Por Pascual Tamburri, 2 de diciembre de 2014.
Despiertan fuerzas telúricas en el patriotismo español. Tras la decepción brotan las respuestas. Como siempre, desorden y confusión. Pero Rajoy lo ha querido, con sus errores.
Cada semana, y casi cada día, vemos muestras populares y masivas de los humores cambiantes en nuestro cuerpo social. España vive un momento de cambios acelerados, cambios iniciados por las bufonadas de José Luis Rodríguez Zapatero, multiplicados por el centro mercantil, sumiso y acomplejado de Mariano Rajoy, aprovechados por la extrema izquierda de Pablo Iglesias y acompañados por toda la gama de nacionalistas, terroristas y antiespañoles, desde Artur Mas hasta Arnaldo Otegi. Sin embargo, esa revolución política, social y cultural, basada en el descuartizamiento de España, aún no ha triunfado. Cada vez son más los españoles orgullosos de serlo y de exhibirlo. Por muchas décadas sólo la izquierda se creía capacitada y legitimada para salir a la calle. Ya no es así.
El viento está cambiando. Comparto la sensación del héroe más humilde de J.R.R. Tolkien, Ghân-buri-Ghân de la floresta de Drúadan. Han despertado inquietudes y resistencias insólitas que pueden hacer fracasar el proyecto de la multiforme anti España –que sí existe y que no es simple casualidad-. Muchos españoles quieren seguir siendo españoles. El enemigo está a las puertas, pero va a encontrarse con más obstáculos de los esperados.
Hoy por hoy, aquí y ahora, sobran debates ideológicos, minucias históricas y disquisiciones teológicas: la derecha, o si se quiere el ´otro Podemos´, es la oposición política, social y cultural al materialismo, progresismo e individualismo –léase colectivismo, léase anticomunitarismo- de la izquierda rampante y del centrito negociante. Es mucho lo que está en peligro. «La continuidad histórica de una nación no es cosa de genio, sino de libertad, y, por lo tanto, puede perderse«. España vive y es una nación, pero puede dejar de serlo e incluso puede dejar de vivir. Una derechona que se limitase a confiar en el providencialismo tradicionalista – que tuvo su más lánguida y democristiana versión en la nefasta UCD- se convertiría en cómplice del radicalismo izquierdista. Y también sería posible una derechita que se acomodase a ser leal oposición política de un régimen de izquierdas, por definición totalitario.
Con acierto, aunque antes de tiempo y no sin resistencias, tanto ETA como Zapatero calculaban que el PP de Rajoy terminaría sometiéndose a los dogmas del sistema, creyendo que sólo así podría volver al poder. Acertaron. Los hábitos rumiantes de los años anteriores se concretaron en la sumisión, basada en el politicismo y en el «centro» entendido como manera de lograr que los votos de la derecha fuesen a políticos profesionales que aceptasen antes o después los dogmas y decisiones de la izquierda.
La derecha se ha sentido acorralada, expulsada por la fuerza de la legitimidad, y ha despertado un movimiento social de resistencia. Se ve en la calle, en las manifestaciones, al hablar con personas de todas las edades y estilos. Esa nueva y eterna derecha no es esencialmente política, sino un zócalo firme de consenso y movilización que puede arrollar a la vez a Sánchez, a Iglesias y a Rajoy. Eso sí, ese sentimiento no tiene nombre, ni sigla, ni organización. Quizá sea mejor por ahora. El viento puede ser tempestad.
La derecha que no se conoce a sí misma
«Wídfara es mi nombre, y también a mí el aire me trae mensajes. Ahora el viento está cambiando. Llega un soplo del Sur; hay un aroma marino en él, por débil que sea».
La derecha real no es sólo la derecha oficial, así como la derecha social no coincide con la derecha política. Esto de distinguir el «país real» del «país legal» es una herencia de la generación de fin de siglo europea (de fin de siglo XIX, se entiende: la generación regeneracionista de Joaquín Costa entre nosotros, para entendernos; pero es que la crisis y sus hijos nos han devuelto a los problemas del siglo XIX), y ayuda a entender qué le pasa a la derecha.
Las derrotas populares de 2004, 2007 y 2015 son el fruto de la desmovilización antes y además de su causa. Mariano Rajoy ganó en 2011 prometiendo explorar, aprovechar y asumir lo que el viento de la derecha social estaba pidiendo en la calle. No lo hizo. Otros lo harán. Para empezar, lo primero será reconocer con humildad que durante demasiado tiempo hemos tenido la espalda vuelta a la gente, y que no nos habíamos dado cuenta del movimiento social plural que estaba naciendo.
