Los falsos héroes democráticos que trajeron más genocidios

Por Pascual Tamburri, 6 de febrero de 2015.

¿Un aniversario para celebrar? En Yalta Stalin, Churchill y Roosevelt diseñaron nuestro mundo con su crueldad, sus injusticias, sus genocidios y sus miserias. Hay que recordarlo.

Nuestra historia de hoy empezó hace 70 años. En la primera semana de febrero de 1945 se pactó en Yalta el reparto del mundo en dos esferas de influencia. Durante las cuatro décadas que siguieron a un Imperio socialista de base rusa se contrapuso un mundo liberal, capitalista, dirigido por Estados Unidos. Cada uno de esos bloques tuvo matices internos, disidentes, roces y conflictos, pero el reparto básico del mundo, definido sin disimulos en Crimea, no se alteró. España, a su manera, quedó en el Oeste.

Aquellos llamados Tres Grandes decidieron el fin de Europa y el futuro del mundo hasta hoy. Winston S. Churchill, ya sin fuerza política, militar ni económica, aceptó lo que se le impuso; pocos meses después su Imperio se eclipsó, él perdió el poder y su país pasó a ser sólo un fiel vasallo de Washington. Francia, por supuesto, ni fue invitada. Franklin D. Roosevelt usó la enorme fuerza de su país para extender sus ideas y prejuicioso, justamente minoritarios en América. Sólo vivió unas semanas más. Junto a ellos, el antiguo aliado de Hitler y Ribbentrop, Iosif Stalin, consiguió al precio de ríos de sangre rusa una expansión mundial del comunismo. Los demócratas no hicieron nada para impedirlo.

En realidad, el bloque marxista de Stalin intentó hacer una trampa en el reparto. Mientras que en su propio campo definió un solo proyecto político, económico, social y cultural, la izquierda aprovechó el régimen de libertades de las democracias para conquistar el poder cultural también en Occidente. Y así, incluso cuando el mundo del Gulag se hundió a partir de 1989, la victoria de Occidente fue política y económica, pero sólo en mínima medida cultural. Además de tener valores comunes, prevalece el materialismo progresista.

La ecuación de los demócratas, Stalin incluido, fue sencilla. Ellos vencían. Por tanto, eran los buenos. Los vencidos, los malos. Sin concesiones, habrían de ser juzgados (no los vencedores en ningún caso) y habrían de pagar el precio de la guerra sin descuentos. Además de ser juzgados y ejecutados según leyes que ni existían en su momento. Europa, como tal, perdía su identidad y su libertad. A nadie se le daba a elegir, ni se le da hoy, qué ideología compartir.

Ernst Nolte y François Furet creen que, al menos en Europa, puede hablarse hoy de un nuevo Pacto de Yalta, vertical y no plasmado en los mapas. Así, la economía estaría gobernada en nuestros tiempos por los liberistas dogmáticos y la política sería una democracia formal, pero la cultura estaría entregada a una nueva Internacional de izquierdas, liberada de casi todos los residuos proféticos de la tradición marxista, enteramente nihilista y tan mundialista y globalizadora como la economía liberal. Hegemonía del mercado para unos, hegemonía del pensamiento para otros, basada en una común antropología.

En el fondo no es ninguna novedad, porque el mismo Francis Fukuyama reprochaba la ineficacia de modelo soviético, no la bondad de las metas (el fin de la historia basado en la felicidad individual inmanente, en la abundancia: poco importa que esto se llame comunismo o no). Nunca la negó. Tampoco nunca se escandalizó porque la guerra empezase en 1939 por la libertad de Polonia y la democracia en general, y terminase en 1945 con menos libertad en Europa que nunca… y esperando otros 50 años para entrever la democracia. Eso sin contar que hoy Crimea es de nuevo rusa y hay guerra de nuevo en el Donbass.

La derrota aceptada se extiende a España. El centro liberal gobernó España durante dos legislaturas con aparente éxito económico, ya que en aquel contexto sus dogmas coincidían con las necesidades del país. Ahora lo ha intentado de nuevo, y de nuevo sólo en lo económico. Políticamente se realizaron importantes esfuerzos, con algunos resultados que podrían haber sido mejores con más decisión y menos complejos. Ahora no se ha hecho ni eso. Pero se desdeñó como secundario, o tal vez como ya ocupado, el mundo de la comunicación, de la elaboración y gestión cultural, de la movilización social y de la creación y difusión de ideas. Era precisa una capacidad de respuesta social, cultural y doctrinal que el pobre centro no tenía porque había renunciado a tenerla. Y así estamos como estamos.

Roosevelt con alegría y Churchill sin demasiadas quejas aceptaron en Yalta la definición de nuestro mundo como es hoy. «Roosevelt tenía un prejuicio antinazi y antialemán que le hacía incapaz de cualquier objetividad respecto a los soviéticos, y de hecho aplaudió planes verdaderamente genocidas como el de H. Morgenthau. Durante la guerra, es muy cierto, millones de personas murieron o fueron deportadas por los nazis, y muchos responsables incluso menores han pagado por ello. Pero otros millones, más en realidad, padecieron la misma suerte a manos de los comunistas, y nunca nadie ha pagado por ello».

Al volver de Yalta, Roosevelt afirmó en el Congreso que «venía de Crimea con la firme convicción de que se había empezado el camino hacia un mundo de paz«. O mentía o se equivocaba. Churchill no supo responder en el Parlamento a quienes le criticaron por abandonar a su suerte a sus aliados polacos, que le habían servido de excusa para la guerra, y al condenar a Alemania, a Europa y al mundo a una era sin paz y de subordinación a las ideas de los vencedores. ¿Hay mucho que celebrar?

Pascual Tamburri Bariain
El Semanal Digital, 6 de febrero de 2015, sección «Ruta Norte».
http://www.elsemanaldigital.com/blog/falsos-heroes-democraticos-trajeron-genocidios-140133.html