Por Pascual Tamburri, 30 de septiembre de 2014.
Una beatificación es una alegría para la Iglesia y puede ser una fiesta para algunos de los que acuden. Pero había y faltaba gente muy significada en la de don Álvaro del Portillo.
Cifras abrumadoras, dicen que 400.000 asistentes en Valdebebas, con 1.200 sacerdotes confesando y repartiendo la comunión, 150 obispos y 18 cardenales al frente: monseñor Álvaro del Portillo, primer sucesor del padre Escrivá al frente del Opus Dei –y primer prelado en absoluto- ha sido beatificado. Impresionante. No fue en Roma, a diferencia de aquella amena beatificación de 1992 (qué día tan santo y bien elegido aquel), y no estuvo el Papa Francisco, pero no siempre se puede tener todo. Fue en cualquier caso un gran acontecimiento político, social y cultural, además de religioso, y por eso mismo es importante no olvidar quién estuvo y quién no.
Aparte consideraciones trascendentes, es notable quién acudió y quién no porque la cosa sucedió justo cuando la Iglesia española está pasando por días nada fáciles; días en los que ni sus medios de comunicación deslumbran ni hay en las Cortes partidos que representen sus principios. Ya no.
Estuvo, obviamente, el prelado del Opus Dei, Javier Echevarría; y estuvo, porque debía estar en su diócesis, el arzobispo emérito de Madrid, Antonio María Rouco Varela, y junto a él su sucesor electo, Carlos Osoro, y su sucesor como presidente de la Conferencia Episcopal Española, el arzobispo de Valladolid, Ricardo Blázquez. Lógico y normal, como lo fue la presencia del hasta ahora curial Antonio Cañizares, de Valencia, y la de los significativos romanos George Pell, prefecto de la Secretaría de Economía, y Gerhard Ludwig Müller, prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, y la presidencia en nombre del Papa ausente del cardenal Angelo Amato, prefecto de la Congregación para la Causa de los Santos. Bastante razonable todo, aunque puede llamar la atención si escucha a sus amados nacionalistas radicales la presencia de su eminencia catalanísima don Lluís Martínez Sistach. Estuvo el pamplonés don Francisco Pérez González, y no estuvo el obispo de San Sebastián, don José Ignacio Munilla, no por hostilidad sino obviamente por estar haciendo un importante trabajo que a algunos de los allí presentes escandalizaría.
En 2009 hubo en Madrid más público, y más pasional, en una manifestación por el derecho a la vida, que nos hizo pensar que la acomplejada y politizada Iglesia de la Transición había dado paso a algo nuevo. Pensamos incluso que el PP había tomado nota, y cinco años después hemos visto que no era así. Durante la beatificación se dijo muy acertadamente que «ahora más que nunca necesitamos una ecología de la santidad, para contrarrestar la contaminación de la inmoralidad y de la corrupción. Los santos nos invitan a introducir en el seno de la Iglesia y de la sociedad el aire puro de la gracia de Dios, que renueva la faz de la Tierra». ¿Y cómo se puede hacer eso, si políticos que se deben a los votos favorables a la vida han tenido tres años de mayoría absoluta y no sólo no han cambiado nada de la legislación social anterior, terrorismo y aborto incluidos, sino que contentos de sí mismos han asistido a una beatificación con la que parecen identificarse sin pudor?
¿Políticos españoles asisten a la ceremonia?
Allí estaban los ministros Jorge Fernández Díaz, de Interior, y Luis De Guindos, de Economía, el fiscal general del Estado, Eduardo Torres Dulce, la presidenta de Navarra, Yolanda Barcina, el presidente del Parlamento de Navarra, Alberto Catalán, el consejero de Medio Ambiente de Madrid, Borja Sarasola, el director general de la Guardia Civil, Arsenio Fernández de Mesa, y el Embajador de España en Reino Unido y ex ministro de Defensa, Federico Trillo; eso aparte del ex ministro Marcelino Oreja y del ex alcalde de Madrid, José María Álvarez del Manzano, entre otros ya sin responsabilidades. Ninguno de los que tienen cargo político lo habían abandonado a pesar de haberlo recibido de un Gobierno que podía haber abolido el aborto y no ha querido hacerlo por su interés.
No estaba el dimisionario Alberto Ruiz Gallardón, lo que es lógico dada la compañía, ni su suegro don José Utrera Molina, aún más lógico considerados los últimos 50 años. Junto a Jorge Fernández Díaz y a Arsenio Fernández de Mesa, quién sabe, puede que estuviese su ahora protegido Iosu Uribetxebarría ´Bolinaga´, en la calle pese a las promesas del PP en la oposición y pese a que su enfermedad muy muy terminal no parece que fuese. Claro que siempre puede tratarse de un milagro del nuevo beato, quién sabe. Pero el balance, antes y después de la beatificación, es el mismo: Bolinaga en la calle, el proceso zapateril bien o mal en marcha y el aborto viento en popa, con el aplauso de unos cuantos de los congregados… y la perplejidad de algunos de los votantes de 2011.
