Por Pascual Tamburri, 23 de marzo de 2015.
La Andalucía de Blas Infante sólo puede concebirse en una España sin rumbo. Esta España por ejemplo. ¿Son modelo las elecciones andaluzas? ¿Debería haber elecciones andaluzas, incluso?
«Sentimos llegar la hora suprema en que habrá que consumarse definitivamente el acabamiento de la vieja España (…) Declarémonos separatistas de este Estado que, con relación a individuos y pueblos, conculca sin freno los fueros de la justicia y del interés y, sobre todo, los sagrados fueros de la Libertad; de este Estado que nos descalifica ante nuestra propia conciencia y ante la conciencia de los Pueblos extranjeros (…) Ya no vale resguardar sus miserables intereses con el escudo de la solidaridad o la unidad, que dicen nacional.»
El Manifiesto Andalucista de Córdoba es, literalmente, un manojo de propósitos antiespañoles, o mejor dicho de despropósitos irracionales y anticonstitucionales. Ni Blas Infante, aquel pobre hombre, sabía demasiado de la historia de su tierra, ni sus ideas tienen cabida en nuestro Estado de Derecho. Quizás conoció en persona, pero ignoró como investigador, a don Claudio Sánchez Albornoz, quien sí supo abrir el camino al conocimiento del verdadero pasado de esa parte de España. Decir que Andalucía ha sido o es una nación es una solemne bobada. Convertirse al Islam para defender semejante ocurrencia es, sin más, una decisión alucinada.
Blas Infante sólo tiene sentido como referente en esta España desnortada. Sólo don Gonzalo Queipo de Llano dio categoría, fusilándolo, a aquel pobre notario de provincias, de tal liviana y discutible culturilla… Sólo unos asesores mediocres y acomplejados han podido inducir a Mariano Rajoy y su equipo a semejantes actos de sumisión ante lo necio.
El problema es que lo necio avanza, y define ya la corrección política. «Padre de la Patria Andaluza» por unanimidad, sí, pero quienes cursaron el Bachillerato antes de las reformas socialistas saben que en 711, cuando desembarcó en España el primer contingente musulmán invasor, el rey Rodrigo estaba muy ocupado sofocando la rebeldía de los partidarios de Witiza. Cuando Tarik ben Ziyad acampaba ya en la Península, los godos se debatían en querellas internas y el rey estaba en Pamplona. En la batalla decisiva, en fin, el traidor Oppas desertó del ejército español dando la victoria al enemigo. España fue invadida hace trece siglos, enteramente conquistada e integrada en el mundo islámico y su identidad –romana, goda y cristiana- sólo sobrevivió en una rústica e improbable resistencia montaraz. Ocho siglos costó deshacerlo, y no sin cicatrices.
Ese Al Andalus que reivindica el andalucismo convertido en políticamente correcto no es Andalucía, es toda España en manos musulmanes tal y como la reclaman los yihadistas. ¿De verdad quieren ustedes eso? Dentro del Islam hay comunidades que creen firmemente que su fe debe defenderse, o difundirse, por la fuerza. Es lo que el Islam hizo en sus primeros siglos de vida, y siempre que ha podido después. Hay musulmanes extremistas que creen que es una grave blasfemia contra la fe revelada que tierras y lugares que en un tiempo fueron de los musulmanes (es decir, se integraron en Dar-al-Islam) hoy estén en manos de los infieles. Esos musulmanes, que no son pocos, creen en la bondad de la guerra santa para rescatar las tierras de la Umma, la comunidad de los creyentes.
Desde el Cantábrico hasta Mindanao y desde Kazán al Golfo de Guinea: no es el producto de la imaginación febril de unos «integristas», sino un diseño político y religioso muy coherente. En el Islam no hay límites entre una cosa y otra, y el proyecto de deshacer la Reconquista y de devolver la frontera del Califato a los Pirineos es una realidad con la que nos tocará convivir. Hay miles de musulmanes dispuestos a morir para que las cosas sean así, y no dar respuesta a ese plan es tanto como aceptarlo.
Pero la peor respuesta es la ignorancia, o su versión populista o populachera. Andalucía no es musulmana. La Bética romana era ya cuna de Séneca antes de que nadie se imaginase a un Blas Infante, a una Susana Díaz o a un Juan Manuel Moreno diciendo tonterías a costa de los andaluces y de todos los españoles. No se puede dar por bueno ese falso andalucismo autocomplaciente, que entre otras cosas hace de la región lo que social y económicamente es gracias a tantas décadas de «progreso». Yo no pido que don Claudio resucite para gobernar Andalucía, entre otras cosas porque era de Ávila. Pero no podemos permitirnos, en ninguna parte de España, dos legislaturas más gobernados inspirados por el falso modelo andalucista de chalaneo demagógico (llamado diálogo).
Pascual Tamburri
Pascual Tamburri Bariain
El Semanal Digital, 23 de marzo de 2015, sección «Ruta Norte».
http://www.elsemanaldigital.com/blog/blas-infante-espana-demas-terminara-siendolo-141029.html