Eruditos locales, ignorancias universales, votos rurales

Por Pascual Tamburri, 16 de diciembre de 2014.

Ser de pueblo es bueno. Ser pueblerino no lo es. Y no es lo mismo: todos los españoles somos más o menos remotamente de pueblo, pero los aldeanos viven en todas partes.

Aunque los verdaderos temas políticos de fin de año son la cuestión catalana no resuelta por Mariano Rajoy y la progresiva liberación y victoria de los asesinos de ETA, tolerada por este Gobierno como por el anterior, la moda política es Pablo Iglesias, su séquito y su partido –neonato en organización, decimonónico en ideología-, y los cambios que han introducido en la política española.

Con las encuestas, sondeos y proyecciones en la mano, Podemos resulta ser un partido de jóvenes, instruidos, de clase media y urbanos; y frente a ellos el PP es, al menos en porcentaje relativo, un partido de gente mayor y de pueblo (aunque no iletrada: eso se queda para el PSOE). Según el CIS del pasado octubre, Podemos no arranca entre los agricultores y las amas de casa, y ahí en cambio, más entre los agricultores autónomos, el PP impera. ¿De nuevo el campo contra la ciudad? ¿La España ilustrada contra la España pueblerina, esa eterna lucha que ya dio lugar a la estafa institucional de 1931?

La suposición estadística ya está dando sus frutos: la moda mediática es acusar al PP de ser un partido aldeano. Como si eso fuese verdad. Como si eso fuese necesariamente malo. Y como si ser de pueblo fuese lo mismo que ser pueblerino, cuando en realidad muchas veces es lo contrario y los más miopes y estrechos de miras de los localistas de 2014 son perfectos urbanitas.

Pero no es fundamentalmente un problema político, va más allá. España ha tenido la suerte, buena creo yo, de ser un país rural muchos siglos. Con la vertiente no tan buena de que los vicios localistas y la miopía ética, estética, cultural y social han arraigado, a veces hasta como signo de identidad colectiva. Que el PP sea mayoritario en la España aún rural no lo discuto; pero que entre los pueblerinos –vivan donde vivan- hay una dura batalla electoral en ciernes tampoco lo dudo. Porque hay muchos modos de ser aldeano, especialmente siendo de ciudad.

Para el aldeano del siglo XXI, el verdadero sabio es su erudito local, el verdadero artista es el escultor «de aquí», el libro que vale la pena es «de aquí». Tenemos un problema colectivo, que afecta a todos los partidos y que es consecuencia de nuestro sistema educativo y de un enriquecimiento demasiado rápido en su momento, de ignorancia, petulancia, autocomplacencia: pueblerinos.

No hay que pedir demasiado, pues obviamente las sensibilidades artísticas, culturales, éticas y estéticas, como el conocimiento real de las cosas, han de ser por definición minoritarios. No podemos pretender de la nación entera que comprenda hondamente y disfrute leyendo a Evelyn Waugh, entienda todos los sutiles matices de la amistad entre Lord Sebastian Flyte y Charles Ryder (y Aloysius, por supuesto), ni que se extiendan a todas esas instituciones grises a las que insistimos en llamar Universidades en 2014 los «soft airs of centuries of youth» de Oxford. Pero hay muchas cosas que mejorar, razonablemente, entre una improbable exquisitez universal y un imperio general del aldeanismo actual, en sus distintas versiones actualizadas del «mi pueblo es el más bonito e importante del mundo», «yo lo sé todo de mi pueblo», «nuestro equipo (o nuestro castillo, nuestras fiestas, etc) es lo mejor» y demás.

Como en el siglo XXI nos tenemos que superar a nosotros mismos, hemos conseguido parecer y ser pueblerinos en el peor sentido imaginable hasta siendo de ciudad, ciudadanos e incluso urbanitas. Hemos de conseguir que ser de pueblo no sea una vergüenza, al revés; y al mismo tiempo hemos de lograr que la jerarquía del saber y del sentir se reconozca ampliamente, sin que el modelo social sea necesariamente el bruto goleador afásico.

Ser pueblerino, en el mal sentido, es sentirse indignado cuando en la provincia de al lado se hace una inversión pública y a la vez sentirse orgulloso de que al club local de fútbol se le dé un trato fiscal de favor y se le perdone una multimillonaria deuda tributaria y social. ¿Por qué? Ah, porque es un «signo de identidad» regional «nuestra», con lo cual el pueblerino moderno se indigna si tiene una semana de espera en la sanidad pública pero le parece bueno y santo que el dinero público se regale a un club deportivo privado. Y ay de quien ni siquiera dude; como ese tipo de visiones pueblerinas y limitadas pueden ser mayoritarias, ningún partido político al uso osará negarse al desfalco: en cosas como ésa el pueblerino limita con el populista.

La verdad es que, ante semejante panorama, uno prefiere ser de pueblo. Pero de pueblo con todas las consecuencias, de pueblo como Paco Martínez Soria o cateto como Alfredo Landa. España, que siempre pecó de localismo, ha crecido mal, demasiado rápido, porque demasiado rápido se hizo rica y urbana y demasiado rápido ha experimentado la crisis. Y hemos hecho crecer a una generación con lo peor de los dos mundos. Seguramente los de la «generación Erasmus» tenemos que solucionar esta miseria cultural y moral.

Pascual Tamburri

Pascual Tamburri Bariain
El Semanal Digital, 16 de diciembre de 2014, sección «Ruta Norte».
http://www.elsemanaldigital.com/blog/eruditos-locales-ignorancias-universales-votos-rurales-139219.html