Por Pascual Tamburri, 18 de julio de 2014.
España no es ciudadanía, ni voluntad de la mayoría, ni consecuencia de unas leyes o de una Constitución. Ni siquiera un proyecto de vida en común, sugestivo o no. Simplemente, es.
El manifiesto Libres e Iguales, tras su presentación en la puerta del Congreso de los Diputados el martes 15, no ha dejado de ser noticia. Ha tenido apoyos fuera de la lista encabezada por Mario Vargas Llosa, pero comprensibles, como el de Esperanza Aguirre, o quizá menos fáciles, como el de Vox. Ha tenido rechazos y ataques obvios, como el de CiU, ERC, el PSOE más federaloide y todo el nacionalismo vasco también, y otros mucho menos comprensibles, como el del PSOE oficialista, y no digamos el de UPyD con Rosa Díez al frente. Y seguirá dando que hablar. A todos menos al PP, claro, que ha callado aunque el manifiesto reproduce algunas de sus ideas más liberales y centristas de ahora.
El manifiesto da una cierta idea de España y de sus problemas hoy. Lo ha explicado en varios foros una firmante, la diputada del PP Cayetana Álvarez de Toledo. Para ella y muchos como ella, «España es un gran proyecto de libertad. Con el referente histórico de Cádiz, España significa ciudadanía y España significa libertad«. Es fácil, políticamente correcto, hasta progresista, decir que «el nacionalismo ha traído lo peor de la Historia de Europa» y que son un «grupo de reaccionarios». Sólo que es un hijo legítimo del liberalismo, y en realidad no completamente ajeno a algunas ideas del mismo manifiesto. Que en cambio olvida o niega algunas bases del patriotismo, también del español.
Mariano Rajoy ha respondido a Artur Mas, cuando le ha respondido, con distintas entonaciones de la idea base del Manifiesto: «Es el pueblo español el que tiene que decidir lo que sea España», «la consulta es ilegal», y que no habrá referéndum ni secesión porque lo dicen la Constitución, las leyes, el Tribunal Constitucional y el Parlamento. Con menos silencios, vacilaciones y concesiones, el Manifiesto dice lo mismo que el presidente del Gobierno; a la inversa, hay que concluir que ambos piensan que España es sólo una nación política, consecuencia de la soberanía nacional, derivada del texto de unas leyes, y por tanto que si esas leyes cambiasen, o cambiasen la voluntad popular o la mayoría parlamentaria, la identidad de España cambiaría y lo hoy imposible para unos pasaría a ser posible. La mayor diferencia es que Mariano Rajoy cree que el pueblo español, por ser soberano, puede decidir en las urnas qué es España, y Artur Mas cree que el pueblo catalán tiene esa atribución. Otros, sin disgustarnos del todo el Manifiesto, creemos que España es más que la opinión pasajera de unos individuos pasajeros. También Cataluña.
La vieja polémica entre don Claudio Sánchez Albornoz y Américo Castro, y sus séquitos respectivos, fue en gran parte en torno a esto. Una España permanente, con formas jurídicas cambiantes con los siglos y los milenios, pero esencialmente ella misma; o una España circunstancial, pasajera, casual, veleitaria. No sólo se ha discutido qué ha sido España en el pasado, sino también qué es hoy y por tanto qué se puede hacer con ella. Y las líneas de fractura no coinciden con las de los bandos y partidos. ¿Derecha? ¿Izquierda? ¿Tienen aún sentido esas palabras? Desde un punto de vista histórico, la «izquierda» ha sido la fuerza que en cada momento ha impulsado la destrucción del orden y su sustitución por los principios modernos, ilustrados y revolucionarios. Y la «derecha» ha sido el conjunto de fuerzas (nótese el plural) que se han opuesto a esa voluntad de la izquierda, rechazando en todo o en parte los sistemas, ideas, elementos y política de la modernidad. Así que ha habido diferentes «derechas», superpuestas, enlazadas, mutuamente enfrentadas, según los tiempos y los modos de su lucha. Por eso hoy España es atacada por ciertas izquierdas y derechas en esto coincidentes, y es defendida o supuestamente «defendida» de modos incluso contradictorios entre sí. Lo que complica muchas cosas.
