Los «franquistas» trajeron esta democracia y su memoria

Por Pascual Tamburri Bariain, 28 de noviembre de 2014.

La Transición está de moda. La hicieron hombres que habían vivido en franquismo, tan intensamente como voluntarios en Rusia. ¿Podemos ahora condenar a los adorados en 1978?

Xavier Moreno Juliá, Legión Azul y Segunda Guerra Mundial. Hundimiento hispano-alemán en Frente del Este 1943-1944. Actas, Madrid, 2014. 920 p.. 39,00 €.


Javier Pradera, La Transición española y la democracia. Edición e introducción de Joaquín Estefanía. Fondo de Cultura Económica – Centzontle, Madrid, 2014. 164 p.. 9,00 €.

Hace muy pocos años había un consenso casi general en adorar la tarea de los líderes y precursores de la Transición. Parecía indiscutible que España era un modelo de democratización pacífica y a coste cero. Pero pasó una generación más y llegó la Memoria Histórica, y los que habían sido héroes democráticos para la izquierda, el centro y el nacionalismo (porque habían traído un régimen constitucional, democrático, capitalista, socializante, autonomista, semifederal y apto para contentarlos a todos) ha pasado a ser recordados por su pasado franquista. Lo que no deja de ser llamativo, pero no sorprendente.

Es llamativo que la izquierda y los abertzales se alcen en 2014 contra la concesión a Félix Huarte y a Miguel Javier Urmeneta de la Medalla de Oro de Navarra. Doblemente llamativo. Ante todo porque esa misma izquierda y esos mismos nacionalistas han sido los grandes beneficiarios de la gestión por ellos y otros como ellos del franquismo medio y final; ellos modernizaron Navarra, como otros España, y sentaron las bases del actual régimen político, social y económico cuyas delicias y valores disfrutamos hoy. Por eso la condecoración es lógica, aunque por las mismas razones podría y debería haber una oposición que no se ha expresado (la contraria a la ilógica que sí lo ha hecho) .

Y además, ¿es justo condenar póstumamente a estos franquistas por haberlo sido cuando durante la beata Transición que ellos hicieron nada se les reprochaba y todo se les aplaudía? Cita Xavier Moreno Juliá a Luis Racionero cuando decía que «el civilizado sabe que las cosas nacen con sus contrarios, que nada es absolutamente claro, que… el bárbaro… caen el fanatismo de lo preciso, recto y claro, en el mantenimiento de posturas extremas.» Y es cierto: ¿qué sentido tiene haber aclamado a Urmeneta en 1966 o 1978, cuando era innovador, industrializador, promotor de ikastolas con dinero público, amigo de Herri Batasuna y militante abertzale histórico y acordarse sólo ahora, décadas después de muerto, de que fue voluntario franquista en 1936, militar con Franco y combatiente en la Wehrmacht y la División Azul?

Conviene a estos «críticos tardíos» de la Transición leer el libro de Moreno, uno más en la saga que le publica Actas, Legión Azul y Segunda Guerra Mundial: Hundimiento hispano-alemán en el Frente del Este 1943-1944, donde retrata los claroscuros de los penúltimos combatientes españoles en el frente ruso, donde estuvo Urmeneta. Por supuesto que mientras lucharon allí no eran demócratas; aunque menos que ellos lo eran sus enemigos soviéticos, con tantos admiradores y aplausos oficiales hoy en esta misma España. La historia que cuenta y abundantemente documenta Xavier Navarro es la de los muchísimos matices que tiene la realidad, una realidad en la que las etiquetas de buenos y de malos no son válidas más que para mentes limitadas o populismos compulsivos. Son mil páginas de datos y de explicaciones y contexto. También es verdad que, aunque no sea la intención del autor, son mil páginas de heroísmo y de grandeza humana, continuación de la historia que en directo contó Torcuato Luca de Tena y de la narración más técnica de Salvador Fontenla y de la mucho más humana y admirable que algunos aún aplaudimos al releer a Fernando Vadillo.

Urmeneta evolucionó, como por su parte y de otro modo lo hizo Huarte, y como gran parte del franquismo y el mismo Franco lo hicieron. Seguramente conocerlos ayude a los poderosos de hoy a condecorarlos con menos complejos; aunque indudablemente otras opiniones, distintas por distintas razones, también merecen libros y medallas, desde Amadeo Marco a José Utrera Molina y desde Dionisio Ridruejo a divisionarios tan conocidos como Jaime Miláns del Bosch y Ussía o… Alfonso Armada y Comyn. Porque todos fueron Transición, empezando en el infierno ruso.

Esa Transición antes adorada y hoy denostada…

Javier Pradera y su eterno amigo Joaquín Estefanía son representantes de la primera generación que vivió el franquismo sin vivir la Guerra Civil; nacidos en el régimen, asumieron por diferentes caminos valores opuestos a él (unos democráticos, otros totalitarios marxistas) y construyeron una minoría intelectual opositora. Creciendo aquella España y cambiando su sociedad, ellos fueron el segundo escalón que lideró el cambio político (porque el primero fueron los altos dirigentes del mismo franquismo, cambiándolo desde dentro después de haber combatido por él… o en Rusia) .

Lo que hizo Pradera antes de morir en su brevísimo y punzante ensayo que le publica el Fondo de Cultura Económica es más explicar que defender la transición. Para él, la Transición no necesita defensa frente a sus actuales críticos, que ven en ella las raíces de los problemas de hoy, sino que necesita ser entendida: la Transición empezó mucho antes de morir Franco y consistió en un proceso abierto de democratización integral. A día de hoy, muchos son los proyectos de cambio constitucional, unidos todos por la idea de que la Transición –que ellos mismos idolatraban hace bien poco- se quedó corta, no llegó a la sustancia de ciertos problemas. El mismo PSOE está en parte contagiado de este mal. Pradera explicó muy bien por qué eso no debía ser así: desde su punto de vista la Transición no quedó cerrada, y fue atinada en su tiempo y momento.

Tan legítimo como el punto de vista de Pradera, y como el de los revisionistas de la Transición por defecto, es o debe ser el de los críticos de la Transición por exceso: ha de ser admisible en el debate público la idea de que la democratización tuvo graves errores, errores que hoy pueden ser corregidos; y si para unos el Título VIII o la distribución de poderes peca por defecto, para otros, por qué no, puede ser un error por ahogamiento, que hoy estemos viviendo. La clave, leyendo a Pradera en el contexto de aquella y de esta España, es que los españoles intelectualmente activos sean capaces de hablar y de tener un marco común de convivencia, sin hacer que nadie renuncie a su identidad y memoria, como por ejemplo lo ha hecho la derecha durante décadas. Veremos qué pasa.

Pascual Tamburri Bariain

Pascual Tamburri Bariain
El Semanal Digital, 28 de noviembre de 2014, sección «Libros».
http://www.elsemanaldigital.com/franquistas-trajeron-esta-democracia-memoria-138903.htm