Por Pascual Tamburri, 12 de mayo de 2014.
¿Todos contra la LOMCE? Hay muchos problemas que deben solucionarse, y cerrar los ojos no es la manera… salvo si a uno le gusta el sistema actual y sus ‘éxitos’.
Mientras que sigue el cuerpo a cuerpo de la LOMCE, que aunque insuficiente y aplazada ya está en vigor, el verdadero comienzo del curso 2014-2015 se nos está echando ya encima. Cientos de miles de alumnos y de docentes, todas las comunidades escolares, acuden cada mañana a los centros de enseñanza sin saber qué traerá el porvenir. Y el curso que viene y ahora se dibuja es decisivo, porque en él tendrá lugar la transición a la nueva LOMCE.
El Gobierno socialista trató con la LOE de dar su solución a los problemas reales y evidentes de nuestra enseñanza, y a la vez de restaurar los principios ideológicos de izquierdas impuestos a todos a partir de las leyes de época de Felipe González (LODE y LOGSE), que el PP en realidad no tocó más que muy superficialmente. Ideologías aparte, están emergiendo en las aulas muchos problemas pendientes. ¿De verdad tiene sentido tanta movilización contra la LOMCE, como si lo que hemos tenido desde 1990 hasta ahora hubiese sido un éxito maravilloso?
La selección y la preparación de los docentes deben ser objeto de particular atención y cuidado. No ha sido así. Vocación, conocimientos y capacidad docente son los requisitos para crear y transmitir el saber, y no se adquieren de un día para otro. Si atribuimos a las escuelas e institutos la misión de formar hombres y mujeres la sociedad debe tener las garantías de que los encargados de tan alta misión, por delegación de las familias en primer lugar y del Estado subsidiariamente, estamos a la altura de las circunstancias.
Puede parecer presuntuoso dar una importancia central a maestros y profesores. Pero día a día hemos visto cómo se exige a los docentes el desempeño de tareas que ni las familias, ni la sociedad civil, ni otras instituciones públicas quieren o pueden acometer. Además, entre docentes y alumnos hay, al menos hasta los 16 años, una diferencia esencial: nuestros alumnos vienen a las clases obligados, mientras que nadie está obligado a enseñar. Como se decía antes, busquemos vocación, conocimientos y capacidad.
Sería relativamente fácil evaluar la adecuación de los conocimientos y de las capacidades de los maestros y profesores, aunque por razones políticas y sindicales nadie se va a atrever a lanzarse a semejante evaluación en año electoral. Antes o después, sin embargo, los alumnos lo exigirán, y tendrán razón, y las familias lo pedirán, y tendrán derecho; cuando llegue ese día habrá más de una sorpresa. Pero aún no lo vamos a ver. Hay quien aprende sin querer. Hay quien enseña sin saber. Eso es malo.
Este podría ser, aparte la LOMCE o con ella, el año de la vocación docente. Es un problema grave la falta de respeto y la serie de agresiones a docentes; pero es el fruto natural de esta educación, de este sistema y de esta sociedad. La rutina, la desidia, la nostalgia de lo que nunca fue y en todo caso nunca volverá a ser, la murmuración, el menosprecio de los alumnos (rústicos o modernos, son nuestra materia prima y no son peores que nosotros), el exceso de atención al boletín oficial, los tumultos en los claustros, la subordinación de todo a la nómina, la permanencia cronometrada en los centros y la cuenta atrás de los días que quedan de curso son otros tantos síntomas de falta de vocación docente.
Las Administraciones quieren que esto funcione pero sin cambiar todo lo que falla, las familias quieren una educación pero no tienen tiempo ni a veces capacidad de darla, y al final todo queda en un «cara a cara» entre alumnos y profesores en un escenario que ninguno eligió. Para que algo funcione tiene que tener claro qué es y qué quiere ser. Los centros de enseñanza sin identidad ni proyecto propios, donde todo el mundo está de paso, de donde todo el mundo se escapa en cuanto puede, son centros sin calidad. El resto –la autoridad, la convivencia, el orden, los conocimientos y hasta la educación- depende de eso. Ahí está la verdadera calidad, no en los papeles, y depende de cada comunidad educativa, no de lejanas decisiones estatales.
Como en todos los proyectos totalitarios, la izquierda ha construido el modelo de las dos pasadas décadas para instruir en sus propios principios ideológicos a las siguientes generaciones, y como todos los regímenes de ese tipo su primera baza es la cobardía y el escepticismo de los padres y docentes que no comparten sus ideas. La culpa no es de los jóvenes, sino antes que ellos de quienes ya no lo somos. La izquierda siempre ha querido crear desde las aulas un nuevo tipo de ciudadano, imponer de nuevo los principios básicos del marxismo educativo, nunca desaparecido –enseñanza uniforme, constructivista, artificialmente integrada y basada en el prejuicio igualitario para crear un proletariado intelectual y una mesnada de indigentes intelectuales, ensoberbecidos y a la vez apáticos por no tener incentivos reales-. Con la complicidad de parte de los docentes, el silencio resignado de otros y –lo que me parece más lamentable- la risita irónica de los que creen que esto no va con ellos. Pobres ilusos.
La escuela española merece que se dé «autoridad a los profesores, normas sencillas a los centros y amplia libertad a unos alumnos de los que, si se les conoce y se les valora en lo que valen, merece la pena fiarse«.
Pascual Tamburri Bariain
El Semanal Digital, 12 de mayo de 2014, sección «Ruta Norte».
http://www.elsemanaldigital.com/blog/cambio-caos-educativo-culpa-wert-lomce-135360.html