La derecha que tiene miedo de sí misma
Me parece ver el futuro, en cierto modo. Sé que recorreremos un largo camino hacia la oscuridad; pero también sé que no puedo volverme. (…) lo que quiero no lo sé exactamente, pero tengo que hacer algo antes del fin, y está ahí delante (Samsagaz Gamyi) .
Hay miedo. Ser de derechas no sólo está mal visto por los creadores de opinión, por los asesores y por los jefes de gabinete apesebrados. Ahora da miedo porque hay un riesgo físico en serlo, como se demuestra cada día en las calles de todo el país. La derechita política tiene miedo, y de hecho se llama ya sólo centro; sin embargo la derecha social, compleja, conflictiva, variopinta y contradictoria pero real, ha vencido el miedo y compite por la calle con la izquierda y con los poderosos. Ahí hay una esperanza: porque el poder difícilmente podrá parar un movimiento popular con la facilidad con la que se detiene un partido de técnicos adocenados.
No obstante, la derecha sigue teniendo miedo de sí misma. La gente da miedo, cuando no asco, y se teme la contundencia de unos tanto como el tipismo de estadio de otros. Se siguen convocando mítines «íntimos» en los que el aplauso de cuatro cargos públicos y «gente de confianza» sirve para mendigar unos segundos a las televisiones que antes regalamos al enemigo y que ahora financiamos con la publicidad institucional que nos queda. Se sigue confundiendo el apoyo a la oposición social con comprar a alguno de sus líderes con un puestecillo en las listas, con emplearlos de teloneros en los actos o con censurar –a veces con escaso pudor y siempre con escaso éxito—la sinceridad de su activismo juvenil y popular.
El mundo está cambiando: lo siento en el agua, lo siento en la tierra y lo huelo en el aire (Bárbol)
Una derecha política centrada y desconectada de su vertiente social perderá necesariamente todas las futuras elecciones, perdería sus apoyos y a cambio no obtrendrá de la izquierda más que desprecio. Una derecha acomplejada, o una derecha en la que el cálculo electoral miope primase sobre la unidad del movimiento y la defensa de los principios, sería la derecha de Podemos. En cambio, es la hora de un Podemos a la derecha.
Creo que la marea de fondo va en otra dirección, hacia una derecha plural y distinta. Nada que ver con el pasado, sino algo capaz de ser a la vez político, social y cultural, con mil rostros y una síntesis unitaria. Pedro Laín Entralgo hablaba ya de esa síntesis, «en la que convivan amistosamente Cajal y Juan Belmonte, la herencia de San Ignacio y la estimación de Unamuno, el pensamiento de Santo Tomás y el de Ortega, la teología del padre Arintero y la poesía de Antonio Machado«; hoy podríamos emplear otros nombres, y no sería ni eclecticismo ni rendición, sino una vela desplegada para un nuevo patriotismo victorioso, que abarque… desde jugadores de Xbox a jugadores de PS4. Que no medirá su victoria en puestos ni votos, sino en la defensa de España, cosa que los profesionales de la política no entienden nunca.
La única alternativa es un centro servil que, por tener miedo a su gente, renuncie a defenderla. Pero entonces las consecuencias serán imprevisibles, y no creo que nadie quiera experimentarlas. No se puede pedir eternamente «serenidad», «comprensión» y «moderación», porque una derecha que se limitase a pedir votos cada cuatro años para una casta de privilegiados perdería los votos y perdería la dignidad. La resignación no se puede pedir más allá de cierto límite, y menos si se pide desde el aire acondicionado del despacho oficial, desde el asiento del coche azul o desde la perspectiva de una cómoda carrera política profesional en la oposición.
Vas hacia el camino y si no cuidas tus pasos no sabes hacia dónde te arrastrarán (Bilbo Bolsón). Lo seguro es que la solución para todos está en el futuro: camino adelante veremos quién lo recorre, pero esto ha pasado en las plazas de Madrid y de Barcelona, en mi pueblo y en el tuyo, en mil conversaciones de gente harta a la que temen los que a la vez piden su voto.
Pascual Tamburri
Pascual Tamburri Bariain
El Semanal Digital, 2 de diciembre de 2014, sección «Ruta Norte».
http://www.elsemanaldigital.com/blog/tambien-nosotros-podemos-aunque-tienen-miedo-138960.html