Europa y Alemania cumplen 25 años sin su Muro, y han envejecido mal

Por Pascual Tamburri, 7 de noviembre de 2014.

El Muro de Berlín cayó en 1989, pero después no llegó la libertad y la paz que se esperaban. Llegaron más guerras y llegaron nuevas formas de dominación.

La imagen del siglo XX, o de su final y del inicio del siglo XXI, tiene ya 25 años. Los berlineses sobre el Muro el 9 de noviembre de 1989 cerraron el siglo trágico empezado en 1914 y marcaron lo que debió ser el fin de la ideología más cruel y sanguinaria de la Historia: el comunismo. El Muro dividió en dos la ciudad de Berlín, la mártir de 1945, durante 28 años, desde el 13 de agosto de 1961 a cuando en el otoño de 1989 y ya liquidado por sus compañeros Erich Honecker el gobierno de la DDR se rindió a la evidencia. Ya Hungría había abierto sus puertas, y toda la Europa ocupada por la URSS se tambaleaba.

Estamos a un cuarto de siglo de aquel fin simbólico del sistema soviético. Francis Fukuyama creyó que con eso quedaba para siempre el capitalismo vencedor sin alternativa, confundiendo el fin del comunismo con el fin de la historia. En estos años hemos visto cómo, efectivamente, el siglo XX terminó, pero con él no terminó la historia. En el curso 2014-2015 tendremos que explicar la razón que tenía don Ángel Martín Duque en sus inolvidables clases de los viernes de aquel año, al explicarnos cómo la historia continuaba y Europa seguía viviendo, aunque fuese cambiando. No sabemos si el siglo XXI será también breve o no, pero eso seguirá siendo verdad y veremos cosas que habrían sorprendido a nuestros pobres abuelos. Y otras que quizás no.

La vida sigue, y el tiempo ayuda a valorar aquellos días. El Muro de Berlín cayó, pero el comunismo sigue existiendo y el capitalismo no ha demostrado sus virtudes morales. Se ha impuesto, sí, el lucro capitalista, pero muchos millones de personas viven sin que nadie se acuerde de su libertad. Quedan para los libros de historia, o lo que sea que enseñemos en los que por costumbre llamamos aún Institutos, la imagen impresionante del 9 de noviembre y de la violación del muro de Berlín por los civiles del Este, y el recuerdo aún más áspero del golpe en Rumanía y de la muerte de los Ceaucescu en diciembre. En pocos meses se desmontó el bloque comunista que Stalin había construido sobre cimientos de muerte y dolor y en pocos años la Unión Soviética que Lenin había creado sobre otros millones de asesinatos.

Como la memoria es selectiva, y más cuando dejamos que nos la gestionen medios de comunicación y propagandistas con intereses bastante oscuros, hemos olvidado o casi la primera «revolución» de 1989 fue la ´primavera china´ que tuvo como centro la plaza de Tiananmen en Pekín. Las televisiones raramente recuerdan ya cómo se desarrollaron las tímidas reformas dentro del régimen de Hu Yaobang ni su muerte en abril de aquel año. Los tanques chinos de Deng Xiaoping hicieron lo que alemanes, rumanos y soviéticos no quisieron hacer unos meses más tarde. Parecía el fin, pero no lo era: el comunismo se transformó en unos sitios, cedió amablemente su espacio a su hermano materialista –el capitalismo- en otros, y se convirtió en otros en un mito deseable y maravilloso como no podía serlo con sus formas de antes.

Lo que empezó en Sarajevo en 1914, expresó su primera forma ideológica en Versalles en 1919, con la extensión universal de la democracia y del derecho de autodeterminación de los pueblos, con tan magníficas consecuencias hasta el día de hoy. A eso se añadió, poco a poco, todo lo que ha definido el siglo XX. La imposición del capitalismo con centro en Estados Unidos en medio mundo, y por extensión del comunismo en el otro medio, se concreta en Bretton Woods en 1944. La división del mundo entre dos potencias y dos sistemas, con exclusión y humillación de Europa, en Yalta en 1945, que lleva luego al fin de los imperios europeos y la extensión al mundo de los problemas occidentales. No sin razón Andreas Hillgruber llamó a ese proceso que marcó el siglo «La destrucción de Europa». Tal fue el siglo XX, el siglo del ´comunismo real´.

El comunismo, que cambió a partir de aquellos meses en la URSS y sus dependencias, sigue vivo en la China continental, en Corea, en Cuba y, más angustiosamente, entre nosotros como mito y meta. Los marxistas de antes de 1989 creían que el capitalismo, su única alternativa real y en gran parte su hermano, caería necesariamente como resultado de sus contradicciones. El triunfo capitalista –simbolizado en el fin del Muro- ha sido hecho estéril por el vacío economicista de los vencedores, que vemos reflejado incluso en nuestros políticos de hoy.

El final del comunismo como régimen ha terminado por dar nueva vida y legitimidad míticas a la idea socialista marxista: han sido los errores liberal-capitalistas de estos años, la inesperada vitalidad de la historia y la opresión y frustración opulentas en las que vive Europa los que nos han puesto en el punto en el que estamos. Masas de jóvenes y de desesperados buscan en socialismos de nuevo aspecto la salida a este régimen que no supo capitalizar su inmensa carga de legitimidad de hace un cuarto de siglo. España languidece, Europa no sabe dónde ir, y duda entre una izquierda nueva pero en el fondo rencorosa, un democraticismo acomplejado que no acierta a reconocer sus culpas y una tercera vía que desde muchos sitios se busca, que no termina de llegar pero que habría sido sin duda la preferida por los alemanes de un lado y de otro en aquel noviembre de ilusiones hoy frustradas.

Pascual Tamburri

Pascual Tamburri Bariain
El Semanal Digital, 7 de noviembre de 2014, sección «Ruta Norte».
http://www.elsemanaldigital.com/blog/europa-alemania-cumplen-anos-muro-envejecido-138491.html