Las guerras marcan la Historia, de Sumer al 11-S y de Egipto a Siria

Por Pascual Tamburri Bariain, 6 de septiembre de 2013.

¿Es la guerra el mal absoluto? Pese a nuestra presunción ideológica, los contemporáneos seguimos teniéndola como parte de nuestra vida política. Y en eso Siria no es diferente.

Jeremy Black, dir. La guerra desde 1900. Historia. Estrategia. Armamento. Traducción de Herminia Bevia Villalba y David H. Wilson. Akal Grandes Temas, Madrid, 2011. 288 pp. 29,00 €.


Richard Holmes y Martin Marix Evans, eds. Las guerras que han marcado la historia. Traducción de Joan Solé. Ariel – Planeta, Barcelona, 2011. 656 pp. 9,95 €.

Francis Fukuyama expresó hace un cuartito de siglo una verdad oficial en Occidente: con la victoria en la Guerra Fría se suponía terminada para siempre la Historia y con ella la razón de ser de las guerras; en pura ortodoxia liberal con la universalización del capitalismo y, quizá, de la democracia, todos habíamos de compartir visión del mundo y por tanto habrían acabado las grandes guerras que han marcado nuestra historia. Y en especial las del último siglo. La verdad es que el materialismo progresista se extendió sin llegar nunca a hacerse total, y ni la historia parece haber terminado ni parecemos caminar hacia un mundo feliz en eterna paz prosperidad y riqueza. Ni el lucro impera mundialmente ni la guerra ha dejado de ser una realidad constante de nuestras vidas.

El siglo XX, el siglo breve, empezó con una guerra que algunos de sus protagonistas –no todos desde luego- creyeron capaz de «acabar con todas las guerras«. Para semejante ocurrencia Fukuyama tuvo un precursor ideológico que fue el demócrata imperialista Woodrow Wilson, que pensó que por la fuerza de su cartera y de sus cañones podría hacer universales la democracia, las libertades, las fronteras naciones y unas cuantas cosas más de su gusto. Aquella Primera Guerra Mundial acabó con un mundo y abrió las puertas de otro, peor, más cruel, que hemos disfrutado desde entonces: sorprende leer hoy, a las puertas de otra guerra, lo actual que resulta la edición de Rafael Torres Pabón para Berenice del clásico de Leonid Andréyev El yugo de la guerra, a poco menos de un siglo de su redacción. No, no, no sólo aquella guerra en su barbarie no acabó con las guerras sino que quitó civilización y orden de donde lo había. Para nada.

¿Podríamos vivir un mundo sin guerras preventivas, sin choque de civilizaciones, sin guerrillas urbanas, sin terrorismo o sin agotamiento, decadencia y hundimiento de viejos imperios y aparición de otros? Crítica acaba de editar El arte de la guerra en el mundo antiguo. De los persas a la caída de Roma, de Victor Davis Hanson, que precisamente incide en esto: mientras hay historia hay guerra, como parte de nuestra naturaleza, y en consecuencia lo que hacemos es usar diferentes instrumentos para cultivar un modo de relación permanentemente humano, queramos o no, que es la guerra.

Aunque cerremos los ojos, el siglo XX siguió después de 1918 y siguió siendo como nos lo cuenta Jeremy Black en su historia fotográfica de ese siglo de guerras, con la colaboración de Lawrence Sondhaus, Michael Neiberg, John Bourne, John Ferris, Williamson Murria, Dennis Showalter, Allan R. Millett, Michael Epkenhans, John Buckley, François Cochet y William Maley. La guerra ha ido mutando ritmos y medios, pero no ha desaparecido, la lucha política llevada a sus diversos posibles extremos; fue la guerra civilizada y limitada en un mundo que se creía ordenado, y ha sido y es la guerra sin límites y sin reglas justo en un mundo que intentó imponer morales y reglas universales. La historia desde 1900 es la historia de una serie de guerras, como siempre, en las que un anhelo creciente de igualdad, uniformidad y paz ha implicado grados siembre mayores de crueldad, barbarie y odio, hasta extremos impensables, digamos, hacia 1880. Tal vez sea paradójico o tal vez haya que pensar si, de verdad, podemos vivir sin la guerra o si intentarlo es aún peor.

