Siguen aplicando, con ridículo, la Memoria Histórica. Alguien pagará

Por Pascual Tamburri, 29 de abril de 2014.

Tres años sin Zapatero, pero su Memoria Histórica sigue en vigor. Se impone por ley una visión parcial y falaz del pasado. Se elimina casi todo lo anterior a 1978. Pero no todo… aún.

Zapatero gobernó, malgobernó, con derroches, falacias y populismo cutre, todo ello justificado por los errores, comunicativos y de los otros, de José María Aznar y sus entonces colaboradores. El magnífico resultado, a la vista está. Y cuando el adversario levantaba la cabeza o el tono, lo que desde 2009 dejó de hacer a menudo, se le lanzaba la visión progre de la Guerra Civil, convertida en dogma vía Memoria Histórica. Ochenta años después, «malos» y «buenos», Franco y Carrillo. ¿Y ha cambiado algo en 2014? No: será la «desmemoria»… o el eterno miedo a la gauche divine.

El Gobierno académicamente menos dotado de la historia reabrió la Guerra Civil

Paz, piedad, perdón. No son sólo píos deseos: fueron la última voluntad política de un hombre polémico, Manuel Azaña, presidente de media España contra la otra media en la peor guerra civil de nuestra historia. Nunca se había derramado tanta sangre entre hermanos, y nunca fue tan grande la voluntad de reconciliación.

Como punto de partida de la «memoria» zapaterista, a mediados de marzo de 2005, cuando la inmensa mayoría de los españoles sabía de la guerra de 1936 sólo lo que ha oído contar y lo que había leído, se celebró en Madrid un homenaje al último protagonista superviviente del conflicto. Lo contó El Semanal Digital: Santiago Carrillo celebró sus 90 años en un céntrico hotel de la capital, rodeado de políticos en activo. No era un homenaje al pasado, sino un intento de volver atrás en el tiempo.

No por casualidad, mientras Zapatero y Peces-Barba hablaban ante Carrillo de «buenos» y «malos» ante la complacencia de la extrema izquierda y la sonrisa cobardona de los náufragos del centroderecha de la Transición, el Gobierno mandaba retirar con nocturnidad la última estatua de Francisco Franco en el centro de Madrid. El PSOE buscó su legitimidad, la que ni el 11 M ni sus éxitos económicos, diplomáticos o nacionales podían darle, en la guerra civil.

Zapatero puso de moda hablar de 1936. Ya saben ustedes, el año de nuestra historia en el que empezó nuestra más cruel guerra civil, desencadenada por el resentimiento acumulado entre dos bandos políticos enfrentados. Toda la Segunda República fue una preparación de aquella barbarie, con un régimen político construido por la izquierda a su exclusiva medida y con una derecha a la que los «dueños» del nuevo régimen negaron la legitimidad de existir y por supuesto de gobernar. Realmente, el objetivo no era impedir la victoria de Rajoy, sino que al ganar gobernase con los miedos y complejos que tan desastrosos fueron ya en José María Gil Robles.

Un peligro revolucionario

En 2005, antes del inicio de sus propios escándalos, también Su Majestad el Rey se adhirió al homenaje a Santiago Carrillo, seguramente en recuerdo de su contribución a la instauración democrática. Pero Juan Carlos I sabe muy bien que, si la democracia española puede deber algo a Carrillo, la actual monarquía debe todo a Franco. Retirar la estatua y participar en el homenaje no fue un gesto ni de concordia ni de coherencia.

Víctor Manuel, Rosa León y Fernando Jáuregui, los «intelectuales» que unieron con su presencia hace una década los dos acontecimientos opuestos de la noche madrileña, estaban entonces satisfechos y en el fondo siguen satisfechos diez años después. Suprimir una parte del pasado, y sus vestigios materiales, es un signo de limitación mental y moral, lo que los zapateristas llamaron «los últimos vestigios de un periodo de dictadura», coincidiendo peticiones de los separatistas de ERC sobre el cierre del Valle de los Caídos o las de los abertzales de Aralar sobre la retirada póstuma de todos los homenajes concedidos por Navarra a Franco. Al fin y al cabo compartían y comparten «proyecto», sin oposición consciente.

