Por Pascual Tamburri Bariain, 12 de abril de 2013.
El paraíso soviético, con o sin Stalin para descargar en él los ‘errores’. El paraíso de la zona gubernamental en la guerra civil, con o sin los ‘facciosos’ a los que culpar.
Joshua Rubenstein. León Trotsky. Una vida revolucionaria. Traducción de Ricardo García Pérez. Península – Atalaya, Barcelona, 2013. 248 pp. 23,50 €. E-book 18,99 €
Joan Serrallonga, Manuel Santirso, Just Casas. Vivir en guerra. La zona leal a la República (1936-1939). Introducción de Joan Serrallonga. UAB, Barcelona, 2013. 256 pp. 20,00 €.
Algunos todavía recordamos a Paul Preston, el divulgador hispanista inglés que había dedicado su vida a escribir y describir nuestro siglo XX desde el punto de vista no ya de un demócrata sino de un militante del bando republicano en la Guerra Civil de 1936. Su Franco, bien documentado, fue decididamente una obra de parte; sus historias de España fueron siempre un simpático relato de buenos y malos. Más de una vez nos había contado cómo la España «republicana», después de empezada una guerra de la que por supuesto tenían culpa sólo las derechas, fue una especie de Paraíso en la Tierra con muchas luces y pocas sombras (culpa de Franco además). Más de una vez, más o menos brevemente, ha negado que hubiese persecución política, social y religiosa en la España de Largo Caballero y de Negrín, algo que sólo existió –cuatro tétricas décadas, eso sí- en la de Franco. La Unión Soviética, la mayor democracia del mundo. Y ahora resulta que el mismo Paul Preston llama al difunto Santiago Carrillo El zorro rojo (en Debate), y afirma que fue «organizador» de una matanza de Paracuellos que de repente sí existió (¡vaya por Dios!), además de ser un estalinista convencido y de traicionar y engañar sucesivamente a todos, a su padre Wenceslao, a Jesús Monzón, al Campesino, a Enrique Líster, a Francisco Antón, a Fernando Claudín, a Jorge Semprún, a Ignacio Gallego, a Dolores Ibárruri…. Después de años identificando antifranquismo y maravillas democráticas, resulta que el líder del PCE era como Franco en «el afán por reinventar su pasado y la crueldad«, egoísta y ambicioso, y que carecía de honestidad y lealtad. Además de un dictador, que ya lo decía antes de la revolución de 1934, «si este Gobierno, entregado a las derechas, no rectifica, serán estas Juventudes las que asalten el poder, implantando su dictadura de clases«. Muy poco demócrata, el bondadoso abuelito.
Historiar es revisar, cierto es; así es la investigación. Pero demasiadas veces cambios radicales de interpretación responden a intereses políticos o económicos. Carrillo, antes bueno, ahora malo. Stalin, antes bueno, ahora excusa de todos los males. Trotsky, primero héroe, luego villano, luego héroe… Quizá en este sentido la biografía de León Trotsky escrita por Joshua Rubenstein y publicada ahora por Península en España sea una excepción interesante y esperanzadora. Aunque Rubenstein se enamora hasta cierto punto de las virtudes de su biografiado, especialmente de su currículum prerrevolucionario que le lleva desde ser un judío ucraniano a un líder revolucionario mundial, con experiencia, formación e inquietudes intelectuales constantes, no ignora sus defectos o, digamos, sus otras cualidades, que describe sin reparos. Trotsky, como marxista ferviente y leninista tardío, defiende la idea de una revolución constante y la asocia al terrorismo revolucionario. No es Stalin el que inventa el terror, no es el estalinismo la parte cruel de la revolución, es Lenin quien la hace nacer así y Trotsky quien la empieza aplicar, y el comunismo sigue siendo allí donde vive de la única manera que ha existido el socialismo marxista: asesino de millones, torturador de masas, genocida de pueblos, manipulador de la realidad, creador de su propia imagen basada en la mentira.
Con Rubenstein puede aprenderse mucho más sobre el comunismo, gracias a su honestidad: si «la guerra, como la revolución, se fundamenta en la intimidación«, y él aplicó la consigna sin miedo y sólo reprocho a Stalin su personalismo y su falta de formación, hemos de deducir que con el liderazgo del judío en lugar del georgiano tanto la URSS como el comunismo y todos sus aliados habrían sido iguales en su violencia aunque distintos en sus formas y su expresión intelectual. Trotsky quiso cambiar el mundo que conocía y no tuvo ningún escrúpulo moral en los medios necesarios; tampoco Lenin, ni Stalin. Los mismos trabajadores eran un instrumento, en el mejor de los casos, o una excusa en el peor: lo crucial era destruir un orden y crear otro que se soñaba utópicamente mejor. «Será posible que la mujer salga de la esclavitud, que hombre y mujer se dediquen seriamente a armonizar su propio ser y obtener belleza de los movimientos de su cuerpo. Que por medio de la técnica se acabe con la rutina bárbara de su trabajo y por medio de la ciencia con la religión. Será posible reconstruir sobre bases diferentes la vida familiar tradicional. Tratar de ser dueño de sus propios sentimientos. Todas las artes darán a este proceso una forma sublime. Las formas de la existencia de la especie humana adquirirán una forma dinámicamente dramática. El hombre común se elevará a las alturas de un Aristóteles, un Goethe o un Marx«. Casi nada.
