Del cortijo catalán al manicomio andaluz, en la España arruinada

Por Pascual Tamburri Bariain, 31 de mayo de 2013.

Ilusiones, energías y esperanzas de los españoles arruinadas por las autonomías. Corruptos, sí, independentistas, también, y los políticos en general nuestras las regiones.

Ramón de España. El manicomio catalán. Reflexiones de un barcelonés hastiadoLa Esfera de los Libros, Madrid, 2013. 200 pp. 19 €.


Marta Jiménez y Elena Medel. Córdoba 2016: el viaje a ninguna parte. Prólogo de Ramón Jahanbegloo. Almuzara, Jaén, 2012. 269 pp. 19 €.

Javier Montilla ha escandalizado a su tierra natal con Los muros de Cataluña (Anaya, 2013), un desmontaje sistemático de los mitos sobre los que sustenta el nacionalismo catalán; no de su historia, sino de el entramado que el mismo nacionalismo ha generado desde el gobierno regional y que, a modo de tautología, le ha permitido propagar la Buena Nueva y además, como quien no quiere la cosa, crear una amplia casta corrupta que va mucho más allá de la oligarquía dirigente. No es que, como dice Alejo Vidal-Quadras «muchas personas se [hayan] tenido que exiliar para no aguantar a los nacionalistas» [en Cataluña], es que desde la transición a la democracia un modelo concebido inicialmente para satisfacer a una parte de la burguesía catalana políticamente organizada ha terminando creando problemas similares (identitarios y de corrupción, en simbiosis) en toda España. Pero Cataluña sigue siendo el banco de pruebas, la proa del experimento.

Montilla ha tenido el acierto de publicar el libro de un resistente que se enfrenta a uno de los grandes problemas constantes de los nacionalismos segregadores. El independentismo de Artur Mas no es «culpa» de España por no haber concedido antes más autonomía, más facilidades, un convenio fiscal foral o qué sé yo; al revés, son décadas de concesiones y de asunción de que algo se debía al nacionalismo las que han hecho a éste fuerte (además de rico). Y ahora estamos ante un problema en parte parecido al del Ulster a comienzos del siglo XX (con la diferencia de que Cataluña ni es Irlanda ni jamás ha sido ni nación ni Estado): si triunfa esta «maquinaria de ingeniería social… casi perfecta«, seguirá habiendo en Cataluña una cohorte de catalanes y españoles, ajenos a la ficción identitaria, con los que España tendrá una deuda. Por supuesto que la alternativa es otra, aún ahora, incluso tras décadas de derrotas y humillaciones: denunciar la falsedad de las premisas nacionalistas, señalar el engaño colectivo y, de paso, hacer notar la corrupción inherente al nacionalismo y al liderazgo nacionalista, tan connatural al mismo como la ineficacia administrativa y el mal servicio a la comunidad. Quizá a quien no convenza la razón convencerá el interés, y nos ahorraremos ver a Mariano Rajoy o a uno de sus sucesores cercanos recurriendo al artículo 155 de la Constitución, o a normas aún más drásticas.

El manicomio catalán

No ha sido Javier Montilla el único en señalar la gravedad de adoctrinamiento, lengua, escuela, medios de comunicación empezando por TV3… y todo el aparato empresarial y de servicios públicos, todo, todo en manos nacionalistas. Tres décadas de nacionalismo, empezando al menos con Jordi Pujol, dan para mucho y para más. Lo que ha hecho Ramón De España en La Esfera de los Libros es algo diferente. El manicomio catalán pone un toque de humor, o si se quiere de hastío, en la descripción del pujolismo y sus secuelas. No es un análisis científico de eso que ahora llaman la ´gobernanza´ catalana, sino algo profundamente más útil: se trata de destapar las vergüenzas, que están en el modo de hacer las cosas aún más que en las cosas hechas.

Desde la transición, Cataluña ha sido gobernada contra toda lógica, o mejor aún según una lógica perversa. Para los nacionalistas, la patria lo vale todo, y en consecuencia el nacionalismo catalán no ha reparado en gastos para que su Cataluña, no la Cataluña real de la gente realmente existente sino la que existe en sus mentes, prevalezca. Si ha de ser con la independencia, adelante. Jordi Pujol impone aún su modo de hacer las cosas, así que si uno no es nacionalista no tiene derecho a considerarse plenamente catalán, y si no es catalán de nacimiento, y de origen, y de lengua materna, tendrá que ser catalanista para hacérselo perdonar. Sobre todo, si uno es catalanista, todo le es consentido, puesto que la patria es lo primero.

