Por qué España no se vota, o lo que Mas debe aprender de Arbeloa

Por Pascual Tamburri, 11 de abril de 2014.

Dicho por un jugador del Real Madrid, ‘no se debe confundir la verdad con la opinión de la mayoría’. Una gran verdad política que los independentistas no entienden. Rubalcaba tampoco.

Fútbol y política están más cerca de lo que parece. Sobre todo, compiten por la atención de los españoles, y normalmente los políticos pierden. O quizá gracias al fútbol consiguen que no prestemos la atención debida a algunas cosas que hacen. En este abril, el protagonista supuestamente tendría que haber sido Miguel Arias Cañete con su lista, pero no lo ha sido ni parece haberle importado mucho. En su semana, desde luego, le ganó Artur Mas con su intento (ausente) de forzar al Congreso a darle una capacidad que no tiene, o quizá de sentar las bases de un acuerdo no demasiado confesable con Alfredo Pérez Rubalcaba y con Mariano Rajoy. A ninguno de ellos le importó demasiado que el protagonista de la semana en los medios y en la mayor parte de las conciencias fuese el Atlético de Madrid.

Pero la mayor verdad política del mes no ha sido colchonera sino madridista. Como ya contaron nuestros compañeros de deportes, el jugador Álvaro Arbeloa decidió colgar una foto suya con el portero gallego Diego López expresando su total apoyo en medio del eterno debate sobre Iker Casillas: «No se debe confundir la verdad con la opinión de la mayoría ¡Siempre contigo, hermano!»

A estas alturas, me es (casi) completamente indiferente tanto esa polémica infantil como qué club gane o pierda. Pero Arbeloa tiene razón: una cosa es la verdad, y otra bien diferente lo que opinen unos, otros o la mayoría. Las cosas son como son aunque no gusten o no se conozcan, pero vivimos en un entorno político en el que parece obligado cerrarlos ojos a la verdad, e incluso convencer a la mayoría de que las cosas no son como son, sino como se quiere que parezcan. Cambiando de opinión tantas veces como convenga a los intereses de la casta y de sus finanzas.

El mejor ejemplo, la cuestión nacionalista y su gestión por los líderes no-nacionalistas. La verdad es que la Constitución de 1978 se fundamenta en la existencia de la nación española, una sola nación soberana y preexistente. Da igual cuantos políticos o cuantos españoles sujetos a la propaganda digan o piensen otra cosa, porque la verdad es esa. Por lo mismo, aunque por supuesto la Constitución es susceptible de infinita mejora y por tanto cambio, no puede cambiarse al corregirla lo que es previo a ella y explica su existencia. Sólo hay una nación, un pueblo, indivisible y legitimación de todo lo demás, desde la corona hasta las autonomías. Y por lo mismo es una muestra de debilidad política proponer como solución a las ambiciones nacionalistas una enmienda constitucional, ya que –salvo estafa, nunca imposible- nunca podría cambiarse lo que justamente más quieren cambiar los independentistas: que España es.

España es, y su existencia no depende de que seamos pobres o ricos, de que haya regiones más o menos privilegiadas, que las hay, de que haya o no injusticias o de que la Constitución sea aún más dañina hoy que hace un tiempo en según qué aspectos. Alfredo Pérez Rubalcaba, pero no sólo él, lleva demasiado tiempo viviendo en el ambiente enrarecido de la política, en el que todo cambio, rendición, conversión, chanchullo, apaño, patraña, engaño o mentira es posible porque los intereses están por encima de la verdad, con o sin la excusa de la mayoría. Valga el ejemplo de Rosa Díez, que entrevistada por La Vanguardia el 11 de junio de 1999 decía que «si alguna vez la mayoría de los vascos quisiera la independencia, la democracia se adaptaría, porque la democracia es la capacidad de adaptarse a lo que deseen los ciudadanos libremente, en la urna«. No es lo que dice hoy, pero siendo una avezada profesional de la política podría volverlo a decir si conviniese a sus intereses.

Cataluña no es España porque le convenga, ni apelar a cálculos mercantiles es inteligente aparte de ser peligroso. En realidad, produce náuseas escuchar argumentos de ese tipo tanto en separatistas como en sus supuestos enemigos. Cataluña no es España porque estemos en un proceso de globalización o de integración europea, porque ya lo era antes. Del mismo modo que Cataluña no es España porque lo dijese una mayoría, no podría dejar de serlo por otra mayoría. Y Cataluña no es España porque lo diga o lo deje de decir ninguna ley ni constitución ni componenda entre políticos grises. La verdad es que Cataluña es España, desde antes de tener nombre, y lo son sus tierras y sus gentes sean cuales sean sus intereses comerciales, su voluntad o su percepción. No decirlo así es, de un modo u otro, abrir las puertas a lo que pretende Artur Mas.

Como todo lo humano, España seguirá cambiando y desaparecerá con los milenios. Pero sospecho que antes que se oficie su funeral asistiremos al de la vigente carta magna, seguramente presidido por los que, en otros asuntos, se llenan de ella la boca (según les conviene). Es toda una señal de los tiempos que la importante distinción entre la opinión de la mayoría y la realidad la tenga que expresar un futbolista profesional y no un político de primera fila. Si no cambia de idea quizá alguien encuentre un segundo oficio para Arbeloa cuando deje el césped.

Pascual Tamburri Bariain
El Semanal Digital, 11 de abril de 2014, sección «Ruta Norte».
http://www.elsemanaldigital.com/blog/espana-vota-debe-aprender-134827.html