Esto de la «memoria» impuesta por ley tiene su gracia. La memoria es subjetiva, cada persona tiene una, cada comunidad puede tener una, y no se refiere a lo que sucedió en el pasado sino a la percepción que de ese pasado queda. Subjetivamente. Y otra cosa es la historia. A instancias de Zapatero y su séquito ahora disperso, el Parlamento Europeo aprobó una moción de condena del régimen de Francisco Franco, que acabó por la fuerza con un «régimen democrático» y «de libertades». ¡Una heroica condena póstuma! Si esto no es manipular conciencias y anular libertades…

Las víctimas no importan al Gobierno. Por ley, en nuestro pasado no hay más víctimas que las ocasionadas por el Alzamiento de julio de 1936 y por el régimen de Francisco Franco. El resto son, como mucho, daños colaterales. Así, naturalmente, el abuelo de Zapatero es una víctima loable pero no lo son los muertos de Paracuellos, ni los que murieron, antes y después de 1936, por sus ideas, por su origen o por su fe a manos de las izquierdas o del nacionalismo. Quienes los mataron son ahora luchadores por la libertad, y esto incluye a los que, en cualquier otro caso, llamaríamos genocidas, violadores, asesinos comunes, criminales de guerra o terroristas. Santiago Carrillo, Julián Grimau, El Campesino, Margarita Nelken y Enrique Líster figuran ahora entre los referentes morales de España; no así sus víctimas. Tres años de mayoría absoluta del PP no han cambiado esta injusticia.

Lo más grave está en los principios. Nuestro pasado es juzgado oficialmente desde el punto de vista del Frente Popular de 1936. Los acontecimientos del pasado dejan de ser eso, «pasado», para convertirse en objeto de evaluación. Serán buenos en la medida en que puedan ponerse en relación con los principios de aquella coalición, y si no serán malos. De momento el franquismo está condenado sin remisión ni excepción, pero cuidado, porque cualquier otro momento o suceso histórico será igualmente evaluado. Habrá sorpresas.

Los símbolos, aunque son lo de menos, son importantes. Están fuera de la ley todos los símbolos históricos de España que no se refieran al régimen constitucional de 1978 –en su lectura zapateril- o al luminoso régimen de 1931, aquel Edén. Tres años de mayoría absoluta del PP no han cambiado esta necedad, aunque por inercia en las calles y campos de España aún se ven cosas que, técnicamente, son delito, como si esto fuese la URSS. Eliminar los símbolos de cualquier periodo precedente de las calles y monumentos es «borrar 40 años de historia». O reescribirlos. El llorado director de la Real Academia de la Historia, Gonzalo Anes, consideraba ya hace años que «todo lo que sea eliminar esa memoria es negativo para el conocimiento y la comprensión del presente«. Seguramente «el pasado no puede ser manipulado según los caprichos e intereses del presente».

Pese a las malas encuestas, la izquierda es rica en cuatro cosas que la derecha política mayoritaria no tiene hoy: una ausencia total de complejos respecto al pasado y al futuro, unos objetivos claros a medio y largo plazo que no se ciñen a lo económico, una poderosa artillería de medios de comunicación y una aguerrida infantería de «creadores de cultura» (historiadores y comunicadores en este caso) bien amarrados al pesebre. De hecho, por eso la derecha quiere llamarse centro, o el centro quiere hacer políticas de izquierdas con votos de derecha, suponiendo que esas palabras sirvan en 2014.

Pascual Tamburri Bariain
El Semanal Digital, 29 de abril de 2014, sección «Ruta Norte».
http://www.elsemanaldigital.com/blog/siguen-aplicando-ridiculo-memoria-historica-alguien-pagara-135109.html