Por Pascual Tamburri Bariain, 1 de noviembre de 2013.
Europa y España son hijas físicas y espirituales del mundo clásico. Sin griegos y romanos no habría europeos y españoles con identidad propia. ¿Quién teme al latín, el griego y su cultura?
Anthony Everitt. Augusto. El primer emperador. Prefacio del autor. Traducción de Alexander Lobo. Ariel, Barcelona, 2012. 440 pp. 18.90 €. Libro bolsillo 10.95 €
«Nos habían dicho, al abandonar la tierra madre, que partíamos para defender los derechos sagrados de tantos ciudadanos allá lejos asentados, de tantos años de presencia y de tantos beneficios aportados a pueblos que necesitan nuestra ayuda y nuestra civilización. Hemos podido comprobar que todo era verdad, y porque lo era no vacilamos en derramar el tributo de nuestra sangre, en sacrificar nuestra juventud y nuestras esperanzas. No nos quejamos, pero, mientras aquí estamos animados por este estado de espíritu, me dicen que en Roma se suceden conjuras y maquinaciones, que florece la traición y que muchos, cansados y conturbados, prestan complacientes oídos a las más bajas tentaciones de abandono, vilipendiando así nuestra acción».
«No puedo creer que todo esto sea verdad, y sin embargo las guerras recientes han demostrado hasta qué punto puede ser perniciosa tal situación y hasta dónde puede conducir. Te lo ruego, tranquilízame lo más pronto posible y dime que nuestros conciudadanos nos comprenden, nos sostienen y nos protegen como nosotros protegemos la grandeza del Imperio. Si ha de ser de otro modo, si tenemos que dejar vanamente nuestros huesos calcinados por las sendas del desierto, entonces, ¡cuidado con la ira de las legiones!»
Marcus Flavinius, centurión de la segunda cohorte de la legión Augusta, a su primo Tertullus, en Roma; en Jean Lartéguy, ´Los Centuriones´.
Marco Tulio Cicerón. Catilinarias. Introducción, traducción y edición bilingüe con texto a frente de Antonio Ramírez de Verger. Cátedra Letras Universales, Madrid, 2013. 296 pp. 14,30 €.
En tiempos de relativismo, está casi de moda decir y hasta pensar que ´la historia depende de quien la cuente´. Peor aún pero no menos frecuente es enseñar, y no pocas veces hasta investigar, según la misma moda. Una de las grandes víctimas es el conocimiento del mundo clásico entre las jóvenes generaciones. Grecia y Roma son maltratadas cuando no ignoradas por muchos de los docentes de los adolescentes españoles, sus lenguas reducidas a lo marginal, su historia manipulada, su cultura olvidada. Al final de la educación obligatoria y también de la secundaria no obligatoria un español de 2013 sabe del mundo clásico unos cuantos lugares comunes economicistas, unas cuantas anécdotas de vida cotidiana e ignora el grueso de un legado moral, estético, literario, cultural en todos los sentidos y en todo caso histórico sobre el que ha nacido y crecido nuestra civilización.
Si alguien quería golpear duramente los cimientos de Europa, de la Cristiandad, de España y de todas las dimensiones de esa civilización nuestra no podía elegir mejor enemigo que el emperador César Augusto. Octavio, hijo adoptivo de César y creador de esa maravilla política y cultural a la que llamamos aún Imperio, ha marcado con su vida el centro de nuestra historia y quizá de la del mundo. Esto no es vanidad, es un hecho; un hecho minusvalorado por las modas materialistas de todo tipo llevadas a la historia, que con menosprecio e ignorancia aplicados al César no hacen sino extender una imagen falseada de nuestro pasado y de nuestra identidad, y hacerlo en especial tomando como víctimas a los más jóvenes y a los social y culturalmente más desfavorecidos. Y por eso la edición de su biografía de Anthony Everitt, por Ariel, es un acierto y se demostró un éxito. No se trata de proponer una vez más la hagiografía cesariana, pero mucho menos de dar por buenas las miserias de la crítica patológica, marxista o liberal. Augusto tuvo una vida única, apasionante, novelesca, y Everitt la cuenta con pasión y transmitiendo amenamente esa pasión. Pero no oculta las debilidades humanas del personaje, sino que las describe poniéndolas en relación con las virtudes y los vicios de su obra política. Augusto merece este libro, y un capítulo en cada manual de historia y de cultura. Leerla aquí es además entretenido y enriquecedor. Es casi una protesta contra un mundo contemporáneo que se empeña en volverle la espalda sin darse cuenta de que eso es un suicidio colectivo.
