Un día de júbilo extraordinario, un siglo de arrepentimiento y culpas

Por Pascual Tamburri, 24 de julio de 2015.

Desde Pompeyo y antes, Pamplona ha sido una fortaleza de frontera. Sus murallas han sido durante siglos y milenios señal de identidad para España y de libertad para Navarra.

Hace un siglo, a partir del 25 de julio de 1915, Pamplona se consideró a sí misma una ciudad libre. El júbilo no fue entonces de los separatistas vascos, como ahora, sino de todos los ciudadanos bienpensantes, ellos pocos incluidos por supuesto. ¿Libres? Bueno, ellos así lo creían. Se veían limitados y coartados por la muralla de la ciudad en su última redacción moderna (que pese a todo había demostrado cierta eficacia en la tercera guerra carlista), y creían que sin muralla el progreso, las luces, la riqueza y demás llegarían a la vieja Iruña.

Lucharon duro y no estaban solos. Varios Ayuntamientos de plazas fuertes lucharon para perder esa categoría y conquistar su «libertad» con el derribo de murallas, ciudadelas y fortalezas. Más o menos al mismo tiempo, y tras décadas de presión conjunta en el Ministerio de la Guerra en Madrid en mayor o menor grado todas lo consiguieron al comprobarse en la Primera Guerra Mundial que las viejas fortalezas no eran ya operativas o no del todo.

El 25 de julio de 1915 fue recibido por Diario de Navarra y por la pequeña burguesía local en Pamplona como un auténtico «día de júbilo extraordinario«. Literalmente. Ese día empezó a aplicarse la Ley de Derribo promulgada en enero; con banda, autoridades y gigantes, en la tarde del día de Santiago Pamplona dinamitó sus propias murallas y lo celebró como una conquista. Era ese día el Baluarte de la Reina, siguió hasta 1921 todo el frente desde la Ciudadela hasta el Baluarte de Labrit y con ello se hizo posible el Segundo Ensanche. El Primero ya había sido permitido por una mutilación previa de la Ciudadela (1889, por Real Orden). Se habían mutilado algunos portales para favorecer la entrada de vehículos modernos (Real Orden de 1905). Y poco a poco la ciudad dejó alegremente de ser plaza fortificada de frontera.

No estuvo sola Pamplona en su alegría de entonces. Jaca, del mismo modo, consiguió librarse de sus murallas, soñando con progreso y éxitos modernos. Era la mentalidad de nuestros partidos de entonces, de todos ellos: «El día de ayer fue para Pamplona día de júbilo, día de satisfacción, día de grandes esperanzas. Fue un día el de ayer que jamás se olvidará en Pamplona. Después de tantos años de trabajos, de lucha por conseguir la realización de una de nuestras aspiraciones, la desaparición de los obstáculos que se oponían al engrandecimiento de nuestra ciudad querida, ayer vimos por fin realizados nuestros sueños. ¡Ya no son las murallas una barrera infranqueable; ya son nuestras esas murallas que tanto se opusieron a la expansión de Pamplona!»

Progreso, expansión, modernidad, grandeza, en oposición a tradición, murallas, monumentos, legado. Las contradicciones de la idea son hoy más evidentes que nunca. Pamplona lleva décadas arrepintiéndose de su «victoria» miope de 1915, y gastando sumas considerables en reparar y hasta reconstruir murallas y baluartes que pudieron no derribarse nunca. Ahora presumimos en Pamplona de tener un cinturón verde gracias a las murallas supervivientes, y de disponer de un conjunto monumental único… sólo porque no se derribó a tiempo y porque el Ejército puso ciertos límites a lo que se había de hacer con el espacio antes amurallado. De no ser por eso, nuestros ediles nos habrían legado una ciudad con sólo un recuerdo documental de sus murallas. En nombre de la libertad y del progreso, desde sus prejuicios, eso sí.

Tres ejercicios simbólicos han demostrados en las últimas décadas e incluso en los últimos tiempos que la muralla, en proceso de salvación, es a menudo centro del debate municipal. Lo fue con la manipulación del llamado ´Portal de Zumalacárregui´, y su politización torpe y escasamente alfabetizada; lo fue con el fallido legado artístico a la ciudad de la familia Huarte-Beaumont, con la Ciudadela como excusa; y lo fue, aunque la memoria pública es en eso selectiva y cobardona, con el asentamiento de una empresa comercial muy poderosa y generosa en un terreno que el Ejército no había donado para eso.

Pamplona sería distinta sin sus murallas. Las murallas han sido el hilo conductor de la ciudad desde su pasado prerromano hasta el actual amor monumental. Si ellas no habrían venido Pompeyo, ni Suintila, ni habría estado aquí en 711 el rey Rodrigo; sin ellas no habría habido ni fueros, ni burgos, ni un reino con el nombre de la ciudad; sin ellas los caminos del Norte de España no habrían pasado por aquí, ni san Ignacio habría sido herido aquí, ni habríamos tenido un siglo XIX lleno de ásperas guerras interiores y exteriores. Desde luego no puede enmendarse el error del derribo, pero sí podemos aprender de él: pues a veces los políticos de turno, pensando a corto plazo y en intereses inmediatos, no saben ver a largo plazo como deberían. ¡Viva Pamplona! (libre, eso sí) .

Pascual Tamburri

Pascual Tamburri Bariain
El Semanal Digital, 24 de julio de 2015, sección «Ruta Norte».
http://www.elsemanaldigital.com/blog/jubilo-extraordinario-siglo-arrepentimiento-culpas-143425.html