Por Pascual Tamburri, 23 de enero de 2015.
Ha acabado el Estado laico. Las naciones sin valores comunes, simplemente, van a morir o están ya muertas. Y Europa ofrece los peores ejemplos.
Tras los atentados de Amedy Coulibaly y a los hermanos Kouachi, y después de las correspondientes manifestaciones, lamentaciones y dolores, Francia se convirtió en el centro de un peculiar sentimiento de resistencia contra la agresión.
Por una parte, en nombre de una libertad de expresión sin (casi) límite que muchos identifican con una identidad a la que llaman Occidente, se reivindica el derecho a la blasfemia. No importa qué blasfemia, no importa qué Dios: la verdadera libertad estaría más en poderlo insultar que en poderlo predicar, y los atentados parisinos serían condenables sólo por negar ese supuesto derecho.
Derecho, pero con una marcada excepción oficiosa. Para los judíos de origen y/o de religión dondequiera que estén, lo políticamente correcto es defender su derecho a tener un Estado confesional identitario, por origen y por fe: un derecho que se niega a los cristianos y que se duda para los musulmanes. Y cuando los judíos son víctimas o parte de las víctimas de un crimen no se habla de Estado de Derecho ni de libertades (cosa que sí se hace cuando los muertos son sólo cristianos), sino de derecho a la venganza por parte de ese Estado institucionalmente judío o de sus aliados.
En principio, el dogma occidental contemporáneo incluye que un Estado no debe tener una identidad colectiva basada en el origen o fe de su mayoría étnica. Por eso, lo moderno es que España no sea católica, que ningún país de Europa sea cristiano y, en general, que no sean… europeos. ¿Por qué? En nombre del respeto a las minorías, a las identidades, a las libertades y esas cosas.
Pero no vale igual para todos: el primer ministro Benjamín Netanyahu dijo en París a los judíos franceses que Israel era su hogar, que allí hay sitio para todos ellos porque Israel no indiferente en identidad, un cristiano o un musulmán no son igualmente ciudadanos de Israel, porque este país es el hogar de todos los judíos del mundo. Israel tiene la identidad definida que los países europeos se niegan a sí mismos.
Pues bien, esto que vale para Israel ha de valer para todos o para nadie. Si los Estados de Derecho han de evitar tener una identidad definida, Israel debe dejar de tenerla o ha de aceptar ser considerado un país antidemocrático. Y si los Estados de Derecho pueden tener una identidad prevalente, entonces los países europeos tendrán que definir quiénes son y en qué se reconocen (en cuanto a creer, cada conciencia es inevitablemente libre) .
Si la identidad y la religión inmanente de Occidente va a ser sólo el materialismo-progresismo-individualismo, con derecho universal al insulto y la blasfemia, que lo sea para todos, Israel incluido; y así tendrá sentido que luchemos por eso y que prediquemos esa simpática fe. Pero si van a valer las raíces de cada uno, entonces no hay remedio: del mismo modo que Israel o es judío o no es, Europa o es cristiana o no es. Y esto incluye por cierto un derecho y deber de intervención fuera de nuestros límites en favor de los cristianos perseguidos. En Oriente Medio, por ejemplo.
Moi non plus, je ne suis pas Charlie Hebdo.
Pascual Tamburri
Pascual Tamburri Bariain
El Semanal Digital, 23 de enero de 2015, sección «Ruta Norte».
http://www.elsemanaldigital.com/blog/europa-debe-cristiana-europea-139878.html