Por Pascual Tamburri, 20 de febrero de 2015.
De Gaulle o Putin levantaron sus países después de enormes crisis. España está en una, y no se adivina ningún salvador de la Patria. ¿Hará falta?
En la España de Mariano Rajoy y Artur Mas el patriotismo está siendo sistemáticamente atacado; atacado con las ideas y atacado con los hechos. No se trata sólo, y ni siquiera esencialmente, de los símbolos físicos de España –del pueblo español, del Estado español, de la nación española: dejemos atrás ese debate-, ni tampoco de sus vínculos más íntimos, como la lengua, la cultura, la historia o la tradición religiosa. Se denigra sistemáticamente la misma adhesión a España como Patria, como si se tratase de una manía de la derecha, de un invento del franquismo, o de una rareza arqueológica de los militares y de algunos maniáticos más.
Curiosamente, ese menosprecio del patriotismo, es decir de la voluntad de vida en común, va asociado a la exigencia de respeto para otros patriotismos y para otras identidades pretendidamente nacionales, negadoras de lo español. Es decir que, con los hechos, la España «oficial» de 2015 está contra el patriotismo español, en el mejor de los casos ignorado y normalmente descalificado por anticuado, «esencialista», falso y antidemocrático, pero se considera moderno, respetable y loable otro tipo de patriotismos. Sin grandes diferencias entre las izquierdas y los centros, hay que decir.
Este doble juego, que en las ideas está ya muy avanzado y que en los hechos se está imponiendo con fuerza en los últimos años, tiene sus peligros. El sistema los corre a la espera de una confirmación electoral y de la posibilidad de completar la vía de destrucción iniciada en los acuerdos nacionales de la Transición a la democracia. Pero Zapatero ayer y Rajoy hoy, y desde luego los suyos, saben que a ambos lados del camino que recorren hay sendos abismos. Un país puede ser llevado al borde del precipicio de una crisis colectiva, pero hasta que definitivamente se despeñe existe la posibilidad de que reaccione, y de que lo haga sacudiéndose de encima a quienes pretendieron el desastre. Sucedió en la Francia de Charles De Gaulle en la década de 1950, y en la Rusia de Vladimir Putin en la de 1990.
«Nos habían dicho, al abandonar la tierra madre, que partíamos para defender los derechos sagrados de tantos ciudadanos allá lejos asentados, de tantos años de presencia y de tantos beneficios aportados a pueblos que necesitaban nuestra ayuda y nuestra civilización. Hemos podido comprobar que todo era verdad, y porque lo era, no vacilamos en derramar el tributo de nuestra sangre, en sacrificar nuestra juventud y nuestras esperanzas. No nos quejamos; pero, mientras aquí estamos impulsados por este espíritu, me dicen que en Roma se suceden conjuras y maquinaciones, que florece la traición y que muchos, cansados y conturbados, prestan complacientes oídos a las más bajas tentaciones de abandono vilipendiando así nuestra acción».
Estas palabras, atribuidas al centurión Marcus Flavinius, son en realidad obra del novelista vascofrancés Jean Larteguy. Ante el caos político en el que Francia vivía a mediados del siglo XX no se ofrecían alternativas, y el país parecía abocado a la descomposición. Sin embargo, con el espíritu patriótico que Larteguy traspuso a Roma, el 13 de mayo de 1958 un amplio movimiento popular devolvió el poder a De Gaulle, no por méritos suyos sino por ruina total de una casta política. El nuevo presidente, en defensa de Francia y de su porvenir, modificó drásticamente las instituciones constitucionales que se habían demostrado inoperantes, liquidó el régimen de partidos y devolvió al patriotismo francés, sin nacionalismo ni chovinismo patológicos, la que él creyó toda su dignidad. Con notables matices de egoísmo, de atrevimiento y modernidad en toda su obra, por cierto, como supo para su mal Raoul Salan y para su bien Carl Schmitt. No sin errores, desde luego, pero pensando en la Patria permanente.
«Te lo ruego, tranquilízame lo más pronto posible y dime que nuestros conciudadanos nos comprenden, nos sostienen y nos protegen como nosotros protegemos la grandeza del Imperio».
La España de Rajoy no es la Francia en descomposición democrática de René Coty: pero sí es un lugar donde, con los hechos, desde los medios del Gobierno, desde las redes de Podemos, desde los foros de la izquierda, desde las autonomías secesionistas y desde las cárceles y callejuelas de Bildu-Batasuna, se está terminando de poner en cuestión todo el futuro del país. Los hechos –etarras a la calle, corrupción atroz, naciones imaginadas, negociaciones sin límites- siguen siendo inquietantes. Es lógico pedir a quienes dirigen el Gobierno y el Estado que tranquilicen a los ciudadanos de a pie.
Buenos amigos míos creen que esta petición de hechos tranquilizadores frente a hechos turbadores no debe ser de izquierdas ni de derechas, sino colocarse por encima. En pura teoría les doy la razón, pero en la práctica sólo cabe pedir a una nueva derecha que abra el frente, ante un centro que abomina de toda Patria y una izquierda que espera destruirla, de un patriotismo del siglo XXI. El patriotismo español –en su conjunto- no puede ser nacionalista, ni estatalista, ni centralista, adjetivos todos estos que convienen más a la izquierda que en su momento los generó. Sólo una derecha moderna y sin complejos, plural y osada, puede incubar un nuevo patriotismo democrático y transgresor que, con los hechos, afirme las constantes vitales de la comunidad de la manera más adecuada al tiempo que vivimos sin renegar de nuestra identidad.
La cosa parece muy complicada y, en realidad, es muy sencilla. En 2007 y 2011 UPN y PP decían que se avecinaban tiempos duros a causa de los planes de Zapatero. Qué malo… Ya en 2004 habíamos oído hablar de la reciedumbre de lo que se nos venía encima. Y eso sin saber lo del 11M. Luego ganaron en 2011, y sólo hablaron de dinero; pero las excarcelaciones, negociaciones, abortos, estatutos y leyes socialistas siguieron sin tocar, y por falta de voluntad que no de escaños. Han acabado desde luego los días fáciles, y veremos sacrificios y austeridad. También dolor, a sumar al que hemos soportado estas décadas.
A los hechos sólo se puede responder con los hechos, del mismo modo que a las ideas sólo pueden responder las ideas; es preciso que la derecha española sea sencillamente ella misma, y que evite actuar sólo como reacción, con miedo o por enfado; un patriotismo, para sobrevivir a este envite, debe ser alegre, joven e inteligente. Es decir, no puede diseñarlo Pedro Arriola mano a mano con Celia Villalobos, salvo que se quiera el poder a corto plazo para hacer con los votos de la derecha (estafada) las políticas de la izquierda (apolillada). No se trata de llorar pérdidas ni de prevenir catástrofes, sino de construir alternativas atractivas a unas y a otras. 2015 inicia un tiempo recio, tiempo de retos y oportunidades.
Pascual Tamburri
Pascual Tamburri Bariain
El Semanal Digital, 20 de febrero de 2015, sección «Ruta Norte».
http://www.elsemanaldigital.com/blog/patriotismo-putin-gaulle-hechos-contra-este-rajoy-140404.html