Por Pascual Tamburri, 24 de marzo de 2014.
Muerto el rostro político de la Transición, todo son alabanzas. Es justo. Pero el plan no fue suyo, y sí algunos de los errores que seguimos pagando. Especialmente en Navarra.
Cuesta estos días encontrar alguien que, sin caer en el insulto, evite la beatificación laica del difunto Adolfo Suárez. Lo que más abunda son las muestras de gratitud y alabanza, muy a menudo sin mesura ni fundamento. Seguramente uno de los pocos atrevidos ha sido Pedro Fernández Barbadillo, desde un realismo histórico cargado de datos y de sentido común.
El hecho es que «cuando falleció Margaret Thatcher, junto a los numerosos elogios también hubo críticas y opiniones contrarias a su mandato de primera ministra y a su legado. Lógico en una persona pública y que cambió su país de arriba abajo. En cambio, en la muerte de Adolfo Suárez no encontraremos apenas comentarios críticos». Una peculiaridad española, o mejor dicho de la democracia española actual con sus políticos, «todos nos ponemos de acuerdo en olvidar lo malo que hayamos dicho de ellos y en encontrar algo bueno, incluso en inventarlo, para agitarlo como un pañuelo de despedida». Aunque estemos hablando de un político profesional puro y duro, formado en el franquismo, refundador espiritual del PP y gestor del actual sistema institucional, del que más de un 80% de españoles opina hoy mal y contra el cual Madrid se ha llenado de banderas rojas y puños de odio durante su agonía.
La Transición diseñada mucho antes de Suárez y del centrismo
Pongamos las cosas en su lugar, como quizá sólo ha hecho en público Federico Jiménez Losantos. El guión del post-franquismo, es decir de eso que ahora llamamos con reverencia Transición, «estaba escrito por Carrero Blanco«, y por el mismo Francisco Franco, «desde treinta años atrás, cuando diseña el futuro como una monarquía que asegurase los valores esenciales del franquismo. No la continuidad del régimen, que de hecho, había cambiado mucho ya en vida del Dictador… [sino] con el Rey como clave de continuidad y cambio del régimen…» La verdad es que «el cambio lo ejecutó Suárez con guión de Torcuato Fernández Miranda, pero el que seguramente iba a hacerlo, Herrero Tejedor –mentor de Suárez-, hubiera cumplido bien cualquiera de las dos funciones, en el Gobierno o en las Cortes».
La clave es que, como resultado de una secuela de muertes y del azar, le tocó a Suárez ser el rostro de la transformación. De la cual seguramente no entendía ni conocía todos los matices, detalles, raíces ni recovecos. A la cual añadió su toque personal, su interpretación, estilo y, decirlo no es pecado, sus no pocos errores. Porque fue buena persona seguramente, hábil a su modo ciertamente, pero no un erudito en lo académico ni un genio en lo intelectual, ni en lo político.
Como estaba diseñado y previsto, España pasó de una dictadura personal a una monarquía constitucional, parlamentaria y democrática. Un elemento más de la modernización de España, que empieza a diseñarse y a juntar sus piezas… desde 1938. Qué le vamos a hacer, sin el Gobierno de Burgos de 1938, sin el Fuero del Trabajo y las demás Leyes Fundamentales, sin Serrano Suñer, sin la modernización económica y social de España no habrá habido ni monarquía, ni Ley para la Reforma Política, ni elecciones de 1977, ni UCD, ni Constitución en 1978 ni elecciones de 1979. Con el rostro del rey elegido por Franco, con el guión fijado por el mismo franquismo, desde las instituciones del franquismo, Suárez hizo bien en general la tarea que le tocaba. Por esa misma razón, no es justo ni alabarle por decisiones que no fueron suyas ni culparle de errores que fueron de otros aunque él les pusiese cara y nombre.
Errores, aciertos y Navarra
Errores del sistema que no fueron ni son responsabilidad suya hay unos cuantos, muchos de ellos inevitables si se quería una democracia inorgánica en la Europa del siglo XX: la partitocracia, la oligarquía caciquil de políticos profesionales, la corrupción, los poderosos sindicatos de clase, la protección social convertida en papanatismo, la casta empresarial de poder ilimitado, la reducción de calidad del servicio público, el individualismo materialista elevado a modo de vida, la selección a la inversa a los políticos.
Errores suyos, en fondo o en forma, unos cuantos. Su cesarismo en el Gobierno y el partido hizo peligrar el proceso. Sus complejos de origen llevaron a la salida «centrista» que condena aún hoy a España a ser un país sin derecha… y con los mismos complejos. Quebró la quebradiza UCD y seguramente su personalismo en el CDS (como el de otros en el PDP, en la operación Roca y demás cadáveres morales e intelectuales) alargó el felipismo socialista. Erró en el terrorismo, donde las componendas, amnistía y falta de contundencia que otras democracias no mostraron nos han llevado a ser el último país de la UE con una banda terrorista activa. Fue el hombre que prohibió unos años el uso de los símbolos nacionales a los ciudadanos, mientras que la propaganda terrorista era impune. Y erró tanto tardando en apoyar a José María Aznar como apoyándolo en la folklorica designación de su hijo como alternativa a José Bono en La Mancha.
Pero su error histórico, el que se recordará junto a sus aciertos y su protagonismo, estuvo en las autonomías. Otros debatirán si fue por miedo a no dar lo suficiente, por temor a parecer franquista o por convicción, pero sus concesiones y la indefinición constitucional tienen un precio que sólo hemos empezado a pagar. En lo más cercano, su error más doloroso fue Navarra y la Transitoria Cuarta del texto de 1978. Aunque Jaime Ignacio del Burgo acaba de escribir sorprendentemente que «a finales de diciembre de 1977, los parlamentarios navarros, reunidos en el Congreso de los Diputados, alcanzamos un completo acuerdo. La decisión sobre la integración o no de Navarra en Euskadi correspondería al pueblo navarro mediante referéndum. Este fue el origen de la disposición transitoria cuarta de la Constitución, tan denostada por quienes no creen en la democracia», hay que recordar que desde 1979 tanto la Alianza Popular navarra como UPN, y expresamente en 2009 Mariano Rajoy, tienen el compromiso de derogar la Transitoria. Lo que no es desamor a la democracia ni desprecio a Suárez, sino comprensión de la identidad de Navarra, sin concesiones.
Adolfo Suárez tuvo, en fin, unas cuantas virtudes que no se deben al diseño heredado ni a sus colaboradores ni al ambiente, es justo decirlo aunque sea una gota entre loas vertidas sin control. Quizá la mayor, por excepcional vista desde hoy, fue su dimisión de 1981, en medio de una población harta por varias razones y de una acumulación de conspiraciones que nunca conoceremos por entero. Suárez fue ambicioso, como recordaba Carmelo López-Arias. «Armando Marchante… evoca una frase del ex presidente cuando, bajo de ánimo tras salir de la vicesecretaría general del Movimiento en 1975 a la muerte de Fernando Herrero Tejedor, les confesó a él y a otro amigo en una cena: Yo quiero ser ministro; donde sea, con quien sea y para lo que sea«. Pero supo subordinar en ese punto lo personal a lo nacional, cosa que no abunda. No fue un genio político, pero sí un buen hombre con gran ambición en el momento adecuado. Errores, por lo demás, cometemos todos. Menos algunos políticos de ahora, claro.
Pascual Tamburri Bariain
El Semanal Digital, 24 de marzo de 2014, sección «Ruta Norte».
http://www.elsemanaldigital.com/blog/suarez-autor-transitoria-cuarta-transicion-134461.html