Por Pascual Tamburri Bariain, 17 de agosto de 2013.
China es el país de moda. Potencia económica y crecimiento en todos los sentidos la hacen atractiva. Pero su pensamiento y su visión del mundo, incluso sin marxismo, son un mundo lejano.
Hubert Schleichert y Heiner Roetz. Filosofía china clásica. Klassische chinesische Philosophie. Eine Einführung. Traducción de Alejandro Peñataro Vuga. Herder, Barcelona, 2013. 416 pp. 32,90 €.
VV.AA. Poesía china (Siglo XI a.C. – Siglo XX). Edición y traducción de Guojian Chen. Cátedra – Letras Universales, Madrid, 2013. 520 pp. 13,10 €.
Para los occidentales de a pie, China ha pasado en menos de un siglo de ser una lejana tierra de misterio, fantasía y misión –lo que había sido desde antes de Roma y los Han hasta Mateo Ricci pasando por Marco Polo– a ser la tierra prometida del negocio capitalista. Entre medio, una espantosa y sanguinaria dictadura comunista, la peor de todos los tiempos y lugares, que no ha terminado salvo que consideremos que la verdadera libertad humana es la de mercado, pero de la que ya no se habla por respeto al sagrado lucro. En realidad, hay muchas Chinas como hay muchos tiempos en el pasado de China, pero hay una continuidad entre pasado y presente que nos sorprendería si no fuese porque es paralela a la de Europa. Y radicalmente distinta.
Todas las Chinas hasta hoy, con muy distintos matices y algunas excepciones, han tendido a ser y afirmarse eminentemente prácticas. Y del mismo modo, antes y después del confucianismo, siguiéndolo o negándolo, las ideas básicas de la civilización china han tendido al inmanentismo, o si se quiere a variadas formas de agnosticismo, de ateísmo o de materialismo. Con sus peculiaridades, incluso mucho de lo que en China se toma como debido a Buda no deja de ser una continuación de Confucio por otros medios, es decir un conjunto de formas culturales, de ritos, de tradiciones básicamente ajenos a la trascendencia.
Este asunto, que ha sido objeto de largo debate aún no terminado en Occidente, puede verse en su contesto histórico y filosófico gracias a la portentosa síntesis de Hubert Schleichert y Heiner Roetz que publica ahora Herder en España. Ciertamente nunca faltó la tentación o la duda de la trascendencia, pero la cultura de China en su tradición milenaria no se orienta a una realidad que nos supere sino a vivir con dignidad, o comodidad, o corrección, según se quiera, la vida presente. Y esto desde hace milenios y a través de múltiples escuelas de pensamiento que aquí conocemos en detalle; lo que hace más que sensato dar la razón póstuma a los jesuitas en la vieja cuestión de los «ritos chinos», ya que el ritual confuciano e incluso en gran medida el budismo chino no pueden ser tenidos como religiones en la medida en que son alérgicos a una divinidad trascendente. Y por tanto con un chino anclado en su sustrato cultural no se trata de convertirlo de una religión a otra, sino de llevarlo del vacío a la fe.
Un texto de gran importancia actual, cuando todos hablan de China como si sólo fuese un supermercado. Tal conclusión, que habría sido la natural en el cristianismo de siglos gloriosos y lo es aún en esos cientos de miles de misioneros y conversos perseguidos a muerte, ha sido revertida en los siglos XX y XXI por las versiones materialistas de Occidente, que han tomado a China como verdadera tierra de misión y de promisión. Tanto para el comunismo –aún hoy- como para el capitalismo, China es o puede ser un paraíso, en el que no hay una resistencia cultural vigorosa a identificar éxito, riqueza, placer, lujo, bienestar o poder con las metas de la vida. Individual y colectivamente práctica, y ¿materialista?. Entender eso nos ayudará a comprender a la vez la enorme distancia entre nuestras raíces culturales y las de aquel Oriente, y a valorar la enorme importancia de China y de la batalla en y por China si queremos de algún modo prever el futuro de los dos grandes colosos materialistas decimonónicos… y el de lo que vaya quedando de la civilización europea.
Que los grandes pensadores ortodoxos de una cultura sean ajenos a la trascendencia no convierte a esa cultura, ni mucho menos a todos sus portadores, en ajenos a la belleza, ni tampoco en definitiva a otras vidas superiores a ésta. Podría pensarse que las artes, y entre ellas más aún la poesía, no tiene especial cabida en un mundo que no ve más allá de sí mismo, y no digamos si su límite es el progreso, el lucro, el poder o la revolución social. China sin embargo, y lo vemos en la síntesis de diez siglos de poesía de Guojian Chen que reedita Cátedra, es en esto como en todo distinta de Europa, o si preferimos peculiar. Cierto es que las formas y los temas de la poesía china muestran una enorme continuidad, o si se prefiere rigidez, pero hay tres milenios de poesía que mientras demuestran un insalvable abismo cultural certifican a la vez la universalidad de los sentimientos humanos y de la belleza, pese a todas las tentaciones relativistas. En los siglos XX y XXI grandes poetas europeos y americanos, también pero no sólo Ezra Pound, han usado los temas y las formas de la poesía china para reverdecer o intentar renovar a su gusto la poesía occidental. En una época de grandes cambios, y de grandes crisis, no sabemos cómo seguirá esta historia peo sí sabemos que un europeo culto de nuestro tiempo no puede permitirse ignorar la historia, el pensamiento o la cultura de China. También porque refresca nuestras percepciones, aunque desgraciadamente enlace con facilidad su pesimismo antropológico –milenario- con el nuestro –distinto y, además, circunstancial. O eso esperamos.
Pascual Tamburri Bariain
El Semanal Digital, 17 de agosto de 2013, sección «Libros».
http://www.elsemanaldigital.com/fascinacion-desconocido-dudosa-moda-china-130665.htm