La Segunda Guerra Mundial, en la que según Max Hastings traducido por David León, Gonzalo García y Cecilia Belza para Crítica, ´Se desataron todos los infiernos´, sólo continuó lo que en Versalles se había interrumpido. Dotar a la guerra de una naturaleza moral universal, y concebirla como medio de extensión de un modelo político, social, económico y filosófico pensado como ideal –y de destrucción de otro u otros al que se negaba hasta la calidad de humano- llevó a la guerra universal, sin reglas, sin límites, sin fin excepto la anulación del enemigo. En las últimas décadas Alain de Benoist ha desarrollado para nuestro tiempo las reflexiones al respecto de Ernst Jünger y de Carl Schmitt, y ha evidenciado que desde 1939 hemos dejado de distinguir entre combatiente y no combatiente, hemos dejado de considerar al enemigo como un digno rival y hemos unido o pretendido unir la ética y la guerra en su resultado y no en su conducta. El resultado, entonces y ahora, la barbarie, la masacre, la crueldad sin meta ni mesura, la guerra imposible de terminar. Pero no el fin de la guerra, sino su exacerbación.

Al final, cuando Sebastian Junger nos ha contado la ´Guerra´ –traducida para Crítica por Cecilia Belza y Gonzalo García– nos enseña cómo el campo de batalla actual es más cruel e insensato de lo que podía ser hace media docena de generaciones. Y no por ello menos frecuente; los jóvenes, también los de Occidente, siguen luchando en guerras que cada vez tienen menos reglas y menos sentido y que no tienden a desaparecer. Van a luchar, pero sin el sentido del honor de hace setecientos años y sin la alegría optimista de hace setenta. Hemos vaciado de sentido la guerra, pero no la hemos hecho desaparecer porque seguimos siendo humanos. El uso de la fuerza en las relaciones internacionales sigue sin ser una excepción, como Pilar Pozo Serrano ha contado a propósito de la guerra de Af-Pakistán para Eunsa. No es que el 11 S de 2001 cambiase radicalmente nada, simplemente puso en evidencia algunas de nuestras contradicciones como civilización pretendidamente moderna.

Richard Holmes, profesor de Estudios Militares y Seguridad en la Universidad de Cranfield y la Academia de Defensa del Reino Unido, con la ayuda de Martin Marix Evans presenta en Las guerras que han marcado la historia la síntesis de los trescientos conflictos o batallas más decisivas de la Historia, al menos a su juicio. Que como todos es discutible. Pero aquí lo importante no es la selección de esos trescientos momentos, ni que sólo once sean españoles, ni los nueve tipos o categorías en que los clasifica. Con datos, con una descripción técnica y buenos mapas y datos se ilustran esos trescientos como podrían ser otros quinientos, y todos echaremos algunos de menos y otros de más, puestos a elegir. Pero el libro de Holmes, en pleno 2013, nos recuerda que sin historia militar no hay historia, y que en nuestro pasado, en nuestro presente y previsiblemente en nuestro futuro no hay historia humana sin batallas y guerras, es decir sin dar a la política su dimensión bélica. Algo que puede sonar políticamente muy incorrecto pero que es absolutamente innegable. Tanto como es imposible, absurdo y necio intentar explicar la historia prescindiendo de este aspecto: la guerra, tan vieja como nosotros.

Pascual Tamburri Bariain
El Semanal Digital, 6 de septiembre de 2013, sección «Libros».
http://www.elsemanaldigital.com/guerras-marcan-historia-sumer-egipto-130935.htm