Por Pascual Tamburri, 10 de marzo de 2015.
El Cid cabalga para pocos. Los políticos lo han borrado de la memoria colectiva . Prefieren sus corruptelas provincianas, para las que el orgullo nacional estorba.
Después de muerto ha seguido cabalgando durante siglos. Algunos, entendiendo mal a Joaquín Costa, pensaron que cerrar con doble llave su sepulcro significaba renunciar al pasado de España. Era lo contrario: se trataba de entender bien el pasado nacional de España para construir un presente sano y un porvenir esperanzado si no glorioso. El Cid es un símbolo del debate español entre los que se avergüenzan de sí mismos y prefieren no saber qué es España y los que querrían saberlo pero a menudo tampoco lo saben porque ni los tiempos ni las aulas ayudan a ello. Tampoco los políticos.
Hay cosas que no son objeto de polémica en un país sano. Los ingleses católicos no se avergüenzan de la memoria de aquel Imperio que los perseguía. Los franceses monárquicos usan con orgullo el tricolor revolucionario. Incluso los alemanes de hoy reconocen el patriotismo y el genio de Bismarck. No en España: demasiado a menudo hemos convertido en objeto de polémica el pasado, la memoria nacional y la misma España. Unos, por razones ideológicas de odio a la nación (la izquierda y los nacionalistas); otros, por puro egoísmo, sumisión, complejo de inferioridad y directa opción por lo supuestamente práctica que ellos presentan como crecimiento económico y en la práctica se conjuga como mera corrupción.
Por eso sorprende la osadía de un hombre sabio de hoy, Fernando García de Cortázar, hablando en ABC del 1 de marzo de un hombre sabio de ayer y de siempre, «Menéndez Pidal y la herencia viva de una nación«. Sobre todo, hay que subrayar en ambos y en especial en el ejemplo de Menéndez Pidal la capacidad de colocar por encima d etodo debate de partido y d etodo interés lo que nos es común a todos. Recuerda García de Cortázar de Menéndez Pidal cómo «Ramiro Ledesma Ramos le saludó en los primeros números de La Conquista del Estado, ensalzando labor del Centro de Estudios Históricos. […] la obra de aquel instituto expresaba el rigor de una actitud intelectual que podía parangonarse, al fin, con la europea, tras años de grandilocuencias patrioteras a falta de patriotismo, y de una desconfianza radical en el futuro de la nación». Hoy nos falta algo así.
Menéndez Pidal se dedicó a «la excavación en lo más profundo de una historia compartida. Una historia y un idioma que se habían ido construyendo al unísono, como una tradición que los españoles iban pasando de mano en mano, de generación en generación, de siglo en siglo». Eso tenía responsables entonces y los tiene hoy, por supuesto. Ante todo, generaciones de políticos ignorantes y/o materialistas, aún peor que corruptos, que han militado contra la memoria nacional o han dejado que se haga impunemente, y que han formado ya un par de oleadas de españoles que sólo empeñándose guardan la memoria y el orgullo nacionales. Para los que han sido sumisos a los políticos de uno y otro lado, España –la España honda, permanente, no una simple y huera «marca»- causa odio o si acaso indiferencia.
Si en algún sitio es evidente, es en Navarra, una Navarra en la que los políticos van dando bandazos pero en el fondo todos hacen lo mismo y piensan casi lo mismo. ¿Décadas de poder centrista han sido peores para la idea nacional, en las aulas y fuera, de lo que podrían haber sido décadas de socialismo? La respuesta es triste. Piensan en sus cargos, en su poder, en su mísero y triste ascenso social, en su riqueza legal o no, y dejan hacer a todos, de Osasuna a la CAN y a Volkswagen exactamente igual a como lo hará Bildu. Se valoran más los cabezudos de Pamplona que a Hernán Cortés, al Cid o a Fernando el Católico.
Decía Menéndez Pidal en La España del Cid: «Contra esa debilidad actual del espíritu colectivo, pudieran servir de reacción todos los grandes recuerdos históricos que más nos hacen intimar con la esencia del pueblo a que pertenecemos y que más pueden robustecer aquella trabazón de los espíritus –el alma colectiva- inspiradora de la coherencia social.» Eso sigue valiendo hoy. Necesitamos políticos que lo recuerden.
En la educación es donde más se nota la división interesada del alma nacional. La llamada a la unidad no fue sólo de Menéndez Pidal, desde el Cid a su genial Idea imperial de Carlos V, aún de plena actualidad. La compartieron gentes tan diversas como don Claudio Sánchez Albornoz o el mismo fray Justo Pérez de Urbel. Quizá no se llevasen bien entre ellos, seguramente tenían ideas políticas muy diferentes, pero todos ellos conocieron y amaron España y trataron de hacerla conocer mejor por todos, sin divisiones. Eso nos falta hoy, y falta en especial a nuestros políticos, «una serena convocatoria a tomar conciencia del pasado como continuidad, como tradición, como realización progresiva en el seno de la historia… la necesidad orgullosa de defender el ser de España, amenazado de extinción. Y defenderlo contra todos…» Fernando García de Cortázar nos lo ha hecho recordar justo en un año electoral donde todo se debate o, aún peor, se olvida.
España está por encima de las divisiones mercantiles, mezquinas o ideológicas entre políticos. Del pasado podemos aprender también la importancia de la vocación de servicio al bien común, y de unidad. Unidad, que no es consenso interesado entre mercaderes del poder, sino unidad para servir a lo que de grande y permanente hay en España. Y quien no quiera servir que deje la política y olvide su cargo, porque se arriesga a una cólera nacional que está fermentando en lo más hondo del alma del país y que puede llevarse a todos por delante, a todos empezando por los que han trivializado la memoria nacional.
Pascual Tamburri
Pascual Tamburri Bariain
El Semanal Digital, 10 de marzo de 2015, sección «Ruta Norte».
http://www.elsemanaldigital.com/blog/gran-olvidada-politicos-corruptos-espana-140718.html