Por Pascual Tamburri, 3 de julio de 2015.
Los debates culturales de este siglo no son sobre la Santísima Trinidad ni sobre la razón pura, sino sobre la calidad de los juegos en las consolas y en los ordenadores, y cosas así.
Hace ya unos años recogíamos aquí la opinión de un profesional del sector, nuestro amigo Sergio Cervera, que es la de una parte no pequeña de la juventud española. La polémica era entonces política, ya que Alfredo Pérez Rubalcaba dio en llamar adictos a los millones de españoles que juegan con los videojuegos. Entraba en contradicción con los mismos políticos (en marzo de 2011 la Comisión de Cultura del Congreso aprobó una medida por la que los videojuegos adquirían la consideración de cultura), y con la misma realidad social, que los ve como arte, como expresión habitual de sus pasiones y como muchas cosas, pero no como droga.
Es raro incluir en el Plan Nacional sobre Drogas los videojuegos después de concederles la consideración de cultura. Pero más raro es no entender que los videojuegos no son una rareza, sino un elemento ordinario de la vida de todos, que son creadores de saber y de riqueza. En la España de 2015 más jóvenes de 18 años piensan en la Madrid Games Week que en el Museo Reina Sofía. Y no es una cuestión de opiniones, sino de hechos; y no debe ser motivo de lamentos, sino de oportunidades aprovechadas.
Desde el punto de vista oficioso, empresarialmente parece que la industria española del videojuego creció un 21 % en 2014, facturando 413 millones de euros, según datos adelantados del Libro blanco del sector. Según la Asociación española de empresas productoras y desarrolladoras de videojuegos, hay importantes ayudas públicas para la realización de proyectos de desarrollo de software de entretenimiento, y en este sentido, la Empresa Nacional de Innovación (ENISA) acaba de publicar la Línea Agenda Digital, dirigida especialmente al sector del desarrollo de videojuegos. Pero eso no basta por sí mismo para explicar esta nueva realidad consolidada.
La pura verdad es que si uno va a una clase de 2º, 3º, 4º de la ESO o de Bachillerato, y más allá, va a encontrar verdaderas pasiones en torno a los teléfonos y sus aplicaciones, y va a encontrar tantos dispuestos a ser profesionalmente desarrolladores de juegos o jugadores profesionales como deportistas. Sobre todo, lo que no va a encontrar es a casi nadie apasionado por la lucha de clases, ni por la rebelión contra el feudalismo (qué culpa tendrá el pobre); no hay ya güelfos ni gibelinos, ni casi izquierdas o derechas… ah pero como hablemos de juegos, lo que no va a encontrarse es casi neutrales. La verdadera pasión artística, política y cultural está a menudo en el debate entre PC y consolas, en «peceros» contra «camperos». En el debate de nuestro tiempo, importa ante todo elegir PlayStation 4 o Xbox One, u optar por la versión para PC.
Aparte de asumir el hecho como es, y de conocer a la siguiente generación por su vida como es, importa saber aprovechar esa realidad. Particularmente, y lamento ser egoísta, enseñar la historia hoy, considerando que a muy pocos gusta habitualmente leer y que la TV decae por segundos, va a implicar una dimensión interactiva. ¿Contra los juegos o en los juegos? En particular yo no tengo dudas.
Ya dije una vez que he conocido un mundo más o menos feliz y sin videojuegos; pero era el mundo de Dungeons & Dragons, de Third Reich, de Axis and Alleys, World in Flames, Star Wars o las sucesivas maravillas de todo tipo que crearon para nosotros NAC, GDW o Avalon Hill. Lo que pasa es que este mundo de 2015 es diferente, y toda aquella historia, política y geografía que uno aprendía sin querer jugando en un tablero está en la red y en los videojuegos. Así que uno puede quedarse eternamente añorando el recuerdo idealizado de una realidad social que no va a volver, o construir conocimiento, arte, saber y hasta empresa sobre la realidad que tenemos.
Pascual Tamburri
Pascual Tamburri Bariain
El Semanal Digital, 3 de julio de 2015, sección «Ruta Norte».
http://www.elsemanaldigital.com/blog/lucha-clases-feudalismo-farmers-gamers-siglo–143027.html