Otros y otras vendrán que bueno te harán, a la española

Por Pascual Tamburri, 29 de agosto de 2015.

Fue corrupto. Fue orgulloso. Fue voluble. Fue un profesional de la política. Tenía mucho por aprender y todo por hacer. Pero tuvo virtudes como presidente de Navarra.

Es difícil escribir un elogio de un presidente corrupto (y más si está vivo). Gabriel Urralburu es uno de los hombres con peor fama de Navarra. Fue presidente del Gobierno, es decir de la Diputación Foral, desde 1983 hasta 1991, y su nombre ha quedado irremediablemente unido a los de su consejero de Obras Públicas, Antonio Aragón, y al Delegado en Navarra del Gobierno de Felipe González, el inefable Luis Roldán. En semejante compañía era difícil permanecer impoluto.

Corrupción y chanchullos, cuantos se quieran. No sólo los que fueron juzgados y merecieron condenas, sino un ambiente generalizado de negocios fáciles y amistades fructíferas, de nuevos ricos rampantes y de viejos ricos subidos a la nueva ola; no todos los partícipes y beneficiarios del «urralburismo» han sido señalados con el dedo, y tengo para mí, incluso, que los más desdichados y menos despreciables fueron el presidente y sus colegas condenados.

Sí, lo sé: era la época del gasto ostentoso, de aquellas fiestas horteras y viciosillas, de los más caros trajes de Mateo, del derroche innecesario, de la imperdonable bajada de pantalones de la ley del vascuence y otras paralelas, de la antieconómica pero muy ideológica UPNA del doctor Felones, de las componendas bajo manga en todas las direcciones progres y políticamente correctas. Había para casi todos. De hecho, deseábamos (lo deseaban quienes eran mayores de edad) que aquello terminase, y anhelábamos que tanto mal gusto –sobre todo- dejase de gobernarnos.

Sin embargo, Urralburu tiene méritos que hay que reconocer visto desde este 2015. Él divorció a una parte de la izquierda navarra de la alianza contra natura heredada de la Guerra Civil, y separó al PSOE provincial del nacionalismo vasco, al que le unían sólo las secuelas de 1936. Gracias a eso pudo ser mayoría (bueno, por eso y porque la derecha no abertzale se le enfrentó dividida), y gracias a eso la Transición no fue aún más dramática en Navarra. Además, qué narices: su legado de estilo, en lo peor incluso, nunca ha desaparecido, incluso después de que él haya perdido el poder y otros lo hayan ejercido, y después de que él haya cursado estudios superiores y viva dignamente de ellos. No es un ejemplo, pero tampoco el peor de los hombres, ni el peor de los socialistas, ni el peor de los políticos.

Es sabido que el futuro inmediato del nacionalismo vasco y el éxito póstumo de su terrorismo pasan por Navarra. Sin al menos una esperanza de tener Navarra cualquier plan independentista siempre será inviable. No es una conjetura: es la decisión firme de las gentes de Bildu-ETA-Batasuna, ellos aceptarán quizás un cambio de método y de ritmo incluso retrasar el socialismo, pero no aceptarán nada que no incluya independencia y Navarra.

Para que este cuatripartito haga posible lo de Navarra hace falta entre otras cosas una izquierda o convertida al nacionalismo vasco (en manos de Podemos, de IU o de los convenientes agentes de Bildu) o con un PSOE entre anulado, dividido e incapaz (à la Roberto Jiménez) e ilusionado con los abertzales (à la Zapatero). Y eso nos lleva a recordar casi con nostalgia a Urralburu: no fue más corrupto que otros que vinieron después, no fue más derrochador, ni más hortera, ni menos formado, ni más parvenu que mucho de lo que nos ha tocado y toca ver. Y mantuvo en cambio un PSOE fuerte, unido y español que hoy haría falta. Si en 2007 hubiese estado en activo, Urralburu habría participado en la mayor manifestación de la historia de Navarra (el 17 de marzo, al grito de «Navarra foral y española»). Sus herederos de 2015… no lo sé.

Pascual Tamburri

Pascual Tamburri Bariain
El Semanal Digital, 29 de agosto de 2015, sección «Ruta Norte».
http://www.elsemanaldigital.com/blog/otros-otras-vendran-bueno-haran-espanola-143660.html