Destruir la Universidad para construir una nación y una revolución

Por Pascual Tamburri, 21 de abril de 2014.

Mal está que la Universidad se mida según criterios económicos. Peor aún es tolerar la politización radical de una institución nacida para el saber y no para el lucro… ni las masas.

Ikasle Abertzaleak, Eraldatu y Asamblea Libertaria, con apoyo de Juventudes Socialistas, Izquierda Unida, Batzarre, LAB y ELA, han marcado los dos primeros semestres universitarios. Cierto, Navarra no ha sido en esto una excepción: violencia, improvisación, manipulación demagógica, politización… y tolerancia timorata de las autoridades, tanto públicas como académicas. ¿Ha sido una demostración de vitalidad universitaria o de degradación de unas aulas convertidas más en lugar de encuentro, motivo de recreo juvenil, posible altavoz y escenario de ideas por lo demás menores y minoritarias? La cuestión es que, en general y más en Navarra, estamos ante una crisis universitaria. Y eso sin tener en cuenta la paralela doble dimensión económica de los problemas: el coste y la distorsión de divorciar grados de formación real.

Navarra y el País Vasco han participado a su manera en la historia cultural de Europa, y la lógica culminación medieval y moderna de la cultura vasco-navarra es su participación en el movimiento universitario. Como en todos los casos similares, limitada, de alto nivel. La Universidad ha vivido desde el siglo XV en simbiosis con el Estado, y ha prestado su contribución decisiva a la formación de los Estados – Nación. Sin embargo, en estos tiempos de crisis, no ha habido hasta ahora una respuesta universitaria ante el proyecto explícito de edificar un nuevo Estado para una nueva nación, que aspiraría a incluir las tres provincias vascas españolas y Navarra, amén de la ilusión vascofrancesa.

¿Una nación, un estado, una cultura… nuevos?

En nuestra época tendemos a considerar la cultura en dos dimensiones. Por un lado, al hablar de «cultura» solemos referirnos a un conjunto de saberes, de formas y de referencias que proceden de la cultura occidental pero que cimientan hoy la cultura casi universal de la globalización sin fronteras. Por otra parte, la palabra «cultura», y en particular la llamada «cultura popular», tiene un contenido marcadamente local, entre el folklore y la etnografía, y define identidades muy concretas.

En ninguno de los dos sentidos encuentra un encaje totalmente adecuado el binomio histórico de cultura y Universidad. Ambos conceptos se asocian desde el siglo XI, cuando, como demostró Jacques Verger, las Universidades nacen en Europa para transmitir el depósito de la alta cultura clásica enriquecido por su lectura cristiana medieval. La cultura universitaria no conoció fronteras dentro de Europa, y al mismo tiempo no rebasó ese espacio. El Continente tiene una raíz cultural común, que la división y la expansión posteriores no pueden ocultar.

En los siglos siguientes, la Universidad asumió funciones más amplias. Sin negar su primordial misión cultural, las Facultades sirvieron para la formación de los cuadros dirigentes del Estado moderno, la alta burocracia; y al mismo tiempo proporcionaron a los Estados un bagaje ideológico fundamental, ya que la misma idea de Estado como poder público detentador del monopolio de la violencia legítima en un territorio es estrictamente universitaria en su origen.

Estado nacional y Universidad han tenido por lo tanto una larga convivencia. Entre el siglo XV y el siglo XIX entre los universitarios se seleccionaban los gestores de las monarquías europeas, y aunque esos futuros servidores públicos no podían ignorar la existencia de las fronteras como órganos periféricos y límites del Estado y de la Nación, la cultura que cimentaba su formación seguía siendo estrictamente europea, sin concesiones a un inexistente nacionalismo. Así fue la Universidad española reformada por Cisneros y por Felipe II.

Después, con ocasión de las revoluciones liberales, la Universidad aceptó que se pusiesen barreras a la cultura, ya que los Estados exigían de la minoría dirigente una formación ligada al hecho nacional. Así dejó de ser el latín la lengua común de la enseñanza, y los clásicos dejaron de ser el eje de los estudios. Cada Estado desarrolló un sistema universitario, sin espacio para la autonomía ni en principio para la libertad de cátedra.

Más aún, cada proyecto de futuro Estado nacional, cada nuevo nacionalismo, empezó por controlar la Universidad, o al menos por condicionarla. Los universitarios italianos y alemanes constituían ya una realidad intelectual unificada mucho antes de 1860 y de 1870. Del mismo modo, la represión contra los nacionalistas apuntó a las universidades, como fue el caso de Austria contra los polacos en Cracovia y contra los checos en Praga. El mismo modelo se ha repetido en nuestro siglo en las luchas contra el colonialismo, y las Universidades indias que sufrieron la represión británica se convirtieron en forjadoras de una nueva clase dirigente.

