Por Pascual Tamburri Bariain, 11 de octubre de 2013.
La historia de España pudo ser distinta si ETA no hubiese matado a Carrero Blanco. Manuel Cerdán sorprende ahora investigando… quién se benefició de aquel crimen que nadie ha pagado.
La historia de España pudo ser distinta si ETA no hubiese matado a Carrero Blanco. Manuel Cerdán sorprende ahora investigando… quién se benefició de aquel crimen que nadie ha pagado.
Manuel Cerdán. Matar a Carrero: la conspiración. Toda la verdad sobre el asesinato del delfín de Franco. Plaza & Janés, Barcelona, 2013. 512 pp. 19.90 €.
En 2013 se conmemorará, o probablemente no se haga, el 40 aniversario del primer asesinato de ETA fuera del País Vasco. La bomba que mató al almirante Luis Carrero Blanco cambió mucho más que la historia del franquismo, pues alteró la historia de toda España desde entonces. Carrero se unió en diciembre de 1973 a la lista de presidentes del Gobierno víctimas del terrorismo, Prim, Cánovas, Canalejas y Dato, todos como él asesinados por distintos grupos criminales de izquierdas. Y con él continúa hasta el día de hoy la lista de crímenes políticos sin resolver en nuestro país, que es rico en ellos.
Manuel Cerdán publica ahora en Plaza & Janés un trabajo de investigación periodística que no dejará de sorprender. Lo cierto es que la muerte de Carrero sigue sin haberse investigado más allá de lo superficial, y quedan aún hoy muchas preguntas sin contestar. Si aquella era una dictadura tan autoritaria y rígida, ¿cómo pudo el presidente de su Gobierno ser asesinado por la banda más investigada, en el centro del barrio más seguro de la capital, poco después de entrevistarse con Henry Kissinger, a poca distancia de la embajada de Estados Unidos, sin que se hiciese caso a las advertencias de los expertos policiales y cambiando todos los equilibrios de poder de un Régimen que se encaminaba claramente hacia su final? ETA, es verdad, se llevó la fama, y fue la mano ejecutora, pero no tenía los medios humanos, económicos ni intelectuales para hacer algo así sin otras complicidades, otras informaciones, múltiples y sorprendentes apoyos y muchos silencios que Cerdán se ha lanzado ahora a revelar, justo en el momento oportuno.
Es el momento porque, si se deja pasar una década más desaparecerán los últimos testigos vivos y se hablará de Carrero como se habla de Prim, con la idea cierta de que su muerte fue resultado de una conspiración y tuvo grandísimas consecuencias políticas, pero sin el interés cercano de saber que el crimen aún afecta a nuestras vidas. Porque la verdad es que aún afecta: el fracaso policial del ministro de Gobernación Carlos Arias Navarro fue premiado con su ascenso, y todos los planes sucesorios de Francisco Franco cambiaron, ya que a la muerte del Jefe del Estado no estuvo el Almirante al lado del Rey sino una serie de desordenadas tramas democratizadoras que tenían poco que ver con la versión modernizada del franquismo en la que Carrero abiertamente creía. Carrero era molesto para muchos; quizá para la oposición antidemocrática, como los abertzales, para los que menos, y más para los falsos amigos internacionales del franquismo, para los falsos duros del interior y más aún para los abundantes blandos de las distintas sacristías del mismo Régimen. Quizá la mayor duda de Cerdán sea distinguir, de entre los muchos que supieron o pudieron saber con tiempo de la conspiración quiénes fueron testigos y quiénes en cambio fueron además autores del delito, en las bambalinas de una ETA que nunca se había visto en una semejante.
Carrero, como don José María Pemán, entendió la historia de España como «una perpetua lucha por defender la civilización de Roma, católica y autoritaria«, y actuó en consecuencia en política, dentro de los muy limitados medios de aquella España y de su ciega devoción a su Caudillo. Nadie puede discutir, ni lo hace, la lealtad y la honestidad personales de Carrero, ni tampoco su clarividencia en muchas cosas, proyectos tan atrevidos como el primer portaviones español, el programa atómico nacional o sus planes de independencia tecnológica y energética, tan molestos para muchos dentro y fuera de España. Lo mataron porque molestaba, y la pregunta pendiente de responder es a quién molestaba y por qué, o mejor dicho a quién o quiénes de los que lo tenían por molesto les convino liquidarlo entonces y que sus asesinos fuesen después amnistiados y quedasen hasta hoy impunes y escondidos.
Pascual Tamburri Bariain
El Semanal Digital, 11 de octubre de 2013, sección «Libros».
http://www.elsemanaldigital.com/presidente-asesinado-asesinos-protegidos-pais-controlado-131549.htm