Este retrato de Trotsky, con ser esencialmente positivo, es a la vez sincero. Todas las contradicciones del personaje son también las de su ideología y las del sistema político totalitario creado sobre ella –el único socialismo marxista-; puede haber buenas intenciones en algunos marxistas, como seguramente las hubo en el Trotsky joven, pero el comunismo por definición es ajeno a la libertad, totalitario y cruel. No son éstas casualidades, ni son errores, ni son desviaciones, sino que son parte de su naturaleza. Muchas personas, a lo largo del tiempo, han excusado los defectos del modelo con las desviaciones personales de unos o de otros, y Rubenstein no cae en ese error, lo que lo hace más interesante de leer en 2013. Como Santiago Carrillo demostró en su larga carrera como líder comunista, la única verdad para un militante es la del partido, de manera que el español comparte con Lenin, con Stalin y con el mismo Trotsky la responsabilidad de crear, defender y expandir un régimen totalitario que en conjunto es el más cruel de la historia de la humanidad, desde Petrogrado a Kampuchea y desde la España de Negrín a la Corea del Norte actual. Sólo que Trotsky tuvo la suerte póstuma de tener primero a un George Orwell que explicase al mundo la verdad y luego a este interesante Rubenstein, mientras que Carrillo por ahora tendrá que conformarse con Preston. Hasta que cambie de opinión ora vez, claro.
El largo camino entre lo que sucede y lo que se quiere dejar en el recuerdo
En realidad, hoy necesitaríamos a George Orwell para comprender el sentido y el valor de este libro que presentan tres docentes e investigadores de Historia Contemporánea de la Universidad Autónoma de Barcelona. No cabe duda de que los doctores Joan Serrallonga, Manuel Santirso y Just Casas saben del asunto, conocen la época y manejan con facilidad la documentación de parte de la que disponen. En ese sentido su trabajo es el derivado para todos los públicos, de alta calidad, de un largo trabajo científico. Ahora bien, como muchos trabajos académicos y divulgativos de nuestros contemporaneístas (y no sólo), tiene un lastre en sus bodegas que le hace difícil la navegación que no sea de cabotaje. A tres cuartos de siglo de aquel desastre nacional, hablar sin pudor y como una verdad revelada de «facciosos» y de «legitimidades», sabiendo lo que sabemos sobre la vida de España entre 1931 y 1936, y más 1939, impide un acercamiento objetivo y por tanto realista a lo que sucedió.
Lo que en este libro se afronta, en realidad, está bien tratado, y seguramente hacía falta una descripción accesible de la vida diaria de la España que siguió gobernada por el Frente Popular entre 1936 y 1939. Una vida con enormes dificultades materiales y políticas, y también con la ilusión, no ya de uno sino de varios procesos revolucionarios emprendidos en distintas zonas y de distintos modos por los varios grupos que coaligados luchaban por otro lado contra la coalición franquista. Buenas fuentes y experiencia al comunicar por parte de los autores hace de ésta una obra de innegable interés.
Ahora bien, quizá el problema radique en lo que no se afronta. Por un lado lo que se da por hecho sin ser así, como es la existencia de unos «buenos» casi celestiales y de unos «malos» casi diabólicos, así como la afirmación acrítica de la existencia de un bado democrático y otro contrario a la democracia. Lo cierto es que ninguno de los dos bandos era, ni quería ser, una democracia, ni en las formas, ni en el fondo, aunque sí en la democracia. ¿Pero vamos a creer en 2013 una parte de la propaganda y a rechazar la otra, como si el proyecto comunista, o el socialista, o el anarquista, o el trostkista, respondiesen en al vida diaria del 36-39 a la democracia formal y deteriorada instaurada en 1931? La historia de la guerra, y de la vida cotidiana en ella, es la de dos Españas con ilusiones, miedos y metas diferentes, cada una de ellas con su organización, sus disidentes, sus enemigos y sus proyectos… teniendo en común que ninguna de las dos era una democracia. Salvo que seamos capaces de creer también que la URSS de 1938, la RDA de 1978 o la China de hoy son democracias por el hecho de decir ellas mismas que lo son. Así como la España de Franco fue en parte reaccionaria y en parte fascistizante, la España de Negrín fue toda ella el territorio de varias revoluciones que hay que conocer, en todos sus aspectos.
Por eso hay que recordar, más que nunca a George Orwell; por supuesto, al partidario del leninismo que firmó el Homenaje a Cataluña, pero también al que –como trostkista él mismo- se sirvió de su experiencia real en la España republicana real para escribir después tanto Rebelión en la Granja como 1984, un hecho a menudo olvidado. No se puede desde luego olvidar la represión política, social, cultural y religiosa en la España «leal», y hacerlo generaría o genera un retrato totalmente distorsionado de la vida diaria en aquella parte de España porque oculta un hecho decisivo tanto en el fracaso organizativo de esa parte de España (la más rica y poblada en 1936) como el éxito logístico y propagandístico de la otra… que sólo creyendo hoy la propaganda soviética de ayer podemos atribuir a la intervención extranjera. Lo que no debemos perder es la esperanza; quizá pronto, del mismo modo que Preston ha descubierto al Carrillo real (al menos en cierta parte), se pueda hablar –cuando hablemos de la vida en la España «leal»- de la revolución en la Barcelona anarquista, de la posterior represión de los anarquistas, de la supresión del POUM, de la desaparición, tortura, desollamiento y muerte de Andreu Nin… y antes que eso, ya puestos, de esas decenas de miles de crueldades a las que, si quieren ustedes, pueden poner el relato y el rostro del obispo de Barbastro. Que ayude desde donde esté a los que hayan de contar, entera, la vida y la muerte en aquella España cruel y ensoñadora.
Pascual Tamburri Bariain
El Semanal Digital, 12 de abril de 2013, sección «Libros».
http://www.elsemanaldigital.com/todos-animales-iguales-menos-paraisos-siglo–128290.htm