A la luz de lo dicho, resulta lógico que una preocupación casi secular de los distintos nacionalismos vascos haya sido precisamente la construcción de un modelo universitario propio. La Universidad vasca, entrevista ya en el XIX, planeada en la II República y exigida durante el franquismo, habría de ser para los nacionalistas la garantía de un futuro Estado, o cuando menos de una futura autodeterminación. Con este planteamiento, que fue el de Federico Krutwig, se invertirían los términos: la Universidad no nacería en opinión de los nacionalistas al servicio de la sociedad, de sus necesidades culturales, profesionales o científicas, sino que esas misiones de la Universidad quedarían subordinadas a la construcción de un Estado independiente. Incluso si para hacerlo hubiese que sacrificar la formación cultural, profesional y científica de los jóvenes.

¿Es verdadera Universidad la Universidad de masas?

La realidad humana de las aulas vive unas tendencias difíciles de describir, que corresponde a los sociólogos estudiar. Lo cierto es que la situación actual de Navarra es en este terreno ambigua por varias razones. Por un lado, Navarra posee una Universidad Pública, es decir, una Universidad creada en y para la Comunidad Foral, parte en definitiva el Estado nacional español. Sin embargo, a la tendencia desnacionalizadora propia de la mundialización del saber se une en nuestro caso la pluralidad ideológica de nuestra sociedad, en la que no hay acuerdo general (aunque sí muy mayoritario) en torno al proyecto nacional que debe seguir Navarra. Por otro lado, existe en Navarra una Universidad privada que por su ideario no se define en torno a esta cuestión, o prefiere dejar jugar a los suyos con dos barajas, si no son más. Por último, la U.N.E.D. es la única Universidad que dependerá estatutariamente siempre de modo directo del Ministerio de Educación español.

Semejante variedad no es sí misma negativa, y podría ser compatible con una formación excelente de nuestros estudiantes. El pluralismo cultural y político es parte de la identidad de Navarra, que es plurilingüe desde hace bastante más de dos milenios y que siempre ha mantenido una fuerte personalidad por encima de tendencias divergentes. No parece democráticamente aceptable hacer una lectura sesgada de esta diversidad de inherente a la juventud navarra y vasca: hay que permitir que en los campus tengan voz también los que ahora suelen callar, la mayoría silenciosa de profesores y estudiantes que no considera legítimo subordinar las misiones seculares de la Universidad a un proyecto político.

El único problema real viene dado por la dimensión universitaria de la contradicción entre nacionalismos y la proyectada construcción nacional de Euskalherria. En el actual ordenamiento constitucional es legítimo sostener posturas nacionalistas antiespañolas e incluso separatistas. Puede ser legítimo también preparar las necesarias bases académicas para un futuro Estado nacional vasco, que incluya o no Navarra. Pero no podemos engañarnos: la historia enseña que ese camino es caro y pasa por la transmisión a los estudiantes de una versión sesgada de las humanidades, y hasta de las ciencias experimentales. Implicar a la Universidad en otro proyecto nacional podría conllevar tensiones como las que condujeron a la escisión de la gloriosa Lovaina medieval en dos Universidades incomunicadas, y tal vez situaciones más dolorosas. Más grave aún en una Universidad como ésta de hoy, diluida por masificación en sus calidades académicas y convertida más en escenario sórdido sucio y manipulador que en Estado Mayor de la sociedad. Quien desea el nacimiento de un nuevo Estado sabe que antes de fundarlo ha de disponer de un peso universitario propio, y quien no lo desee debe ser consciente de esa necesidad.

Un nuevo Estado precisa siempre cuadros rectores militantes del respectivo nacionalismo, y líderes doctrinales que justifiquen la existencia de la Nación. Técnicamente esos dirigentes pueden formarse, en lo que nos afecta, en nuestras Universidades. La sociedad navarra debe decidir con pleno conocimiento de los hechos históricos y de sus implicaciones si está dispuesta a pagar el precio correspondiente: coste humano, coste académico, coste económico. Tal vez la Universidad Pública, Universidad de los navarros, tenga ya bastante con confirmar su prestigio y su utilidad social, sirviendo de punto de referencia cultural, económico y profesional para una comunidad fecunda y variada; o tal vez no: pero es preciso tomar una decisión, y no dejarla, por vía de hecho, en manos de personas ajenas a la comunidad universitaria.

Pascual Tamburri Bariain
El Semanal Digital, 21 de abril de 2014, sección «Ruta Norte».
http://www.elsemanaldigital.com/blog/destruir-universidad-para-construir-nacion-revolucion-134969.html