De los bajos fondos a los palacios, las mejores plumas de las Islas

Por Pascual Tamburri Bariain, 8 de agosto de 2014.

Entre otros defectos, Inglaterra nos hace envidiar muchas de sus virtudes. Su literatura ha disfrutado de dos siglos de narrativa irónica, inteligente, apasionante. Que no ha muerto.

Terry Pratchett. Perillán. Traducción de Manu Viciano. RHM Fantascy, Barcelona, 2014. 400 p.. 16,90 €. Ebook 7,99 €.


Saki [Hector Hugh Munro]. Cuentos mordaces. Traducción, prólogo y notas de José Luis Piquero. Navona, Barcelona, 2014. 184 p.. 11,50 €.

Cloacas, alcantarillas, desagües… si los relacionamos con la literatura no todo es fétido, es más, la literatura del siglo XX ha sabido hacernos marchar sobre detritus con Jean Larteguy y sus Centuriones prisioneros, hemos encontrado a Gollum en un túnel oscuro, hemos entrado en el Mordor de Tolkien a través del pasaje maloliente y putrefacto de Ella-Laraña, y todo eso nos ha hecho crecer, a veces disfrutar, siempre madurar. Lo que hace ahora Terry Pratchett, aprovechando desde luego su propia experiencia como escritor y el renombre de su éxito, es una glosa a las alcantarillas de otro siglo, un homenaje póstumo al Londres victoriano a la vez amado y odiado por Charles Dickens, sin el que por cierto sabríamos poco o nada de él desde Pickwick a Mr. Scrooge. Más aún, lo que creemos saber gracias a él, recogido ahora por Pratchett, es mucho más real que el Londres que fue y que ya no es. Una virtud inherente a la literatura que los prosistas anglosajones han sabido multiplicar en estos últimos dos siglos.

Perillán es dickensiano en su ambiente londinense, de bajos fondos, de cambios personales y sociales, de giros en la vida. Es una novela dickensiana también en lo mordaz, en la combinación de fantasía historia y realidad, en el uso del naturalismo sin angustiar, y de la ilusión sin convertirse en un cuento para niños. Porque quizá su mayor virtud, poco habitual a estas alturas de siglo XXI, es que puede ser leída, entendida y disfrutada a la vez por toda la familia. Cosa que el mismo Dickens consiguió en muchas de sus obras (pero no en todas), y que se comprende mejor al ver cómo el mismo autor victoriano reaparece aquí como coprotagonista junto a Perillán.

Pero lo más dickensiano de este Terry Pratchett (y no de todas sus obras) es seguramente que se sumerge en Londres sin los prejuicios de nuestra época, con un toque de ironía y otro de intriga, y con un estilo que no es exactamente el suyo propio sino una versión mejorada. Servirá para que el lector joven de hoy entienda la historia y la literatura de hace un siglo y la formación de sus abuelos, pero servirá a la vez para que entendamos que tanto los ambientes como los estilos literarios nunca mueren, sino que siempre pueden resurgir, sorprender y revivirnos. Y sí, lo digo para los que creen muerto a Dickens y enterrado el libro impreso, pero también para los que piensan que la literatura se debe al progreso, cuando en realidad sólo se debe a sí misma. Aunque hunda sus cimientos en un cenagal. O en una sórdida cloaca.

Una sátira de los palacios basados en las alcantarillas…

Haría falta Evelyn Waugh para superar (y a veces para entender en todos sus matices) la sonriente ironía de Saki, es decir de Hector Hugh Munro. Por supuesto, Munro fue escritor, periodista e historiador en la generación de Kipling y de Oscar Wilde, una antes de Tolkien (aunque luchó y murió en la Gran Guerra) y Lewis y dos antes de Waugh, pero estamos hablando del mismo contexto intelectual: la cima territorial y también literaria del Imperio británico, y también el inicio, primero larvado y luego cruel, de su decadencia.

Quizá Munro, con una vida no fácil, en el corazón del Imperio pero en los márgenes de la minoría entonces rectora, supo ver a la vez los síntomas de flaqueza y debilidad y todos los elementos risibles, pintorescos o directamente ridículos de esa aristocracia dirigente y entonces intocable. Pero Saki no fue un revolucionario, sino un humorista, que ambientó sus relatos entre damas ridículas, políticos hueros, caballeretes viciosos, damas morbosas y demás. Firme, hábil, mordaz, pero no enemigo de la sociedad en sí sino de sus debilidades y disparates objetivos vistos desde fuera, o desde encima. Un ambiente magnífico para construir unas historias que divierten muchos años después de que nada de aquello quede, pero mientras muchas castas dirigentes se creen ellas mismas perfectas, eternas… y nada ridículas. Qué error, qué inmenso error.

Podría decirse que los Cuentos mordaces de Saki son otra cara de la moneda del Retorno a Brideshead de Waugh. Donde uno describe el momento de gloria señalando sus flaquezas y ridículos, el otro se limita a recordar y añorar lo que fue y ya nunca volverá a ser. Donde uno puso sátira, el otro desplegó nostalgia; no porque pensasen de forma opuesta, sino porque cultivaron géneros diferentes para públicos distintos en momentos para nada comparables. Las mismas mansiones, viajes y categorías pueden verse con espíritu crítico en su momento triunfal antes de 1914 y con añoranza en su agonía y muerte tras 1940. Seguramente muchas más personas –si conocen mínimamente algunas peculiaridades inglesas- van a reír con Saki; pero no dudo que todos los que releen a Waugh van a entender estos cuentos y a divertirse con ellos. Son, también, parte de nuestra identidad europea, cuando aún había una.

Pascual Tamburri Bariain
El Semanal Digital, 8 de agosto de 2014, sección «Libros».
http://www.elsemanaldigital.com/bajos-fondos-palacios-mejores-plumas–136885.htm