La guerra que destruyó una Europa, creó otras y no enseñó nada

Por Pascual Tamburri Bariain, 11 de julio de 2014.

Entre los libros que conmemoran 1914, La Esfera lanza dos de los mejores, que podrían enseñar lo mucho que se parece Europa hoy a la de la víspera de la Primera Guerra Mundial.

Martin Gilbert. La Primera Guerra Mundial. Introducción del autor. Traducción de Alejandra Devoto. La Esfera de los Libros, Madrid, 2004-2011. 928 p.. 24 €.


Vicente Blasco Ibáñez. Crónica de la guerra europea 1914-1918. Una historia en la trinchera de la Primera Guerra Mundial. Edición de José Manuel Lechado. La Esfera de los Libros, Madrid, 2014. 928 p.. 656 p.. 23,90 €

Todo el año 2014, y más desde el centenario de Sarajevo el 28 de junio, el mundo de las letras está repleto de iniciativas por el recuerdo de la Primera Guerra Mundial. Habría que decir más bien el «renovado recuerdo», porque en este siglo XXI no quedaba demasiado interés ni en el público ni en las aulas por aquel inicio real del siglo XX. Y sin embargo… por una parte se cumplen los cien años de una guerra aún no bien entendida; y por otra se repiten, o parecen repetirse, algunas de las inquietudes y de los errores que llevaron a aquella masacre. Razón más que sobrada para que al menos en Europa crezca el interés por entender la Gran Guerra.

La Esfera repropone al público español, oportunamente, el síntesis La Primera Guerra Mundial del historiador británico Martin Gilbert. Y es mejor empezar ante todo por explicarnos que «no» es este volumen. No es un trabajo de investigación, ni pretende serlo, no trabaja con documentos originales ni con descubrimientos novedosos sino que narra la guerra para un lector culto pero no especialista. Y no es una repetición rutinaria de una lista de acontecimientos mejor o peor entrelazados. Lo que Gilbert nos da es algo más, y algo mejor, porque es la guerra vista con la lógica del siglo que ha seguido pero sin ese aire de superioridad que nos privaría de entender a aquellos hombres y mujeres. Es imparcial, pero no aséptico, porque nos da su opinión sobre lo sucedido pero no asume como propia la de ningún bando de ayer o de hoy. Es una obra monumental, pero no un libro de consulta ni un aburrimiento, al revés.

Gilbert no se quedó en la historia militar de la guerra, ni en la historia económica que tanto ha dado de sí, ni en la crónica diplomática que para el verano de 1914 acaba de rehacer Emilio Campmany; pero sí coincide con éste en una visión realista como que «la tragedia que se desarrollará ante nuestros ojos está protagonizada por hombres corrientes, llenos de limitaciones, obligados a tomar gravísimas decisiones, a veces equivocadas, bajo la presión cada vez más agobiante del vértigo de los acontecimientos«. Eso, que es verdad para la historia del inicio y la prolongación de la guerra, es también verdad para todo su desarrollo, en todos sus frentes y en todos sus aspectos. Con Gilbert vemos la guerra entera, a la vez sabiendo qué había de pasar después y entendiendo qué veían y qué no veían sus protagonistas de todos los niveles entonces.

Quizá por eso, y sorprenderá a muchos, una parte del realismo y la cercanía de la historia de Martin Gilbert viene de su continuo uso de la poesía de guerra, de los versos de los que lucharon, muchos muertos en la batalla. ¿Por qué el verso? Porque permite unir sentimientos y hechos, sin suponer que éstos broten de la mera coyuntura materialista. ¿Y por qué hablar de los avatares de hombres y mujeres entonces sin importancia? En unos casos, porque permite entender la vida real de las naciones reales de entonces; en otros casos, porque saber qué pasos daban, cada uno por su lado, Lenin, Lawrence, Anthony Eden, Göring, Hess, Hitler, Mussolini, permite comprender mucha de la importancia aún viva de la guerra y demasiado a menudo ignorada.

La guerra de 1914, que ni fue inevitable, ni tiene un solo responsable, ni tuvo por qué ser como fue, cambió el mundo, sobre todo porque cambió la estructura de Europa y su posición en el mundo. Sabemos, porque se ha repetido sin cesar y es cierto, que desapareció la Europa de los Imperios; no sustituida por una de las naciones, sino quizá en parte por una de los nacionalismos, muchos aún pendientes de hacer su nación sólo imaginada. Sabemos que una Europa en distintos grados liberal fue reemplazada por una en distintos grados socialista y con una Rusia destinada a un siglo de dolor soviético, pero también a triunfar como gran potencia. A veces olvidamos que la guerra se extendió al interior de cada país como guerra civil real o larvada, y que ante todo no tuvo vencedores europeos: pese a las apariencias, los vencedores de la guerra, los reales, fueron los antes despreciados extraeuropeos, y sobre todo los Estados Unidos. Hasta el día de hoy; quizá el 11 de noviembre debería ser fiesta más en Washington que en París o Londres. Europa pagó, en dinero, en riqueza, en millones de muertos y heridos, pero sobre todo en importancia y en dignidad, en estilo, en centralidad.

