Por Pascual Tamburri, 3 de agosto de 2015.
Con o sin 155, el nacionalismo catalán odia la España que quiere destruir. Y no es la única nación de ficción inventada en la Península, o fuera de ella, para desgracia de todos.
Muchos soldados españoles murieron años ha en Kosovo, como antes en Bosnia y hasta en Croacia. Muertos en una ya larga lista de caídos de un país que entre las muchas torpezas de sus líderes recordará siempre en lugar preminente las de un presidente socialista que llegó a la Moncloa con olor de bombas y de sangre, prometiendo la secesión según a quién y ceceando en nombre de la pazZz cobarde y borreguil. Caídos que nos recuerdan una cuenta pendiente, que tiene mucho que ver con nuestro propio futuro como país: el proyecto enloquecido de crear por secesión un nuevo Estado, o varios, rompiendo España.
Todo empezó, aunque hoy cueste aceptarlo, cuando Alemania se saltó los intereses de la Unión Europea y rompió moralmente con el Acta Final de Helsinki, al reconocer por su cuenta y riesgo las independencias de Eslovenia y Croacia. Aquello no fue un mero reconocimiento de la ruptura de Yugoslavia, sino el desencadenante de su estallido y de las guerras que siguieron. Atención, no hablamos de la Alemania imperialista de Guillermo II ni de la nacionalsocialista de Hitler, sino de la Alemania federal, recién unificada y supuesto espejo de democracias. Quizás una decisión apresurada, quizás un acto unilateral y egoísta del que no se midieron las consecuencias; pero vivimos aún en medio de las secuelas de aquel error.
El «error Croacia», que deparó aún más dolor y sangre entre el Save brumoso y la rutilante Dalmacia, fue seguido por el «error Bosnia», y éste por el «error Kosovo». Aquello llevó a muchas muertes, y directamente a la necia e injusta guerra de Kosovo en 1999, que ha dejado en el limbo jurídico, bajo ocupación europea, esta provincia de Serbia.
Al margen de la opinión que nos mereciese el dictador comunista Slodoban Milosevic, lo cierto es que Yugoslavia primero y Serbia después fueron sujetos jurídicos soberanos, miembros reconocidos de la comunidad internacional; sus excesos internos serán reprobables, pero no pueden servir para que se descuarticen países según el capricho de quien gobierne en Berlín. Las consecuencias directas son más guerras y más muertes, incluyendo las de soldados españoles, y algo para nosotros aún peor.
Favorecer, a través de la ocupación, la limpieza étnica de los albaneses contra los serbios y una futura independencia de la provincia es un peligroso precedente. Nos ha costado mucha sangre pero nos puede costar aún más este capricho alemán luego compartido por Zapatero y no suficientemente corregido por Rajoy: el modelo kosovar es abiertamente una vía de acción para los separatismos antiespañoles en nuestro propio territorio. Muchos analistas profesionales comparan ya en el extranjero nuestro país con la Yugoslavia de hace dos décadas, y apoyar la independencia de Kosovo es para España el peor negocio posible.
Intereses aparte, lo cierto es que Kosovo siempre fue Serbia -siempre que los turcos lo permitieron-, y que sólo tardíamente ha sido islamizado y albanizado. Pero no sólo la razón histórica está con los serbios, sino que además cualquier visitante del lugar sabe qué tipo de futuro espera a la provincia en caso de independencia. España debe negarse a tal cosa, primero por justicia e historia y después por simple egoísmo. Salvo que efectivamente el ocupante de La Moncloa –el de ayer, el de hoy o el de mañana- desee para nosotros un futuro balcánico. Nosotros tenemos 155 razones y medios para evitarlo.
Pascual Tamburri
Pascual Tamburri Bariain
El Semanal Digital, 3 de agosto de 2015, sección «Ruta Norte».
http://www.elsemanaldigital.com/blog/muchas-catalunas-todas-sangrientas-arrepentidas-143546.html