Con la cara de Kirk Douglas. Pacifistas ayer, hipocresía hoy

Por Pascual Tamburri Bariain, 19 de septiembre de 2014.

La Primera Guerra Mundial empezó por error, siguió por crueldad y terminó en desastre. Pero sirve para entender la Tercera Guerra Mundial del Papa Francisco.

Humphrey Cobb. Senderos de gloria. Prólogo de David Simon. Traducción de Ricardo García Pérez. Capitán Swing, Madrid, 2014. 312 p.. 18,00 €.


Romain Rolland. Más allá de la contienda. Prólogo de Stefan Zweig. Traducción de Carlos Primo. Capitán Swing & Nórdica Libros, Madrid, 2014. 168 p.. 16,50 €.

Estamos en tiempo de guerra. Esperábamos estarlo sólo por el centenario de 1914 –y reconozco que a muy pocos nos afecta más que a la media de los españoles, que es poco o nada, lógicamente-, pero en este año confuso nos hemos visto de nuevo al borde de las trincheras y del tronar de los cañones.

La torpeza diplomática de Occidente, o quizá la agonía de Barack Obama, nos ha llevado a la guerra de nuevo en Europa, y no una guerra cualquiera sino una librada en una estepa que ya ha conocido muchas no precisamente festivas. Las torpezas acumuladas de muchas décadas han creado un escenario imposible en el mundo musulmán, con un vaivén de alianzas y crueldades que obligan a las democracias a intervenir o a renunciar a su papel mundial autoasignado hace ya tanto. Y hay guerra en todos los continentes y más en el horizonte, por no hablar de rupturas civiles tanto más cercanas. Es lo que el Papa Francisco ha llamado «una Tercera Guerra Mundial a trozos». El tiempo dirá si lo ha sido. Para entonces ya sabremos cómo ha sido.

Muchas fueron las críticas a la Gran Guerra, durante y después de ella, pero una pasó casi inadvertida en su tiempo, la de Humphrey Cobb en su novela Paths of Glory de 1935. Tuvo la virtud de basarse en hechos reales sucedidos en la Francia de las trincheras, y la aún mayor y más meritoria de moderar su estilo, sin abusar de los adjetivos ni de las escenas extremas… en principio. Lo que así consiguió un pacifista como Cobb fue sembrar en el lector la desazón y la rabia ante la injusticia. Por eso la novela es uno de los clásicos del pacifismo de entreguerras y Capitan Swing ha acertado con esta edición española, precisamente ahora.

Podríamos discutir más que Cobb fuese realmente pacifista –Cobb, voluntario de guerra a los 17 años; trabajador gran parte de su vida de los servicios de información y propaganda militares americanos; e izquierdista militante y reconocido- pero no es la cuestión principal ante el libro. Lo cierto es que consiguió convertir en impresentable y odiosa para el lector una cierta manera de hacer la guerra, anticuada e injusta, y dio un arma a futuras generaciones de pacifistas. Un arma peligrosa y hermosa por cierto.

El éxito de Senderos de Gloria ha dependido sólo de la adaptación cinematográfica de Stanley Kubrick en 1957, convertido no en el retrato de un caso extremo y doloroso sino en un ataque a toda forma no ya de militarismo cerril y miope sino de cualquier forma de guerra. Malos militares, responsables de un ataque imposible y por ello destinado a la derrota, se libran de sus culpas acusando de cobardía a sus soldados y pidiendo la ejecución ejemplarizante de algunos de esos soldados, para nada culpables. Si a esto le ponemos la cara y el saber hacer de Kirk Douglas no tenemos una novela de guerra, ni el retrato de un episodio de la guerra, sino un manifiesto contra toda guerra, en cualquier lugar y circunstancia. Por eso muchos países han prohibido o censurado durante mucho tiempo el libro y la película, aunque luego muchos de los que clamaron contra esa u otras censuras estuvieron y están a favor de ataques preventivos, declaraciones de guerra, bombardeos masivos y lo que tocase. Porque sí hay guerras justas, como acaba de recordar el Papa; y porque no ha pacifista que cien años dure, como verán los lectores de este libro que, desde luego, no es para menores ni para estómagos débiles. Pero sí oportuno.

Muchos pacifismos diferentes: pero pocos duran y pocos no se manipulan

Pacifistas hay muchos, y si de verdad se contase la historia reciente del pacifismo y del belicismo sería a veces divertida y a menudo indignante. Aprenderíamos de ella, eso sí; pensemos por ejemplo en un socialista radical, objetor de conciencia al servicio militar y exiliado de su país por eso, y organizador de una huelga general, con cortes de vías de tren incluidos, contra una guerra imperialista declarada por su país contra otro. ¿Periodista pacifista? ¿Militante de Podemos? Quizá hoy lo fuese, pero ese era el retrato en 1911 de un cierto Benito Mussolini.

Y es que raramente el ideal de la no violencia, la fraternidad universal, el amor eterno entre los pueblos, la libertad, los derechos y la bondad de hombres y mujeres supera el contacto a largo plazo con la realidad. El periodista de izquierdas francés Romain Rolland sí conservó su pacifismo en 1914, y a comienzos del primer otoño de guerra lanzó en Suiza –porque en su patria habría sido obviamente ilegal- su manifiesto, explicando la sinrazón y los males para todos de aquella guerra, en su Más allá de la contienda. Poco a poco, y más después de 1918, se fue convirtiendo en un símbolo permanente de las ideas pacifistas, a lo que contribuye también no poco el prólogo de Stefan Zweig que esta edición de Capitán Swing nos ofrece.

Romain Rolland fue probablemente sincero en sus buenos sentimientos, y doloridos, contra una guerra que dividía su mundo y sus sueños, y a sus amigos de los distintos países. Sospecho que no todos los que han usado el texto de Rolland contra otras guerras han sido igualmente honestos; y es que nuestro tiempo, este de la modernidad agónica, abunda en hipocresía antimilitarista selectiva. Es decir, en militantes contra las guerras y los ejércitos que no son de su agrado, pero militantes y combatientes en las guerras o presuntas tales que les gustan. Toda la izquierda española es un ejemplo perfecto desde hace décadas de esto, hacia el interior y hacia el exterior; y con más indignidad lo es aún la izquierda vasquista, objetora de conciencia por un lado y terrorista por otro. Basta ver estos días las calles y gradas para comprobar los que por un lado son pacifistas por el otro apoyan a un bando en una de las varias guerras. Y eso no es un pacifismo honesto. Quizá porque ya no quede un pacifismo honesto, o quizá porque sean conversos a los valores superiores de la Patria y de la civilización; como Benito Mussolini, y no como Romain Rolland.

Pascual Tamburri Bariain

Pascual Tamburri Bariain
El Semanal Digital, 19 de septiembre de 2014, sección «Libros».
http://www.elsemanaldigital.com/cara-kirk-douglas-pacifistas-ayer-hipocresia–137481.htm