Por eso es agradable ver unida esa conclusión con los vaivenes de los Balcanes, de Arabia, de Este, del oeste, de Gallipoli, de Asia, de África. Y entender la lógica de la guerra submarina, y del bloqueo a muerte de Alemania, y del genocidio armenio, y de todos los pasos, los grandes y los pequeños. Porque de aquella guerra, guste o no, seguimos viviendo, y ni la Unión Europea, ni la organización del mundo, ni la tensión en los Balcanes, ni la guerra en Siria o en Ucrania pueden entenderse sin esto. Es un gran libro para el verano adecuado.

La opinión a corto plazo de un republicano afrancesado

Vicente Blasco Ibáñez, escritor español conocido sobre todo por su opinión laicista, afrancesada y republicana, escribió mucho y bien sobre la Primera Guerra Mundial: tanto los medios afines a él en España como en cierta medida las instituciones francesas lo quisieron como cronista para los españoles de toda la guerra. Escribió con su estilo y su pluma una masa ingente de artículos y crónicas que supondría muchos volúmenes, una crónica de principio a fin de una guerra en la que para él no había dudas sobre la culpabilidad y la inocencia, ni sobre quién había de ser el vencedor deseado.

La gran ventaja de un libro de Blasco Ibáñez contando la guerra es que se trató entonces y se trata hoy de su visión de primera mano, directa. Por supuesto, no escribe para contar una verdad aséptica, sino su opinión conocida por todos. Y naturalmente escribe mirando más al pasado que al futuro, puesto que él, a diferencia de un historiador hoy, no podía saber qué iba a pasar después. Por eso no debe ser leído para comprender qué sucedía en Europa en aquellos años, sino para saber qué pensaba una cierta izquierda republicana, cuyas ideas además iban a ser tan importantes en las décadas sucesivas.

Lo que José Manuel Lechado ha hecho al editar el texto de Vicente Blasco Ibáñez tiene su cara y su cruz. Es evidente que tan masiva crónica periodística necesitaba su edición, porque varias dificultades impedían una reedición literal: era preciso acortar la extensión de la Crónica, porque todos los textos de Blasco narrando la Gran Guerra habrían sido improponibles. Era preciso recortar, y elegir, y ordenar, y Lechado lo ha hecho. Ha pensado que era necesario explicar, porque el lector de 2014 no está en la misma onda del cronista de 1914, ni tiene la misma cultura; y seguramente era así, y Lechado lo ha hecho, mostrando cultura y saber hacer. ¿Era preciso «corregir» la toponimia, las expresiones, los nombres? Pienso que era más oportuno anotarlo al pie. En realidad, la intervención de José Manuel Lechado hace de éste un volumen muy interesante con dos autores, Blasco Ibáñez que cuenta las cosas en directo y con su sesgo francófilo, acrítico y republicano y Lechado que las explica y las ordena sabiendo, él sí, qué ha pasado en el siglo posterior. Así que resulta una crónica de la Primera Guerra Mundial con una parte de la naturalidad (que no de la objetividad) de Blasco Ibáñez y una dosis abundante de la visión de Lechado, tampoco especialmente objetiva aunque sí ilustrativa. Lo que sí se echa de menos es, notas aparte, es un índice final de nombres y lugares, que haría la Crónica aún más útil y jugosa para el lector.

¿Estamos a las puertas de «otro 1914»? La Historia no se repite, pero los hombres sí repetimos errores. También en 1912 y 1913 la tensión era grande pero parecía evitable una guerra general que hacía un siglo que no se veía. Pese a su sesgo, vemos en Blasco que no fue una cuestión de «buenos y malos» ni de «inocentes y culpables», y desde luego el profesor Martin Gilbert nos da todos los argumentos para comprender que hay elementos tanto como para evitar un traspiés general como para darlo, y eso sí, sin saber ni cómo será, ni cuánto durará, ni qué consecuencias y dolor humanos tendrá. Nunca se había visto nada parecido, pero llegó, y se repitió empeorado, y ha marcado nuestra vida hasta hoy.

Sólo hay una diferencia esencial: hoy las potencias europeas no son decisivas para casi nada, y Europa pasaría probablemente de la marginalidad geopolítica actual a la ruina y la desaparición; incluso eso que nos ensombrece hoy es consecuencia de 1914, y de 1918, claro. Una razón más para afrontar el dolor de informarse y formarse en qué pasó entonces.

Pascual Tamburri Bariain
El Semanal Digital, 11 de julio de 2014, sección «Libros».
http://www.elsemanaldigital.com/guerra-destruyo-europa-creo-otras-enseno-nada-136415.htm