Nos engañan como a chinos

Por Pascual Tamburri Bariain, 8 de septiembre de 2013.
Publicado en La Gaceta.

Estamos acostumbrados a pensar en 1989 como en el año que vio el fin del marxismo, o casi. Quedan para los libros de historia, o lo que sea que enseñemos en los que por costumbre llamamos aún Institutos, la imagen impresionante del 9 de noviembre y de la violación del muro de Berlín por los civiles del Este, y el recuerdo aún más áspero del golpe en Rumanía y de la muerte de los Ceaucescu en diciembre. En pocos meses se desmontó el bloque comunista que Stalin había construido sobre cimientos de muerte y dolor y en pocos años la Unión Soviética que Lenin había creado sobre otros millones de asesinatos. Parecía el fin.

Como la memoria es selectiva, y más cuando dejamos que nos la gestionen medios de comunicación y propagandistas con intereses bastante oscuros, hemos olvidado o casi la primera “revolución” de 1989 fue la ‘primavera china’ que tuvo como centro la plaza de Tiananmen en Pekín. Las televisiones raramente recuerdan ya cómo se desarrollaron las tímidas reformas dentro del régimen de Hu Yaobang ni su muerte en abril de aquel año.

Convencidos de las bondades de una democratización, de una apertura del sistema, de un reconocimiento de los derechos humanos y de las libertades públicas –cosas todas ellas incompatibles con el socialismo real- millones de chinos ocuparon Tienanmen y otros lugares del país pidiendo reformas que el Partido Comunista, salvo algunos reformistas quizás inspirados por Gorbachov, no estaba dispuesto a conceder. En China los comunistas hicieron en junio de 1989 lo que sus hermanos occidentales, que lo habrían hecho sin duda con Stalin o con Breznev, no se atrevieron unos meses después. Columnas de vehículos acorazados disolvieron las concentraciones. Millones de manifestantes pasaron a los campos de concentración o a las fosas comunes, como podría haber sucedido en Rusia o en la RDA.

El comunismo, que terminó partir de aquellos meses en la URSS y sus dependencias, sigue vivo en la China continental. El Partido y el país vivieron una durísima purga, al fin y al cabo una rutina periódica del sistema, y supieron comprar su derecho a vivir con notable inteligencia. A diferencia de Gorbachov y sus súbditos, convencidos del vínculo entre progreso económico, capitalismo y democracia liberal, y lanzados a una ‘perestroika’ que destruyó el sistema que decía querer salvar reformándolo, los chinos de Deng Xiaoping se vacunaron contra la democracia y mantuvieron el Estado totalitario abriéndose al enriquecimiento individual.

El caso chino demostró que a las democracias occidentales la libertad de verdad les importaba extender era la libertad de mercado. Con ella el comunismo chino compró a los occidentales y compró también a su propia población. Y nadie dice nada de un régimen que es el mayor asesino de la historia de la humanidad, pero que es el mayor socio comercial posible en 2013. Maravillas de nuestros días.

Por Pascual Tamburri Bariain, 8 de septiembre de 2013.
Publicado en La Gaceta.