Por Pascual Tamburri Bariain, 22 de septiembre de 2013.
Publicado en La Gaceta.
Francisco Javier León de la Riva, alcalde de Valladolid desde 1995, es desde hace uns semanas un hombre más feliz y satisfecho. O así lo parece. El Partido Popular consiguió 17 concejales y la mayoría absoluta, otra vez, en las elecciones municipales de 2011. Las cosas se ensombrecieron con las acusaciones del “caso Arroyo” que llevaron en junio a la dimisión Jesús García Galván como concejal. Y este verano han vuelto las tornas a favor de León de la Riva, o él parece creerlo, con la incorporación y toma de posesión como concejala de la candidata número 18 del PP.
La nueva concejala se llama Ángela Bachiller Guerra, tiene 30 años, es soltera, recibió un título de Formación Profesional en Castilla y León y ya está contratada como auxiliar administrativa del área de Bienestar Social del mismo Ayuntamiento, dirigida por la también concejal del PP Rosa Hernández. Hasta ahí pura rutina política y burocrática de la España de hoy.
La cuestión es que Bachiller padece el síndrome de Down. Es una discapacitada psíquica, dicho en los melindrosos términos de la pueril corrección política que padecemos. Como tal, ha recibido su educación siguiendo las leyes vigentes –LODE, LOGSE, LOE- y se le han aplicado todos los programas derivados de la doctrina oficial, llámese escuela inclusiva o como se quiera. Recibidos sus títulos oficiales, participó seis meses en un programa de integración laboral para discapacitados, es decir una financiación de su contrato con fondos públicos en atención a su condición genética. Y durante los dos años y medio siguientes la nueva concejal Bachiller ha sido contratada como administrativa por el mismo Ayuntamiento del que ahora forma parte.
Centro e izquierda coinciden en aplaudir el caso de la señorita Bachiller, como hace unos años hicieron, unánimes, con el del maestro, psicopedagogo, escritor, conferenciante y actor –nuevo Leonardo, parecería- Pablo Pineda Ferrer, que padece la misma enfermedad genética. Los medios de comunicación, los partidos, las asociaciones, las ONG y, ay, los centros educativos antes que nadie, los convierten en símbolos. Símbolos de la igualdad tal y como ellos la entienden. Ejemplos de la integración tal y como ellos la imponen, que no proponen.
La discriminación positiva es un error social y una humillación para los afectados. Habrá verdadera igualdad y justicia cuando trabajos, títulos, formación, cargos y premios se den sin cupos y sin considerar origen, enfermedades, sexo ni orientación, sino en atención a los méritos puros y duros, comparados. Y deben tenerlo en cuenta especialmente quienes promulgaron y mantuvieron leyes del aborto que permiten la destrucción de embriones sólo por tener el síndrome de Down. Lo que por un lado aplauden por el otro masacran.
Por Pascual Tamburri Bariain, 22 de septiembre de 2013.
Publicado en La Gaceta.