No había en todo caso peligro de que Bolinaga se encontrase con su víctima más conocida, José Antonio Ortega Lara, porque si bien ignoro si estaba el primero con su ministro y valedor el segundo no estaba. Y no por no ser católico, ojo, al revés, sino por serlo sin contagio calvinista, que decían los jesuitas de antes. Católicos, lo que se dice católicos, los alegres muchachos de Bildu no suelen serlo (aunque ETA naciese en una parroquia, o en el convento de Aránzazu, o en el noviciado de Loyola directamente, pero hace ya mucho), pero una cara que seguramente el sábado jugó con máscara en la beatificación, como algunos futbolistas en sus partidos más difíciles, fue Rafa Larreina, un «hijo» del beato, de su ya santo padre y de don Javier Echevarría. Un político católico más que practicante, y a la vez que no sólo aplaude a la ETA y a sus gentes sino que no vota contra el aborto, ni este ni ninguno. Ni dimite. ¿Camino de santidad?
Josep Miró i Ardèvol, presidente de E-Cristians y miembro del Pontificio Consejo de Laicos dejó en junio de 2008 Convergència Democràtica por una discrepancia moral, aunque aún reconoce ciertos valores en Unió Democràtica y «quizá también, aunque no lo conozco tan de cerca, Unión del Pueblo Navarro». Si hablamos de los valores que la UCD nunca tuvo y que PP y PNV-EA perdieron, seguramente tenga que dejar de reconocer nada. Aunque claro, si uno piensa que el sábado estaban muchos de sus líderes en la beatificación devotamente conmovidos, hay que concluir que hay una contradicción múltiple que sólo mentes escogidas pueden explicar. ¿Uno puede llamar beato a un Alférez Provisional y a la vez no derogar la Memoria Histórica? ¿Uno puede promover abortos teniendo la mayoría para suprimirlos y a la vez llamarse católico? ¿Uno puede pactar con nacionalistas, soltar terroristas, amigar con corruptos y nombrar gentes sin valores y a la vez ir a la beatificación del heredero de un hombre que decía dirigiéndose a Franco «Dios Nuestro Señor que colme a Vuestra Excelencia de toda suerte de venturas y le depare gracia abundante en el desempeño de la alta misión que tiene confiada«?
Hay que decir en honor a la verdad que Mariano Rajoy, atareado en China, no pudo asistir a la beatificación ni necesitó excusas para no hacerlo; tampoco estuvo en Madrid en el momento de la dimisión de su ministro Gallardón, del cese de su director general de RTVE ni del desafío de Artur Mas. Tampoco SM el rey don Felipe, de viaje en Nueva York. Quizá haya sido mejor así, de modo que la hipocresía manifiesta quede restringida a niveles más bajos del poder.
El obispo de San Sebastián, don José Ignacio Munilla, precedido por el de Alcalá, don Juan Antonio Reig Plà, ha sido seguramente el de ideas más claras y concisas. Para él, «los creyentes tienen un serio problema», puesto que «el derecho a la vida no es un derecho más, sino uno anterior a todos los derechos y sobre el que se sustentan todos los demás» y en consecuencia, al considerarlo todos un derecho y no la supresión de una vida, «en el arco parlamentario actual no existe ningún partido de ámbito estatal capaz de representar al voto católico«. En resumidas cuentas, «un católico que aspire a ser fiel a los principios de la Doctrina Social Católica no puede votar en coherencia a los partidos políticos de ámbito nacional presentes en el actual Congreso de Diputados». Eso implica que tampoco puede ejercer el sufragio pasivo en esos partidos y tener cargos en ellos.
¿Lo sabían los ministros congregados en la beatificación? ¿Han dimitido ya?
Cuando en 2009 Munilla dijo quien apoyara la ley del aborto sería «cómplice de asesinato», que «la ley del aborto supone la legitimación de la ley de la selva» y aconsejó al entonces presidente del Gobierno, José Luis Rodríguez Zapatero, que evitase acercarse a tomar la Comunión por la ley del aborto presentada, y ahora confirmada por Rajoy, el PP de Rajoy le aplaudió. Hoy, en cambio, el PP de Rajoy asume los anti valores del «neocapitalismo, el relativismo y la ideología de género». El Opus Dei, que se sepa, no lo hace; el beato del Portillo y su Padre, menos, que se sepa. Pero algunos asistentes sí.
Decíamos aquí hace un tiempo que monseñor Escrivá no fue «un santo franquista ni mucho menos antifranquista», sino «un hombre moderno que tuvo la inspiración de casar, del modo que Dios le dio a entender, el depósito íntegro de la fe y la tradición católicas con la modernidad». El nuevo beato, que antes de serlo fue combatiente del bando franquista y no arde por ello en el Infierno, es seguro que no habría votado ni tampoco conservado una ley abortista. ¿Sus hijos, ´libérrimos´, pueden hacerlo? ¿Deben hacerlo?
Pascual Tamburri
Pascual Tamburri Bariain
El Semanal Digital, 30 de septiembre de 2014, sección «Ruta Norte».
http://www.elsemanaldigital.com/blog/madrid-ecologia-santidad-tambien-especies-extintas-137689.html