Por Pascual Tamburri, 22 de mayo de 2015.
Todas las guerras europeas son, hoy, guerras civiles. Las de 1914 y 1939 iniciaron el suicidio del Continente. Pero todos los europeos compartimos un legado, aunque no queramos.
Decíamos el año pasado que «Europa y el mundo de 1914 no eran ningún alarde de perfección, pero todo lo que ha pasado desde que empezó la Primera Guerra Mundial (mi abuela aún decía ´la Gran Guerra´) ha sentado las bases de nuestra ruina, derrota, miseria y subordinación…. Por lo menos. No se trata de ser nostálgico de la Europa de las monarquías liberales-ma-non-troppo… basta compararla con el mundo de la globalización y la democracia universal«. Es verdad, empezaba una guerra dura y con consecuencias repugnantes hasta nuestros días. Sin embargo, el orden básico del mundo ya no funcionaba, aunque lo pareciese. Y una vez empezada la guerra la verdadera cuestión era qué partido tomar, no divagar en pura teoría.
Y en 1915 los dos bandos, estancados en sus inesperados frentes atrincherados, buscaron ganar la guerra ampliándola a los grandes y pequeños neutrales. A finales de aquel invierno, el premio para las dos alianzas era Italia, creyendo que su entrada podía acelerar la victoria de uno o de otro. La cuestión era sin embargo complicada: en Italia había una mayoría de políticos partidarios de la neutralidad, y en todo caso de hacer rentable ésta.
La sorpresa, entre 1914 y 1915, fue la aparición de un confuso y heterogéneo frente a favor de la intervención en la guerra. Los nacionalistas querían la guerra para completar la unidad italiana y para que Italia incluyese todos los territorios italianos en manos austríacas. Los futuristas de Marinetti veían en la guerra, además de la «higiene del mundo» la posibilidad de modernizar Italia. Algunos liberales querían completar el Risorgimento, otros como Sinney Sonnino más bien querían ayudar a las muy liberales Francia y Gran Bretaña. ¿Sólo fuerzas de derecha y centro? No, y lo decisivo del movimiento es que parte de los sindicalistas, con Filippo Corridoni, y parte de los socialistas más radicales, con Benito Mussolini, apostaron por la guerra. Guerra de pueblo contra políticos, guerra por una nación unida y soberana, guerra, en todo caso, o exterior contra los enemigos de Italia y de la libertad o interior contra los enemigos de la mayoría popular. Conservadores, reaccionarios, revolucionarios, artistas, poetas, empresarios, obreros, todos juntos configuraron un momento único en la historia de Italia y de Europa.
El Gobierno de Salandra recibió de la Triple alianza una oferta insegura e insuficiente, que dejaba a muchos italianos fuera de Italia sin garantizar a ésta una posición de gran potencia al uso de la época. Los Aliados, en cambio, aseguraron en el Pacto de Londres de 26 de abril de 1915 (que nació como secreto pero que los bolcheviques hicieron público) condiciones mucho mejores. Francia, Gran Bretaña y Rusia ofrecieron a Italia por escrito y sin lugar a dudas todo el Trentino, la parte italiana del entonces Tirol (hasta la displuvial alpina en el Brennero), todo el Véneto aún en manos austríacas también hasta la frontera natural de los Alpes, Trieste, toda Istria, las islas del Adriático, más de un tercio de la región natural de Dalmacia, con Zara y Spalato y gran parte de la población italiana, la base de Valona en Albania y, además, participar en su caso en el reparto del Imperio otomano y en el de Albania, y compensaciones coloniales en caso de repartirse las colonias alemanas en África entre Francia y Gran Bretaña.
Era mucho, aunque podía ser más (y de hecho luego no se cumplió, con terribles consecuencias). Pero más que el elenco de territorios había una idea de fondo que los interventistas no podían más que aplaudir: Italia era tratada como una igual y se le ofrecía en la paz una posición en nada subordinada al resto de potencias. Y esa cuestión moral fue decisiva.
Parte de los socialistas, católicos y de los liberales se opusieron en el Parlamento a la intervención, pero la movilización popular en las calles, las plazas y los medios de comunicación pudo más. Los nacionalistas, socialistas y liberales interventistas ganaron y el 20 de mayo se decidió la entrada en guerra contra Austria-Hungría, que se declaró el 24. Hace un siglo del gran cambio: por primera vez en Italia un movimiento moderno, transversal, heterogéneo y nacido en la calle venció sobre los políticos profesionales, forzando al Gobierno y a la Corona a elegir entre la guerra o la revolución.
Eligieron la guerra, y la tuvieron. Larga, dura, terrible, injusta. Pero gloriosa y victoriosa. De aquella guerra y sobre todo de cómo empezó en mayo de 1915 nacieron muchas cosas en el siglo XX, como la idea de superar a las viejas izquierdas y derechas, de unir lo imposible y de romper todos los moldes anteriores. Hace ya un siglo, pero según qué movimientos ve uno hoy parece que fue ayer.
Pascual Tamburri
Pascual Tamburri Bariain
El Semanal Digital, 22 de mayo de 2015, sección «Ruta Norte».
http://www.elsemanaldigital.com/blog/cuando-guerra-dejo-civilizada-hizo-mundial-142199.html