no cabe duda de que formalmente tiene toda la razón. Pero el mundo en el que vivimos es la prueba de que el capitalismo (que no tiene dios ni dioses, ni deja de tenerlos, pero sí implica una visión del mundo, unos valores y unas prioridades) es capaz de llenar en la vida de las sociedades occidentales u occidentalizadas espacios antes reservados a la Iglesia y la fe; y en ese sentido sí tiene su razón Juan Manuel de Prada, que lo ha recordado en muchos sitios, entre otros en ABC.

Y es que la cuestión es que el cristianismo ha vivido una crisis en las últimas décadas, no la primera ciertamente (como Elorriaga recuerda citando al cardenal Newman); después de ella, o mejor dicho durante ella, se plantea el problema en el que Elorriaga centra su libro publicado por Península: se reconoce a sí mismo «más preocupado por la terrenal convivencia de los seres humanos sobre su planeta que por lo que pueda pasar en dimensiones extraterrestres fuera de nuestro alcance«. A la vez sin embargo se plantea la cuestión de la trascendencia, que ni el socialismo ni el liberalismo ni otras formas de materialismo moderno consideran relevante: «el ser humano, desde que existe como diferente a todas las formas de vida que le rodean, incluso a las que biológicamente pueden considerarse sus antecesoras, se caracteriza por su capacidad para hacerse cuestión —y cuestión clave— de lo que pudo existir antes de que él existiese y de lo que puede existir más allá de su vida sobre la tierra«. Incluso olvidando las ahora incómodas formas tradicionales de religación, hay en nosotros una incomodidad innata con la inmanencia, con el fijar en lo material y terrenal (llámese placer, llámese revolución, llámese beneficio y riqueza) el único fin de la vida.

Puede que la fe vivida tradicionalmente sea incómoda. Pero vivir sin ella, a poco que uno mire más allá de su bolsillo, es aún más incómodo. Elorriaga acumula preguntas y respuestas, certificando que unas y otras existen aunque sin dar una definitiva, en la que quizá no crea. Estoy seguro en cambio de que se sintió reconfortado al escuchar al papa Bergoglio citar a su propia abuela el Domingo de Ramos, porque hemos de estar de acuerdo en que «el sudario no tiene bolsillos«. Lo cual es una premisa ascética para hacer imprescindible una forma nueva de mística que responda a un problema que no es ni nuevo ni viejo sino consustancial a los humanos –y que crea graves dificultades a las visiones del mundo que lo ignoran.

Claro es que antes conviene saber y delimitar qué es la mística, para evitar incurrir en el universalismo de las Voces de la Mística de Javier Melloni (recién salido también en Herder). Puede que la mística cristiana no haya sido atractiva en las décadas y aun siglos de la próspera modernidad, pero hay que entender que Platón, san Agustín, Lutero o Tolkien, por ejemplo, ni son místicos en el mismo sentido; hay una conexión indudable entre todas las percepciones humanas de lo divino, sí, pero eso no convierte lo falso en verdadero ni lo verdadero en indiferente, sino que quizá el cristianismo tenga que saber conservar lo permanente y ofrecerlo como respuesta en un mundo sin esperanza. Que en cierto modo es la desesperanza la que une nuestro tiempo y el primer cristianismo.

Aunque estemos en el siglo XXI, aunque las formas de la espiritualidad han ido cambiando, lo cierto es que muchas de las cuestiones que han preocupado a todas las religiones en todos los tiempos siguen presentes en el catolicismo de 2013. Almuzara acaba de publicar el Tratado de Demonología (De Prometeo a Malak Tâwûs, de Ahrimán a Iblîs) de José F. Durán Velasco, que escandalizará a muchos justamente por eso: porque, contrariamente a lo supuesto e impuesto desde de los distintos progresismos eclesiales, no todo es bondad en el Universo. Y eso es algo que Benedicto XVI dijo y explicó y que el papa Francisco tendrá de ocasión amplia de afrontar.

Seguramente la abdicación de uno y la elección del otro ha estimulado la publicación de libros religiosos, un sector que como se ve en España siempre tiene indudable fuerza. Pero las circunstancias en las que se está verificando esa transición nos hacen recordar por un lado viejas cuestiones espirituales y dogmáticas suyo olvido se ha asociado a la mundanización de Occidente, y por otro los viejos caminos de la conversión y la evangelización que nuestros antepasados ya recorrieron hace dos milenios o poco menos; lo cual implica nuevos estudios y nuevas ediciones que casi ya ni esperábamos, como la edición de las Confesiones de san Agustín, que Alianza ha hecho sobre la traducción y estudio de Pedro Rodríguez de Santidrián. Oportuno sin duda en este contexto pascual, como lo son las reflexiones de Elorriaga y la reedición de Bardy.

Pascual Tamburri Bariain
El Semanal Digital, 29 de marzo de 2013, sección «Libros».
http://www.elsemanaldigital.com/para-seguir-bergoglio-todas-religiones-iguales-128024.htm