Hace casi una década Josu Jon Imaz dijo que «Navarra será lo que los navarros y las navarras quieran». Más de lo mismo; una mentirijilla democrática de la que nacieron errores antiespañoles como la Transitoria 4ª de la Constitución de 1978 o la respuesta de Rajoy del otro día. Supongamos que digamos que «Australia será lo que los australianos quieran». Una gran verdad… hasta cierto punto. Los australianos de 2014 son un pueblo libre, pero no pueden decidir que Australia deje de ser una isla, ni que se traslade al hemisferio septentrional. Por mucho que cambien de opinión, no dejarán de ser una comunidad de personas de origen histórico anglosajón, de cultura y lengua inglesas, resultado de la expansión imperial británica; su historia y su identidad podrán gustarles, o no, pero su voluntad individual en un momento concreto no puede cambiar lo que Australia fue en el pasado, la herencia que ellos mismos han recibido en el presente y las bases sobre las que van a construir su futuro. Aunque por unanimidad lo decidiesen así no serían descendientes de los aborígenes, del mismo modo que no pueden decidir ser marcianos.
Recordar esto no es un insulto a nadie. Con «esencialismo» se pretende suprimir todo límite a los cambios de identidad basados en el capricho circunstancial de una mayoría. Sea, pues, esencialismo; pero siempre será mejor que traficar fraudulentamente con un liberalismo monodireccional, dando por buenas, en cambio las esencias falseadas de un nacionalismo sin nación. Si ustedes se consideran capaces de ser marcianos, procedan libremente. Pero nada puede cambiar el hecho de que existe una identidad histórica, cultural y nacional común, que no es el resultado de un plebiscito. No empezamos a existir con la Constitución de 1978, ni con la de 1812. Aunque haya una mayoría o deje de haberla, no somos Narnia, ni Mordor aunque a veces lo parezcamos.
Algunos citarán a Reinhardt Kosellek y demás idolatrados relativistas contra esta idea de España. Pero sucede que los hechos fueron de una manera concreta, y el historiador debe intentar describirlos e interpretarlos, del mismo modo en que el juez imparte justicia. ¿Saben que mienten o lo hacen por ignorancia? En algunos casos cabe dudar de la buena voluntad. En otros, por desgracia, no.
Para Gilles Lipovetsky, la acción conjunta del Estado moderno y del mercado (que históricamente han sido aliados y no adversarios, contra la vulgata liberal) ha dado lugar al tipo de sociedad en el que el hombre individual se toma a sí mismo por fin último y existe sólo para sí. Pero España, hoy nación y Estado, no es una suma de individuos, aunque fuesen libres e iguales. Para Werner Sombart la modernidad implica un determinado tipo psicológico al que el capitalismo ha permitido predominar; el egoísta, como ha recordado últimamente Juan Manuel de Prada hablando de Chesterton. Para André Gide, podía haber burgueses tanto entre los nobles como entre los obreros, y puede haber por tanto buenos y malos defensores de la unidad de España en todos los partidos y opciones, del mismo modo que puede haber buenas personas entre los que se consideran enemigos de España, y viceversa. Es lo confuso de este tiempo y de esta batalla embarullada. Ojalá al menos nos permitan tener batalla.
España es una comunidad política soberana, que tiene hoy forma de Nación y estructura de Estado. Ha tenido y puede tener otras. La soberanía recae en el pueblo español. Ha sido y puede ser de otros modos. La legalidad y la legitimidad, incluyendo su defensa –porque para eso el Estado asume el monopolio de la violencia y castiga su uso por los ciudadanos-, son indivisibles. Puede desearse o soñarse su división, por ejemplo mediante la independencia de una región. Pero realizar ese proyecto supone negar la existencia del sujeto soberano, y por lo tanto negar de raíz la validez de la democracia, de las leyes y de los derechos. Y mucho más que eso: aunque se cambien leyes y normas y se junten mayorías de papeletas, sean las que sean y donde sea, hay cosas que no se pueden negar sin más.
Quede esto claro, tanto para el lado Mas como para el lado Rajoy. No es ser iguales ni libres lo que hace existir a España, que es una realidad antes de toda Constitución y de toda mayoría. ¿Puede destruirse España? Sí, sin duda, pero no engañándonos, y no fingiendo indiferencia. Quizá la mejor manera de destruir esa realidad milenaria, que sobrevivió a grandezas y miserias, a invasiones y reconquistas, a dictaduras, terrorismo y transiciones, es defenderla mal. O defenderla desde cobardías e intereses pasajeros de hoy. No todo es negociable. Salvo que estemos dispuestos a afirmar una nueva soberanía, una nueva legalidad y una nueva legitimidad política. Así que seamos precisos, si no queremos ser montenegrinos. O sea, yugoslavos.
Pascual Tamburri Bariain
El Semanal Digital, 18 de julio de 2014, sección «Ruta Norte».
http://www.elsemanaldigital.com/blog/libres-iguales-referendum-espana-existe-antes-136613.html