Por Pascual Tamburri, 16 de enero de 2015.
El PP era una gran fuerza emergente en el País Vasco y Navarra. Su discurso político cambió, y las encuestas lo sitúan en decadencia. ¿Tendrá que ver una cosa con la otra?
Se ha hablado y escrito bastante, y no sólo en los últimos días, sobre la agonía del PP vasco y del PP navarro. El PP en general espera ganar o chalanear las elecciones generales y no desangrarse del todo en las regionales, porque como opina Pedro Arriola y sostiene Narciso Michavila, «juega con la ventaja de que sus potenciales votantes no se han ido a ningún lado sino que están ahí, debatiéndose entre quedarse en casa como en las elecciones europeas o volver a votar al PP«. No tienen dónde ir, porque ya se ha ocupado el PP centradito, incumplidor, florido y perjuro de estos años de que nazca una derecha de principios competitiva. Pero eso mismo no vale en las provincias vascas ni en Navarra, porque ahí sí tienen dónde ir. Y porque al PP de Génova no le importa mucho, mientras que sí le importaría un Vox potente en Burgos, Madrid o Valencia.
A lo largo del último año, todas las encuestas colocan al PP del Parlamento de Vitoria por debajo del 10% y al PP del Parlamento de Navarra al filo del 3% en las siguientes elecciones. En un caso supondría su marginalidad total, quedando como quinta o sexta fuerza política, y en el otro podría significar su desaparición de las instituciones forales. El votante popular, reiteradamente desilusionado, o se queda en casa o busca otras opciones, que van del PNV al PSOE en un lado y directamente a UPN en el otro.
Esto no siempre ha sido así. No hace tanto que el PP ocupaba la vanguardia del mapa electoral del País Vasco. En 2001, liderados por Jaime Mayor Oreja, enfrentados a los abertzales y en buenas relaciones con un PSOE antinacionalista, los populares fueron la segunda fuerza autonómica, con 19 diputados y casi una cuarta parte de los votos. No hizo falta ninguna concesión ni ninguna negociación para llegar ahí, no hizo falta tener más etarras en la calle, treguas, negociaciones, chalaneos, ni una Batasuna legal. El PP tuvo así éxitos sorprendentes, como el 20% en Rentería o el 30% en Irún, y todo parecía posible.
En 2015, tras la marginación de Carlos Iturgaiz, la salida de María San Gil, el castellano José Antonio Ortega Lara y Santiago Abascal y la nada deslumbrante gestión de Antonio Basagoiti, el PP vasco se ha reducido a menos de la mitad de apoyos, y bajando. El PP de Vitoria está ahora en manos de su presidenta Arantza Quiroga, acompañada sucesivamente por el ministro de Sanidad Alfonso Alonso y por directivos renovadores como Iñaki Oyarzábal o Borja Semper. El discurso político del PP vasco antes se centraba en la defensa de España y de la libertad en una comunidad amenazada por el nacionalismo independentista, incluyendo su parte más asesina en ETA-Batasuna; era admirado fuera de allí y votado aunque fuese en secreto por mucha gente allí. Querían cambiar las cosas, cambiar el Estatuto, cambiar la escuela y la política lingüística, quería resistir a planes como el de Ibarreche y a chantajes terroristas sin pagar ningún precio. Ahora el mismo PP quiere ser como los demás, dejar la resistencia y aceptar la comunidad diseñada por los abertzales.
Se avergüenzan de haber sido lo que eran, como dice la misma Quiroga: «La situación política ha cambiado, el futuro va a ser diferente y el PP tiene que adaptarse para ser útil a la sociedad». Es decir, que aceptan la victoria ideológica de los enemigos de sus mayores. Si por lo menos les fuese bien en las urnas… pero es que ni eso: cuanto más se someten al discurso abertzale, más votos pierden. Y es lógico, porque se les votaba porque ofrecían algo diferente, defendían España y unos principios. Si van a ser como los otros, ¿para qué votarles? se preguntarán muchos.
En Navarra, todo parece señalar, en medio de problemas internos mayores aún que los vascos, que el presidente de la junta gestora del PP Pablo Zalba intentará evitar enfrentarse a las urnas, dejando que la portavoz parlamentaria de los populares, Ana Beltrán Villalba, sea la candidata a la presidencia del Gobierno en las elecciones de mayo. En julio de 2014 Enrique Martín de Marcos dimitió de la presidencia del PP navarro (lo que demostró que en 2009 Génova y José Cruz Pérez Lapazarán, Pablo Zalba, Santiago Cervera, Eloy Villanueva, Calixto Ayesa y Jaime Ignacio del Burgo se equivocaron frente al presidente saliente José Ignacio Palacios), y Mariano Rajoy optó de nuevo por Zalba, esta vez en la gestora. Pero una cosa es ejercer el poder interno y otra muy distinta sacrificarse siendo candidato cuando las encuestas colocan al PP al borde de no tener parlamentarios en Navarra en 2015.
Si los votos (y previsiones) sirven en democracia para valorar una gestión política, lo que en el País Vasco va mal en Navarra apunta a ser peor. El camino 2009-2015, aunque el ministro García-Margallo piense por afecto otra cosa, no ha servido para defender mejor España y ni siquiera para construir un PP más fuerte. Puede que no se quisiese hacer ni lo uno ni lo otro, en según qué foros, en qué cortes y en qué séquitos.
Hay analistas calculadores que proponen, y esto no es novedad, que el PP pacte en Cataluña con CiU, en Navarra con UPN (propuesta de Carlos Floriano ya desdeñada por Esparza desde UPN) y en el País Vasco con el PNV en términos de inferioridad reconocida. Ya se ha hecho antes, con enormes concesiones a cambio del apoyo de unos y otros para gobernar en Madrid. La única batalla que está perdida con seguridad es aquella que se renuncia a combatir. Pues bien, quizá haya más de un brillante ingeniero o profesional de la política dispuesto a no combatir de verdad esas batallas, por cálculos personales y de partido. ¿Sabrán contárselo a los que creyeron en ellos y les votaron y arriesgaron vidas y haciendas en nombre de España? Y si lo hacen, ¿quién les perdonará su miseria humana?
Pascual Tamburri Bariain
El Semanal Digital, 16 de enero de 2015, sección «Ruta Norte».
http://www.elsemanaldigital.com/blog/quien-interesa-eutanasia-vasco-navarro-139740.html