Nacido antes de la moda anticlásica, el también británico Robert Graves ha marcado a varias generaciones de amantes de Roma y de Grecia con su triunfal Yo, Claudio. Lo que hace ahora Ariel es reeditar de modo muy accesible para todos los bolsillos su también fundamental Los mitos griegos, obra ya de avanzada madurez de Graves. Como España es un país tan rústico según para qué cosas, Graves es conocido entre nosotros sobre todo por una (magnífica) serie de televisión de hace unas décadas y porque vivió en Cataluña antes de la Guerra Civil, uno de tantos atormentados hijos del Somme refugiado en el dorado Mediterráneo. Y Graves es en realidad mucho más, lo que demuestra en Los mitos griegos: es un divulgador excelso, en un siglo necesitado de ello, de los elementos básicos de la cultura griega que Roma heredó y que está por eso mismo y sin posible renuncia en nuestro propio código genético. Podemos decir, en un cierto sentido y con la humildad del caso, que «somos griegos«, y lo somos porque nada de lo que como comunidad o como cultura creemos ser se entiende sin esos mitos contados por Graves para unos europeos que él creía que habían empezado a olvidarse y traicionarse a sí mismos. ¡Qué diría ahora!
Lo que no se puede dudar es que tanto como Augusto en nuestra memoria y Graves en nuestra biblioteca, hay unas cuantas piezas de la cultura clásica que no pueden faltar en la formación de nuestros jóvenes. De todos ellos, no solo de los especialistas universitarios y no sólo de los que eligen esas menospreciadas «letras«. Pongo dos ejemplos recién editados y, si no lo remediamos, condenados a ser rarezas de biblioteca cuando podrían y deberían estar en cientos de miles de mochilas de escolares, si no nos dominase la miopía nacional de lo «útil«. Juventud, del modo más tradicional posible, ha vuelto a publicar a Las Cartas a Lucilio de Séneca, traducidas por Vicente López Soto. Vamos a razonar sin demagogia: ¿quién cree que podría entender a los europeos de ayer y de hoy, y formar a los de mañana sean o no estoicos, sin conocer a Séneca? Quizás sólo un político de nuestros días. Y por lo mismo, y hablando de políticos, en 2013 Cátedra repropone la versión de Antonio Ramírez de Verger de las Catilinarias, una joyita que, si alguien se entretiene en leerla, verá cómo los problemas de la política, también sus tristezas y sus angustias, también sus mentiras y sus afanes, son los mismos ayer y hoy. Sólo por ignorar el pasado se creen hoy algunos descubridores de nuevos mundos… que ya para ellos lo son, huérfanos de Grecia, huérfanos de Roma, ¿dónde van, dónde nos arrastran?
VUELTA A LOS CLÁSICOS
Robert Graves. Los mitos griegos. Traducción de Lucía Graves. Ariel – Planeta, Barcelona, 2012. 272 pp. 15,00 €. eBook 9,99 €.
VERDADERAMENTE HUMANO
Lucio Anneo Séneca. Cartas a Lucilio. Prólogo, edición y traducción de Vicente López Soto. Juventud Z Clásicos, Barcelona, 2012. 464 pp. 10,00 €.
Pascual Tamburri Bariain
El Semanal Digital, 1 de noviembre de 2013, sección «Libros».
http://www.elsemanaldigital.com/roma-grecia-pasado-futuro-digno-cultura-131933.htm