El catalanismo oficial se apoya en los partidos catalanistas minoritarios y, más curioso aún, predomina de un modo u otro también en los partidos no nacionalistas. Porque el pujolismo ha conseguido convertir en oficial su percepción de Cataluña, y por tanto si uno no es catalanista no tiene derecho a nada y si uno lo es no tiene leyes que puedan detenerle en nada. Con esta lógica y con la caja en manos del Gobierno regional (con la inestimable colaboración al efecto de los consentidores de Madrid, pues todos, todos, Suárez, Calvo Sotelo, González, Aznar, Zapatero y Rajoy han pagado en valores constantes favores efímeros y encima creían hacer un buen negocio), es normal que políticos, empresarios, sindicatos, instituciones culturales y hasta… clubes de fútbol sean ya meros títeres de las verdades permanentes reveladas por el catalanismo.

Con Ramón De España uno se vuelve pesimista mientras se ríe. Hay para reírse, porque afortunadamente el autor desborda gracia al contar su visión de las miserias consustanciales al nacionalismo catalán; y él cree, aunque no es obligatorio creer (¡faltaría más!) que la primera parte de la partida está perdida. Uno sólo puede opinar después de leerle. Eso sí, algo convienen tener presente: por grave que sea el saqueo corrupto de los políticos, no deja de ser el chocolate del loro: lo verdaderamente grave no es lo que se llevan a casa sino que mientras tanto estaban cambiando la identidad colectiva de los catalanes y aspirantes a tales sin que estallase la resistencia. Por ahora.

El cortijo andaluz y su fallida capitalidad cultural

Los «treinta años de subvenciones, enchufismo y despilfarro» no son monopolio del nacionalismo catalán ni de sus partidarios, sino que se han extendido a toda España. El «café para todos» de la UCD, que a algunos aún hoy se les hace tan genial, ha significado exactamente eso: la extensión a todas las regiones de España, más o menos, antes o después, pero a todas, de los vicios nacionalistas concebidos hace más de un siglo en y para Cataluña. Así lo ha explicado en detalle Agustín Rivera (La Esfera de los Libros, 2012), pero el fenómeno es tan amplio y profundo que si a alguien se lo hubiesen contado hace treinta años no lo habría podido creer. Nunca en la historia de España se ha producido una modificación administrativa tan profunda y tan costosa y a la vez con tantas repercusiones en la identidad de la gente. Lo que en un sitio son ITV en otro son ERE y en todas partes implican urbanismo, comisiones, cajas de ahorro, obras públicas, concesiones, nombramientos, oposiciones, amistades, construcciones innecesarias o innecesariamente caras: una espiral de gastos que en cada región percibimos como enorme e insólita, pero que afecta a todos. Y sí, lleva décadas gravitando sobre Andalucía y en manos del PSOE allí, pero ni es la única región ni es el único partido. Los ejemplos son inabarcables, implican toda nuestra vida en común de muchos años.

Quizá por eso es de especial interés un trabajo de investigación como el que nos ofrecen Marta Jiménez y Elena Medel, ´Córdoba 2016: el viaje a ninguna parte´ (Almuzara, 2016), un ejemplo concreto de muchos de los vicios que el sistema autonómico padece, de Canarias a Cataluña y de Murcia a Galicia. Durante diez años, Córdoba optó a la designación para la Capitalidad Cultural Europea en 2016. Las ilusiones populares se movilizaron, y también los recursos públicos, también los económicos. Hasta junio de 2011 Córdoba elaboró un proyecto cuajado, apto para cumplirse y para sacar a la ciudad de su rincón, también para recordar a todos lo que Córdoba fue, ha sido y es. Había elementos para pensar que la candidatura de Córdoba era la mejor, y para casi todos era sin duda la favorita, y lo había sido durante mucho tiempo. Había costado además mucho dinero, y energías, y tiempo, e ilusión.

Pero fue San Sebastián, en un excelente retrato de la España de las autonomías. Las ciudades compitieron unas contra otras, sus políticos se beneficiaron cada uno del proyecto que le afectaba, pero al final ganó quien políticamente, en la España de 2011, tenía que ganar: la capital guipuzcoana. Si uno quiere conocer el funcionamiento real de la España de hoy –justamente, de la España que malfunciona- necesita leer de Marta Jiménez y Elena Medel cómo Córdoba se quedó por el camino, porque aunque el nacionalismo se extiende a todas las comunidades no todas son iguales, ni están cohesionadas, ni sus políticos influyen igual, ni son igualmente generosas en A y en B, ni todas tienen la misma capacidad de chantaje. Si Andalucía es una «realidad nacional», como dice Valderas, tendrá «derecho a decidir», como aún defiende el magistrado Pascual Sala sobre el Estatuto con el que los catalanistas siguen insatisfechos. Pero es que nada basta: lo que uno debe saber en un país de múltiples nacionalistas es que nada basta nunca para ellos, y nadie está nunca a su egregia altura. Puede que San Sebastián supiese mejor que Córdoba en qué terreno se jugaba, y por eso ganó, y por eso a los vencedores no les importa la dolorosa historia que cuentan las dos cordobesas.

Pascual Tamburri Bariain
El Semanal Digital, 31 de mayo de 2013, sección «Libros».
http://www.elsemanaldigital.com/cortijo-catalan-manicomio-andaluz-espana-arruinada-129229.htm