Por Pascual Tamburri, 1 de mayo de 2015.
En campaña se debate el futuro lingüístico de Navarra. Se miente sobre su pasado. Y se oculta el dinero que se derrocha en el presente en manipular una identidad.
En Navarra hay un problema lingüístico. Mejor dicho, hay una serie de cuestiones abiertas sobre la lengua o las lenguas de los navarros, que vertebran una parte del debate político y que se prestan a interpretaciones más o menos interesadas por las distintas partes. No hay que negar que el debate existe, sino más bien definir sus límites razonables y plantear soluciones.
En el fondo, lo esencial son las soluciones. Las lenguas –y esto ya se ha escrito- son instrumentos de comunicación antes que signos de identidad, son códigos al servicio de las personas y no bienes absolutos a los que las personas puedan o deban someter sus vidas. Tampoco esto debería tenerse que recordar, porque nuestros antepasados actuaron en consecuencia, con sentido común, desde hace milenios; pero una parte de las fuerzas políticas, sociales y culturales de Navarra –una minoría muy activa, pero minoría al fin- ha perdido de vista este razonable orden de prioridades.
Pese a lo dicho en los dos párrafos anteriores, no voy a expresar aquí una opinión sobre el euskera, o al menos el vascuence no va a ocupar el centro de mi reflexión. Porque, como escuché hace mucho de una persona que sabe de educación mucho más que yo, el euskera no es la primera lengua de Navarra –nunca lo ha sido- y no es tampoco la segunda: la segunda lengua más hablada en Navarra es hoy el árabe, y el vascuence sólo la tercera. Así, Navarra, que durante siglos ha sido bilingüe asimétrica, está recuperando por vía de hecho el multilingüismo de los milenios anteriores.
En la tierra que hoy llamamos Navarra se han hablado, que sepamos, dialectos antecesores del actual vascuence, lenguas indoeuropeas precélticas, lenguas célticas, el latín, lenguas germanas, árabe de los invasores musulmanes, romances hispanos nacidos en este solar y hoy mayoritarios –la base de nuestro castellano-, romances ultramontanos traídos por los francos. Hoy, junto a consistentes grupos de eslavófonos, de rumanos y de árabes, por ejemplo, los habitantes de Navarra hablan castellano –la lengua española mayoritaria- y vascuence. Una variedad que, como siempre, los navarros tendremos que gestionar; un cúmulo de problemas, pero también un filón de oportunidades.
Qué hablan los navarros, digan lo que digan sus políticos
En medio de esta campaña feroz en la que no todos dicen todo lo que piensan, nuestros gobernantes deben gestionar los problemas, pero no deben renunciar a hacerlo desde el rigor y la coherencia con sus propias ideas y principios. En el caso de la política lingüística, si consideramos un valor esencial la defensa de los intereses de los navarros de hoy y de mañana, es preciso romper algunos tabúes.
El español es la lengua de todos los navarros. Es un hecho; es nuestra koiné, la lengua materna de una amplísima mayoría –incluso de muchos que aspiran a otra cosa-, la lengua que mantiene unida la sociedad navarra y que mantiene sus vínculos con el resto de España. Es una lengua íntimamente nuestra, no impuesta, que desciende ininterrumpidamente del latín traído por Pompeyo y por los Gracos. El vascuence es una lengua navarra; no es la lengua de todos los navarros ni nunca lo ha sido, sino que coexiste en ciertas comarcas y familias desde hace milenios con la lengua común y se extiende ahora en su conocimiento –mas no en su uso real- por razones exquisitamente políticas (ideas de unos, complejines de otros). Es, de todos modos, una lengua navarra, en su variedad y pluralidad, mucho antes que de ninguna otra provincia de España. Pero esto no evita tensiones derivadas de una determinada ideología, más que de los hechos objetivamente considerados.
Las instituciones han dedicado y dedican medios ingentes a la promoción del vascuence, a financiar su enseñanza y a favorecer su empleo como lengua vehicular en el sistema educativo. Es bueno que sea así, aunque nunca debería aceptarse la imposición legal, administrativa o fáctica de los modelos lingüísticos en o con la lengua minoritaria, especialmente si la voluntad de los padres y de los alumnos no puede ser totalmente libre. Serían precisos ciertos controles y salvaguardias, y cabe pensar en una política más liberal en la atención a la diversidad lingüística, incluyendo el fin de la actual zonificación. Estos retoques siempre se podrán hacer, si los medios siguen existiendo y si se gestionan también en el futuro desde un ideal de servicio a los navarros.
Pero la llamada «atención a la diversidad», en especial en el sistema educativo, se enfrenta a nuevos retos. Hay personas y comunidades humanas que, sin ser navarras, viven y trabajan en Navarra; y sus hijos acuden a nuestras aulas, y requieren una atención diversificada e intensa –si queremos que su escolarización sea más que una ficción-. Y sin embargo nos enfrentamos a un problema de medios evidente: cientos de niños y jóvenes inmigrantes, en muchos casos sin ningún conocimiento del español –figúrense ustedes del euskera- son escolarizados sin que haya suficientes aulas específicas para ellos, apoyos para su aprendizaje lingüístico o profesorado con una capacitación específica en sus lenguas de origen.
Y nuestro principal problema lingüístico radica hoy ahí. Se da la paradoja de que, en determinados Institutos y Escuelas –por ejemplo de nuestra Ribera- no se repara en medios para ofrecer el euskera como asignatura, incluso cuando se trata de uno o dos alumnos e incluso cuando su lengua materna es el castellano. Y mientras tanto no hay medios para atender en auténticas y graves necesidades a cientos de personas a las que acogemos en nuestras aulas y que, por ese mismo hecho, tienen idénticos derechos. De este modo, ni se respetan los derechos del alumnado ni se atiende su diversidad de origen ni se puede dar –ni con buenísima voluntad por parte del profesorado- una educación de calidad.
En este caso, la responsabilidad no es de los gobernantes, sino de todos los que vivimos en Navarra. Los políticos no pueden aumentar ilimitadamente los medios disponibles. Se trata de atender el problema lingüístico y educativo de la Comunidad adjudicando con equidad y justicia, con mesura y sin anteojeras ideológicas, los recursos ya disponibles. En cuanto a las lenguas, la primera necesidad es lograr de toda la población escolarizada un conocimiento profundo, escrito y hablado, de la lengua oficial del Estado, lengua común a Navarra y todas las provincias vecinas. La segunda necesidad, subsidiaria de la anterior, es favorecer el acceso a esa lengua de quienes llegan a nosotros sin poseerla. Y también es importante, pero no más importante, favorecer la tradicional variedad de hablas en Navarra, incluyendo el euskera y sus dialectos, como es importante por último favorecer el dominio de las grandes lenguas europeas. Con medios limitados, sin duda; ojalá sean más y puedan dedicarse aún más al vascuence. Pero entre tanto hay que pedir sentido común en los gestores y altura de miras en todos. De un problema podemos hacer una oportunidad. España y Navarra lo merecen.
Pascual Tamburri
Pascual Tamburri Bariain
El Semanal Digital, 1 de mayo de 2015, sección «Ruta Norte».
http://www.elsemanaldigital.com/blog/provincia-lengua-comun-varias-secundarias-141789.html