Por Pascual Tamburri Bariain, 16 de junio de 2013.
Sólo si se contempla se entiende una imagen; y en una época llena de imágenes y de posibilidades, el problema de todas las artes es la prisa y la falta de una jerarquía estética.
Lorenzo de la Plaza Escudero (Coordinación e infografías), Adoración Morales Gómez (Textos) y José María Martínez Murillo (Dibujos). Pequeño diccionario visual de términos arquitectónicos. Cuadernos de Arte Cátedra, Madrid, 2013. 240 pp. 9,90 €.
Germán Huici. Entre miradas. Nota previa del autor. Elba, Barcelona, 2013. 108 pp. 12,50 €.
El pintor Antonio López dijo en 2010 que «vivimos en un tiempo de dudas, caos y penumbras, y el arte, como la política y cualquier otro aspecto de la vida, no se libra tampoco«; y las dudas y las sombras, especialmente por lo que se refiere a las artes, no han dejado de crecer. Quizás, en cierto sentido, llevan creciendo unas cuantas décadas, desde el momento en que –contra una tradición de milenios- se rompió la continuidad y contigüidad entre las escuelas y las artes, y a la vez se condenó toda hipótesis que implicase objetividad en la belleza y en la calidad de la expresión de las formas. Unas tendencias en las que, por cierto, Antonio López no tiene ninguna culpa, pero en las que ya han sido educadas todas las generaciones vivas y algunas muertas de europeos. Un tiempo de crisis en el que se niega la ignorancia en nombre de la relatividad universal; y en el que cerramos los ojos tanto al saber como a las formas y miramos –o nos enseñan a mirar- sólo desde prejuicios que impliquen negar nuestras raíces.
El Pequeño diccionario visual de términos arquitectónicos de Cátedra es una de esas joyitas con las que a veces nos sorprendemos. Hasta el advenimiento de esa moda ya apolillada a la que llamamos –por pura sumisión- «arte moderno«, las formas del arte europeo eran las que eran, las que habían sido durante milenios y con las que había sido posible expresar mundos, ideas y sentimientos muy diversos sin perder nunca la continuidad. En estas páginas, manejables, ilustradas con claridad pedagógica, nos reencontramos con sus nombres precisos, con su descripción, con todos esos elementos que han servido para construir y reconstruir espacios, sueños y belleza desde Mesopotamia a California, en esa Europa ideal que nunca ha aceptado ponerse límites pero que necesariamente pasa por Roma. Está preparado para servir a todos, al estudiante al que hasta ahora se ha privado de conocer todo esto, al lector curioso y al docente que necesita recordar lo que por desgracia cada vez usa menos. Al estar cada palabra traducida a las principales lenguas europeas (se echa de menos, para mayor perfección, el latín y el griego, pero a cambio los errores no son demasiados ni aberrantes) el libro va a gustar a muchos y va a poder servir a todos. Y las ilustraciones, la verdad, son una auténtica delicia por precisión y calidad.
No creo que ningún estudiante de Arte, de Historia o de Arquitectura pueda sinceramente no apreciarlo, ni tampoco sus profesores y desde luego los de lo que queda de enseñanza secundaria. Las formas no son algo indiferente, transmiten una visión del mundo y su elección y su combinación no es casual. Tampoco lo es el olvido, o el intento de olvido, de las formas europeas –clásicas o no- y la aparición de otras formas, sin raíces o con raíces ajenas. Ni lo es el olvido en los planes de estudio del conocimiento de las formas que durante muchos siglos nos son propias. Tengo la impresión de que este Cuaderno de Arte de Cátedra fue concebido por sus autores como un libro útil y bien hecho, pero sin ser conscientes de ir contra la corriente dominante –la indiferencia en las formas, el abandono de la tradición arquitectónica y artística. El resultado vale seguramente más de lo que ellos mismos creían en principio.
Quienes en cambio sabían muy bien lo que se hacían eran los gestores del arte en la España de Franco, que tan bien ha recordado Julián Díaz Sánchez en su la idea de arte abstracto en la España de Franco que publica también Cátedra. Mientras que el nazismo prefirió la simple involución reaccionaria (aunque masiva y a menudo brillante), ignorando el presente, mientras que el fascismo buscó por distintos caminos un nuevo clasicismo moderno que asumiese el presente pero no diese entrada a la negación de la tradición, el franquismo tuvo varias almas contradictorias. Y una de ellas, perfectamente consciente del valor ideológico de las formas, trató de potencia el arte abstracto, sin forma, justamente para hacer ver al mundo exterior que el régimen no era tan malo, que era o podía llegar a ser sumiso con las ideologías del mundo exterior. Curiosamente, así fue.
Hay que mirar al arte a la cara
Lo que Germán Huici intenta hacer en el librito que publica la joven y barcelonesa editorial Elba tiene mucho que ver con el debate inconcluso sobre la modernidad y las formas. ¿En un tiempo de prisas y de tan enorme y universal disponibilidad de imágenes, qué sentido tiene la pintura, y especialmente cómo la podemos entender? En diez textos breves, que unen las imágenes más brillantes de la gran pintura europea, de Caravaggio a Giorgione, de Correggio a Durero, pero también de Seurat a Renoir, Huici busca una salida a la obsesión por el exceso de la cultura de masas… que «embrutece en muchos sentidos a los individuos que la practicamos«. Huici no es un nostálgico de un arte muerto, sino un contemplador de imágenes que siguen vivas, que siguen comunicando, que esperan ser contempladas, no meramente vistas, para que sus mensajes sigan llegando a sus receptores, que somos nosotros.
Nosotros, los ex europeos, justamente necesitamos contemplar con serenidad y sin los agobios o los prejuicios del siglo, las imágenes que «nos» reflejaron a lo largo de los siglos y de su continuidad. Huici propone no una interpretación del un pasado muerto sino un modo de acercase a unas formas vivas y presentes. Pocos como él tienen hoy el coraje, políticamente incorrecto, de decir y firmar que «después de que la biología moderna y el cubismo profanasen la tradicionalmente sagrada integridad del cuerpo humano, los cuerpos del arte se han lanzado de cabeza al frenesí incontenible de su propia deconstrucción«, y esto hablando de «la posmodernidad, emancipado el arte de sus obligaciones para con la belleza, el ornamento y la grandilocuencia«. Huici es voluntariamente polémico, puesto que reabre puertas que oficiosamente se daban ya por cerradas, y sobre todo considera válidas las imágenes en sí mismas, no sólo por su masificación industrial actual.
«En la pintura la verdadera esencia de la imagen no se elude«; luego hay un arte permanente, un misterio constante que las imágenes preservan y a la vez transmiten; también unos valores que no son relativos aunque no se conozcan, que son susceptibles de diferentes miradas pero que no pueden ser ignoradas. Germán Huici hace pensar Entre miradas, y eso es mucho más de lo que hoy estamos acostumbrado a pedir de un artista, sean las que sean las artes a las que diga dedicarse.
Pascual Tamburri Bariain
El Semanal Digital, 16 de junio de 2013, sección «Libros».
http://www.elsemanaldigital.com/imagen-arte-instrumento-poder-vehiculo-ideas-129526.htm